Escuchamos o leemos apenas algunas condenas en Chile respecto de la periodista china Zhang Zhan, quien en su país acaba de ser sentenciada a varios años de cárcel por sus informaciones sobre el surgimiento y el desarrollo del Coronavirus en la ciudad de Wuhan. Una labor informativa que le permitió al mundo enterarse de este mal que todavía causa estragos en la salud de toda la humanidad. De paso, consignemos que esta reportera fue detenida y permanece en huelga de hambre desde junio del año pasado, manteniéndose viva gracias a que es alimentada forzosamente por disposición de las autoridades que rigen al principal gigante asiático.
Hasta donde podemos conocer la críptica realidad de este país, sabemos que existen allí decenas de otros periodistas apresados, procesados y condenados por atreverse a develar los acontecimientos de la nueva potencia y, ahora, nuestro principal socio comercial. El más dilecto si consideramos que es el principal consumidor de nuestro cobre cuyo excelente precio internacional ha venido a salvar nuestra alicaída economía en tiempos de pandemia.
Imaginemos por un instante la batahola que habría en nuestra política si algún comunicador social venezolano, cubano o de algunos otros naciones estuviera sufriendo la misma suerte de la reportera china. Las más airadas condenas que se habrían producido desde nuestra Cancillería, Parlamento y partidos políticos, como de nuestro propio Jefe de Estado tan dado a comentar con fruición todo lo que sucede en el mundo sepa o no de qué se trata. Junto a ello, extraña también en este caso el silencio de los opositores de La Moneda y de otros referentes nacionales seguramente ilusionados de que en China rige un sistema político e ideológico donde solo no se violan accidentalmente los Derechos Humanos.
Las complicidades que observamos tratan de una nueva y enorme colusión de la clase política nacional, de una hipocresía sin nombre que, al menos quienes somos periodistas, no podemos dejar pasar sin avergonzarnos de cómo se siguen vulnerando las libertades de expresión y de prensa en el mundo, sin perjuicio de la orientación ideológica de los distintos estados. De igual forma en que Estados Unidos y otros países rasgan vestiduras por lo que sucede en China sin autocrítica alguna o, si se prefiere, en el completo cinismo.
La razón más fuerte de esta colusión es justamente el peso que ha llegado a tener China en nuestra economía. Es cosa de visitar cualquier multitienda, almacén o puesto ilegal de venta en todas las ciudades del país para comprobar como casi todo es actualmente de origen y procedencia china. Productos que aquí y en casi todas partes han echado abajo la industria y las manufacturas nacionales y representan una real amenaza a la hegemonía que antes tenían otras potencias cuyas exportaciones eran, no dudarlo, más caras, pero ofrecían mayor diversidad y, en algunos rubros, mejor calidad.
Es en este contexto que criticar los atentados que comete constantemente el régimen chino puede resultar imprudente y hasta constituir un severo atentado a la suerte de nuestro régimen económico o “patriotismo”. Quienes nos gobiernan y posiblemente los que se proponen llegar a La Moneda próximamente prefieren evadir un pronunciamiento fuerte respecto de tan tamaño y cobarde atentado a una de las reglas de oro consagradas por la Carta de las Naciones Unidas, cual es la libertad de prensa y la dignidad que se merecen los periodistas libres.
Fea, por supuesto, es la actitud al respecto de quienes en su momento vulneraron las libertades universalmente reconocidas y que, de la noche a la mañana, intentan aparecer como blancas palomas después de haber asesinado, encarcelado y silenciado a los medios de comunicación libres. Pero nos atrevemos a decir que, peor todavía nos parece el silencio de quienes siempre criticaron la “doble moral” en materia de Derechos Humanos, pero que hoy creen necesario hacer caso omiso der los atropellos chinos y de otras naciones con quienes tenemos un fluido intercambio económico. Business are business, dirán algunos.
Se trata, sin duda, de la real politik, una de las prácticas más antiguas del gobierno de los pueblos, sin el pueblo, que le ha provocado y le sigue causando tantos horrores a la humanidad.