Por Luis Casado
En los grandes acontecimientos de la Historia se suele ignorar a las mujeres cosa mala. No obstante, poco a poco se recuperan los nombres de algunas ilustres desconocidas cuyas vidas iluminan los combates por la libertad.
De las jornadas del 5 y el 6 de octubre 1789 suele recordarse una lamentable patochada cuya infamia da cuenta del desprecio en que los privilegiados tenían a los pringaos.
El 5 de octubre comenzó con una manifestación de mujeres frente al Ayuntamiento de París para interpelar la Comuna, –gobierno revolucionario de París desde la toma de la Bastilla–, a propósito de la falta de pan. No se trataba de marraquetas más o menos, sino del hambre que mataba familias enteras. Enterada de los disturbios, Marie-Antoinette preguntó la razón. “No hay pan”, le dijeron. La respuesta la conoces: “Si no tienen pan, que coman bollos”, espetó su majestad.
En esa época no existían ni Tik-Tok ni CNN. Nadie sabe cómo se enteraron, lo cierto es que a una ciudadana se le ocurrió ir a Versalles, a por bollos. Más precisamente a decirle a Louis XVI y a la Asamblea Constituyente que el pueblo de París estaba hasta las narices de esperar el santo advenimiento.
De ese modo, una muchedumbre de varios miles de mujeres se puso en marcha hacia Versalles. A estas alturas debo confiarte que París-Versalles, pasando por los muelles del Sena, la Autopista de Normandía y la avenida de Europa, hace un paseíto de 24 kilómetros. Las mujeres lo hicieron y la cosa se puso entretenida.
Hasta entonces nadie discutía –o muy poco– la autoridad real. La Asamblea Constituyente estaba en eso, o sea en muy poco, habladurías más o menos: retórica, evocaciones de las virtudes romanas y un par de comentarios para el bronce. Mirabeau aun no era un puente sobre el Sena, sino un conde dizque revolucionario que palpaba secretamente de la generosidad del rey: una suerte de José Antonio Viera-Gallo o de Jaime Gazmuri para que me entiendas.
Mirabeau, justamente, al conocer a Robespierre emitió un juicio definitivo: “Ese tío irá lejos: cree en lo que dice”.
Lo que no te he contado es que entre las mujeres que el 5 de octubre fueron a golpe de calcetín hasta Versalles estaba Pauline Léon, sácate el sombrero y saluda. Pauline tenía apenas 21 años, y ya había estado en la Bastilla el 14 de julio.
Hija de un fabricante de chocolate, Pauline comenzó a trabajar a los 16 años y tal vez por eso nunca fue candidata a nada. Activista radical y feminista de la Revolución Francesa, reclamó el derecho de las mujeres a participar en todo, incluso en los batallones armados. Fundó la Sociedad de las Ciudadanas Republicanas Revolucionarias y se casó con el periodista Théophile Leclerc, conocido miembro de los Enragés (hoy dirían extrema izquierda), cumpliendo así un juramento de las republicanas, de febrero de 1791, de no casarse con ningún miembro de la aristocracia. Pauline Léon es representativa de las mujeres sans-culotte que se identificaron desde los primeros días con la Revolución.
Gracias a Pauline Léon y otras como ella, lo de Versalles no terminó en ningún “acuerdo por la paz”: Louis XVI tuvo que suministrarle pan a los miserables, y acceder a un par de exigencias políticas que en este caso no salieron de la “cocina”: el monarca tuvo que ratificar la Declaración de los Derechos del Hombre, así como los decretos relativos a la Constitución. Para tus archivos, te cuento que esa misma mañana del 5 de octubre, antes de la llegada de las mujeres a Versalles, Louis XVI le había hecho llegar una carta a la Asamblea Constituyente en la que rechazaba la Constitución si el poder, todo el poder, no quedaba en sus manitas. El mes de septiembre se había ido en puras deliberaciones y búsqueda de ‘consensos’ para otorgarle al rey el derecho a veto.
Después de cargarse a cuatro escoltas del rey, las mujeres le impusieron al monarca la sustitución de sus guardias suizos por soldados nacionales (para no darle armas a los franceses, el rey alquilaba guardias en Suiza), que llevase en su pecho la cocarde (símbolo de la revolución), y que él y su augusta familia abandonasen Versalles y se mudasen a París. Las mujeres saben pedir con elegancia, fuerza y convicción…
De modo que Louis XVI, Marie-Antoinette y su hijo fueron conducidos a las Tullerías, tu ya sabes, a apenas 500 metros de la Cour Carré del Louvre, caminando hacia el noroeste, en dirección a la plaza de la Revolución que hoy llamamos de la Concordia. Las mujeres, que les escoltaban, gritaban: “Traemos al panadero, a la panadera y al aprendiz de panadero”.
Después de una breve visita al Ayuntamiento de París donde –¿debo recordarlo?– mandaba la Comuna revolucionaria, el rey y su familia fueron instalados en las Tullerías en donde nada estaba preparado para recibirles. Sorprendido, el marqués de La Fayette le aseguró a la reina que él se ocuparía de proveer. Marie-Antoinette, siempre arrogante, le respondió: “No sabía que el rey le había nombrado intendente de su ropero”. Como ves, hay patadas en el culo que se pierden…
Dicho sea de paso, las mujeres también obtuvieron que la Asamblea Constituyente se trasladase de Versalles a París, exponiendo lacónicamente sus irrecusables razones: “Donde mis ojos te vean”. De ahí en adelante, cuestión Constitución, las cosas se pusieron serias.
Por ahí Olympe de Gouges redactó su Declaración de los Derechos de la Mujer, pero cometió el error de ofrecerse como abogada de Louis XVI después de su fuga, su traición y su arresto en Varennes, lo que contribuyó grandemente a ganarle la guillotina. Tú ya sabes, las revoluciones, como Saturno, devoran a sus propios hijos. Y conocen avances y retrocesos. Saint-Just, cuya lucidez interpela, hizo bien advirtiendo: “Quien hace revoluciones a medias no hace sino cavar su propia tumba”.
En cuanto a Pauline León, que no cesó nunca de ser una cascanueces de mucho cuidado, después del 9 Thermidor tuvo que hacerle frente a la contrarrevolución. En 1804 siendo institutriz en París, reclamó la liberación de su hermano detenido por escritos hostiles a Bonaparte, el mismo que intentó restaurar el esclavismo y suprimió el sufragio universal.
Inquebrantable, republicana, revolucionaria, feminista de buena cepa y combatiente luminosa, Pauline Léon murió en Bourbon-Vendée (región que se opuso al fin de la monarquía) el 5 de octubre de 1838.