Todo cambia muy velozmente y sigue acelerándose. No se trata solamente de los hechos externos que se han venido precipitando o de la indudable aceleración tecnológica. También, nuestras creencias se van modificando por imperio de las circunstancias y surgen nuevas comprensiones, de tal modo que lo que afirmábamos hasta hace muy poco, actualmente nos merece serias dudas. Estamos en una época en la que está terminando una forma de vivir, un estilo, un modo de estar en el mundo. Concluye una forma civilizatoria mientras la nueva intenta apenas su alumbramiento.
Empezamos a tomar conciencia de lo que antes ni veíamos, aunque estaba tan frente a nuestros ojos como ahora. Esa sacudida a las creencias va dejando espacio para el surgimiento de nuevas imágenes y dando origen a actitudes y conductas que se van adaptando mejor a los tiempos que corren.
Casi en todos los campos se puede ir advirtiendo esta verdadera mutación, que se da inicialmente en nuestro interior para luego irse externalizando y hacerse efectiva también en el mundo.
A veces ese descreimiento duele un poco, es parecido a la desilusión o a la pérdida de la ingenuidad. Pero también va acompañada de un sentimiento de liberación, de ganar en coherencia y crecimiento.
Ello ocurre, por ejemplo, cuando se empiezan a hacer intolerables las acostumbradas conductas patriarcales, las prepotencias machistas, los gestos sobre los cuales tantas veces antes preferimos eludir la crítica para mirar hacia otro lado y poder seguir adelante, de modo contradictorio e incluso hipócrita. Pero actualmente sentimos que ya no podemos disimular ni seguir encubriendo las violencias, vengan de donde vengan, más aún si se trata de compañeros de lucha. Ahora les pedimos coherencia.
Gracias al surgimiento de los movimientos feministas en todo el mundo, a las luchas reiteradas, a sus denuncias, poco a poco fue haciendo carne algo impensado: la sororidad, esa relación de apoyo mutuo y colaboración entre mujeres que establece una base de confianza recíproca.
«Yo te creo» decía el eslogan de una campaña para visibilizar y sensibilizar en torno a la revictimización y violencias que vive una mujer… y de ser simplemente el título para una interesante campaña, se fue metiendo en nuestra piel y cambiando la cultura, hasta que nos sorprendió nuestro propio arrojo al salir a defenderla a ella, a otra mujer, por el hecho de haber sido abusada.
El refugio de la indiferencia dejó de ser confortable para convertirnos en cómplices y preferimos salir de allí y comenzar a reaccionar.
La época patriarcal se ha ido desdibujando, no la queremos sostener más y nos empieza a parecer posible que deje de existir en nuestras cabezas. Consecuentemente, nuestras conductas han ido cambiando y vamos tomando opciones nuevas. No toleramos ya la violencia contra las mujeres, ni el abuso, el acoso o, menos aún, la violación. Ni hablar del femicidio. Simplemente porque no podemos disimular nuestra repugnancia hacia quienes ejercen ese tipo de agresión.
Comprendemos, por supuesto, que todas y todos somos, en más de un sentido, víctimas de la cultura patriarcal. Por ello, no juzgamos los delitos del machismo, son los jueces quienes tienen que hacerlo. A ellos les corresponde llevar adelante los procesos, investigar los casos y emitir sus veredictos. Ojalá ejerzan la función que les corresponde.
Nosotras no queremos culpabilizar: sabemos que la culpa lleva al resentimiento y a la revancha. Pero también comprendemos que cada ser humano tiene intencionalidad y es responsable por las consecuencias que tienen sus actos, estén o no a la vista de todos. Nos sentimos prontas a defender a las víctimas, a darles amparo. Apostamos a creerles porque además nos avala toda una historia colectiva de sumisión y maltrato que hoy por hoy no vamos a seguir negando.
Queremos comenzar por reparar doblemente el perjuicio cometido: no justificaremos más las violencias y seguiremos educando, esclareciendo, concientizando, empoderando, humanizando. Se trata de que mujeres y hombres podamos participar construyendo una nueva cultura en la que impere la paridad. Avanzaremos más, seguiremos sumando a las exigencias de políticas públicas de protección, prevención y reparación que ya se empiezan a instalar.
Si hemos experimentado en nosotras mismas el cambio de mirada, será posible entonces acompañar esa transformación en muchas, muchos otros, que se animen a tomar formas de conducta decididamente no violentas, transitar hacia las relaciones de cuidado, de amabilidad verdadera y ojalá -algún día- llegar a poder tratar a los demás como queremos ser tratadas.