En la madrugada de hoy, lunes 1 de febrero, el ejército de Myanmar ha perpetrado el golpe de estado con el que llevaba tiempo amenazando. Las elecciones del pasado mes de noviembre 2020 fueron consideradas casi un referéndum para la reinstauración de la democracia y resultaron claramente favorable al partido gubernamental NLD que defendía este proceso. Los militares no estaban conformes con el resultado.
A pesar de la Covid19, Aung San Suu Kyi ganó con una holgada mayoría y alta participación las primeras elecciones democráticas que se celebraban en el país (la antigua Birmania) desde la década de 1960.
El Parlamento debía reunirse por primera vez este lunes. Unas horas antes, Aung San Suu Kyi y otros líderes políticos de la NLD fueron arrestados. Más tarde ese mismo día, los ministros fueron reemplazados.
Como parte del proceso democratizador iniciado en 2011, el gobierno militar debía llegar a su fin en 2015 y devolver el poder a los civiles electos. No obstante, el ejército lo retuvo de facto dado que una cuarta parte del Parlamento está formada por “observadores” militares.
El ejército ha declarado el estado de emergencia hasta el año que viene porque considera que la soberanía de la democracia está amenazada, comunicando la transferencia del poder al general Min Aung Hlaing.
El General y su junta militar recién constituida han ordenado el arresto domiciliario de la jefa de gobierno Aung San Suu Kyi y a otros miembros destacados de su partido y del gabinete, acusándoles de irregularidades y fraude electoral que ninguno de los observadores internacionales ha apreciado ni confirmado.
¿Cómo responde la calle de Myanmar al golpe?
Con división de opiniones y pasividad. Para el país la dictadura y tutela militar ha sido una constante. Algunos myanmares celebran entusiasmados la vuelta del ejército al poder. Pero con los tanques en la calle no se sabe cuantos son los que se openen al golpe. La esperanza tras las elecciones queda claramente truncada. Aung San Suu Kyi goza de popularidad en su propio país por su lucha por la democracia y la resistencia a la junta militar, que la mantuvo en detención domiciliaria durante 15 años. Ganó por ello premios internacionales, incluido el Premio Nobel de la Paz de 1991.
Respecto a los resultados de las urnas de noviembre del año pasado, la victoria «arrolladora» y alta participación, indica que los myanmares todavía tienen fe en Aung San Suu Kyi. Pero fuera del país hay otras interpretaciones de su recorrido político. Ha sido muy criticada internacionalmente por su pasividad en el genocidio contra los rohingyas, o incluso acusada de implicación por inacción. Pero eso parece tener poco efecto en su popularidad en Myanmar. La minoría rohinja es perseguida en Myanmar cuya población es mayoritariamente budista. A los rohingyas se les denosta. La Constitución no les reconoce como uno de los grupos étnicos del país, y ni siquiera la ciudadanía pese a nacieran allí. Aung San Suu Kyi al inicio del proceso democratizador contó con el apoyo de los rohingyas, públicamente: Fuera de su páis para muchos ha pasado de Nobel de la Paz a la indiferente o la complice ante un genocidio.
¿Cómo ha reaccionado la comunidad internacional?
El golpe dado por el ejército ha sido condenado internacionalmente, tanto por los países vecinos como el resto del mundo. La Unión Europea (UE) fue de las primeras en reaccionar «enérgicamente» pidiendo que los detenidos sean liberados y que se respeten los resultados electorales. Naciones Unidas se ha manifestado en términos similares.