Para muchos Dios estaba muerto hace rato, para otros Dios es inmortal y solo es un motivo para matar. Muchos que no creíamos en los dioses celestiales, sufrimos la pérdida del terrícola más poderoso de todos los tiempos. El único capaz de transformar la desazón y amargura de cientos de millones de almas sincronizadamente.
Por supuesto, que no fue la única pérdida de un año complicado y complejo. Algunos expresaban la pérdida de su fe, al permitir su dios que se aprobara la ley de la Interrupción Voluntaria del Embarazo en la Argentina. Otros perdieron la desesperanza con el arribo de las diferentes vacunas contra el coronavirus y muchos también perdieron la confianza en la humanidad. Razones para hacerlo nunca faltaron, la verdad.
El año arrancó muy agitado, con el asesinato del número dos de Irán, Qasam Soleimani, lo que hizo temblar a muchos analistas temiendo se desencadenara una guerra global. Al mismo tiempo, el mundo se escandalizaba por la sopa de murciélago que se supone desencadenó la mayor pandemia en un siglo. Todos conocimos dónde quedaba Wuhan y también nos maravillamos de la capacidad china para frenar en seco los contagios, a través de la aplicación de planes de contingencia drásticos, como solo pueden avalar pueblos con mentalidad colectiva y que entienden que quienes no cuidan al conjunto, no merecen el cuidado de sus semejantes.
Europa volvió a atragantarse con sus supuestos remedios. La austeridad, el centralismo bancario y la corrección política se dieron de frente con la realidad. Los eufemismos y la hipocresía colapsaron dejando al desnudo una economía de la exclusión, un sistema del malestar moderado, que prefigura una reacomodación urgente. Facilitada por la salida del Reino Unido de la Unión Europea. El Brexit es un quiebre que desequilibra las potencias nucleares y da alas tanto a los galos, como a los germanos para desarrollar geopolíticas multiformes, que escapen a las lógicas imperialistas británicas.
La OTAN entonces, contará con nuevos atlantistas “demócratas” para darle vigor, pero la Reina de Inglaterra está cada vez más achacosa. Hay que ver que el auge negacionista alemán no termine generando una masa crítica capaz de avalar el armamento nuclear de la nación. En ese sentido, suenan las alarmas con justa fundamentación por el pasado nazi, pero también se mezclan los que quieren denigrar a Alemania por su acercamiento con China y Rusia.
Turquía aprovechó el desconcierto general para afianzar sus posiciones. Combatiendo a los kurdos, acorralando armenios y fortaleciendo el culto a la personalidad de Recep Tayyip Erdogan. Mal que nos pese, fortificado en la proclamación de la vuelta al esplendor otomano. Primero se ofreció como mercenario del frente Occidental, pero cuando olió sangre, sacó los colmillos.
La fragmentación de los Estados Unidos, enredado en una decadencia que incluye atisbos de guerra civil, además de la guerra comercial declarada entre el sistema financiero especulativo y el complejo industrial. Nada bueno puede surgir de un país atravesado por una grieta enorme, con intereses contrapuestos en guerra abierta. Difícil imaginar soluciones con sus dos principales líderes políticos tan impresentables.
El calentamiento global debemos contemplarlo en dos dimensiones, la ambiental, preocupante por el deterioro irreversible a corto plazo y el social, inquietante, por la posibilidad de que los pueblos se conduzcan de manera reaccionaria o progresista. Y no confundir una dirección progresista para los pueblos con la seudoideología progresista que ahora se ha convertido en una pátina moralizante que no ubica en el centro, de todas las acciones, el progreso de las mayorías, sino los fuegos de artificio de marketineras concesiones a las minorías.
Sin los relegados, sin los excluidos, sin los abominados, sin los innombrables, sin los nadies, nada merecerá la pena. Y aquí es donde podemos redimensionar la muerte de D10S.
Diego Armando Maradona podría convertirse en mito viviente. No tanto por sus cualidades técnicas con las esferas, sino por su capacidad de conducción, para sacar lo mejor de cada uno y pensar permanentemente en lo colectivo por encima de lo individual. O, mejor dicho, poniendo la individualidad al servicio del conjunto. Esa idea del “nadie se salva solo”, la tenía muy clara el más grande de todos, sin embargo, sus mayores logros estuvieron supeditados a su capacidad para rodearse no de los mejores, sino de la mejor versión posible de quien estuviera a su lado.
Quizás el talante latinoamericano tiene que ver con ese ADN, que también alumbró los mejores años de gobiernos de este continente, cooperando, haciendo paredes, apostando a que el compañero la devuelva redonda y no una piedra.
Los que hacen mejores a quienes los rodean son los mejores líderes posibles. La incapacidad de Diego para ver y someterse a los límites, fue su cruz y su triunfo al mismo tiempo. Como un Espartaco moderno liberó de la mediocridad a todos los que se dejaron llevar por su zurda. La inmortal, la de cinco dedos y la de su corazón de cinco estrellas.
Este 2020, entre todo lo que pasó, se desnudó la incompetencia de este sistema antihumanista, pero también nació otro mito que puede llevarnos en la mejor dirección de la especie. La superación de lo viejo por lo nuevo está a una gambeta de distancia.