Martin Luther King Jr. habría cumplido 92 años el pasado viernes 15. Pero el tercer lunes de enero es su día conmemorativo en los EEUU, un privilegio que sólo concedieron a Washington y Colón.
King Jr. no necesita presentación y basta remitirse a todo lo publicado en esta página. Pero no puede dejar de ser recordado, sobre todo en estos momentos cuando en su país el sueño parece haber trocado en pesadilla.
La “toma” del Capitolio, sede del poder legislativo estadounidense y símbolo de su democracia, hizo manifiesto que las condiciones que provocaron el “sueño” que King inmortalizó en su famoso discurso, no sólo siguen vigentes sino que amenazan partir ese país en una nueva guerra civil. Aún cuando parezca imposible la vía armada, se hace clara la existencia de un bando demasiado extendido que no quiere aceptar los progresos de los últimos cincuenta años.
Si se toma como referencia el “Yo tengo un sueño” de aquel 23 de agosto de 1968, está claro que aquellas condiciones de discriminación se modificaron formal y materialmente, pero al mismo tiempo, es necesario ver que no son sólo negros los que continúan en aquella situación de opresión, que mutó a formas más discretas. Mantuvo a sus pueblos originarios y sumó la silenciosa corriente migratoria latinoamericana en su mayoría, consagrando a los EEUU como el campeón de la desigualdad y la injusticia social.
De modo que el “sueño” de King se amplificó, cubriendo con su manto compasivo a todos aquellos que a lo largo y lo ancho de este planeta, padecen condiciones de exclusión.
Como los sueños preceden necesariamente las realidades sociales, sigamos soñando, pero poniéndolos a prueba en la acción, que es la forja del mundo.