Aunque el presidente Piñera estuvo contra la Dictadura y disputó electoralmente contra la ultraderecha, las circunstancias de su presidencia hacen que la derecha de perfume progresista, levante su discurso de cambio social marcando distancia verbal de su propio gobierno. Duros críticos de derecha a veces votan en su oratoria por el cambio social y ahora se suman a modificar la Constitución de la Dictadura. Esa que, reconozcámoslo, nosotros no eliminamos. Una parte de la derecha se aparta públicamente de aquellos de sus socios que aún agradecen a Pinochet como el rottweiler que cuidó el aumento de sus privilegios. En la derecha hay cierta diversidad.
Pero esas contradicciones internas de la derecha, quizás por que son no antagónicas, no parecen ser percibidas por la izquierda chilena y menos aún en su dimensión ideológica. La falta de fineza del análisis para distinguir unos de otros, se expresa en la bravata, la descalificación global. El ultrismo facilita que los derechistas diversos se unan. Mientras que la dimensión transformadora del diálogo, que no niega el conflicto, evidenciaría las diferencias derechistas.
En medio de nuestro descuido sobre sus contradicciones, la derecha chilena apretó los dientes sobre sus discrepancias públicas y ahora en Mayo se unió para elegir los convencionales de la Nueva Constitución. En cambio en la izquierda, quizás afiebrados por las euforias del momento social, apestados por el virus de la centrifugación de las fuerzas estamos divididos en varias listas para la Constituyente, Y para peor, para la presidencial de Noviembre ya tenemos media docena de candidatos que están en guerrilla verbal pública. No parecemos haber aprendido de las derrotas del 2009 y 2017 cuando la derecha unida eligió dos veces su presidente de la república contra el progresismo dividido.
La necesidad de acuerdo presidencial y parlamentario, desde el centro a la izquierda, para las operaciones electorales, es indispensable, central, importantísima, porque es la conquista del poder político. Quizás se logre, dada la obviedad de su beneficio a la hora de los votos, pero la alegría de un acuerdo electoral no debe llevarnos al peligroso descuido del dialogo en el debate de la ideas, en este año en que se empieza a escribir una Nueva Constitución. La centralidad de los acuerdos electorales no debe abandonar el debate ideológico de fondo sobre los cambios, lo sistémico, los fundamentos. No bastan los triunfos políticos para que la ideas lleguen por añadidura y se arregle la carga en el camino.
Hay que entender que la política no es la ideología.
Al diálogo interno para lo electoral, es indispensable sumar el esfuerzo del diálogo abierto y asumir el debate ideológico que la movilización social en la calles puso en la agenda. La demanda sistémica no la pusimos los partidos sino la mayoría desafiliado. El pueblo nos obligó a todos a tomar partido exigiéndonos cambios de fondo. Ese debate aislaría la ultradrecha. Las ideas de país para una Nueva Constitución son el espacio de conflicto que requiere el diálogo amplio que arrinconaría al Pinochetismo. Pura política no es ideología. La política es la acción. Los nuevos derechos sociales deben constituir el temario de conversación entre nosotros y con los otros para hacer una Constitución. Ese diálogo distingue la derecha extrema, de la que expresa voluntad de algunos cambios y permite exigirles que su oratoria transformadora pruebe su sinceridad en las propuestas para la Nueva Constitución. El diálogo podría separarlos de sus socios gatopardistas, facistoides, de un ultra clasismo tan propio de la oligarquía chilena. Al bloque político electoral que la derecha constituye hoy, debemos evidenciarle las diferencias de ideas programáticas que se expresan en su seno.
La miopía blanquinegro de nuestra inmadurez (aún no ceguera) y el exhibicionismo, en las filas de cierta izquierda solazada en el enojo, no distingue el adversario, iguala absurdamente a Piñera con Pinochet. Esto puede llevar al país a perder la posibilidad de aislar ese pinochetismo latente, que pone velas a las fotos sepias del dictador en sus mesitas de noche celebrando la unidad electoral que han logrado ultimamente. Sin diálogo la derecha se une y disminuye el potencial ideológico para el cambio social. Esto, que constituye un exigencia permanente de la dialéctica lucha política-lucha ideológica, cobrará una dimensión de fundante excepcional cuando se reúnan las personas de la Convención Constitucional que redactará la Nueva Constitución. Todas la Constituciones nacen en un clima de conflicto que hay que saber procesar. Porque en la Convención se jugará la oportunidad de defender las ideas, conversar, conquistar y también ceder para que no termine en la suma cero que, de acuerdo a la ley, mantendría la constitución vigente.
Escribir una Constitución para todos requiere cultivar la “Hipótesis del Contacto” que invoca Pedro Barría, asumiendo que sentarse uno al lado del otro rompe prejuicios, produce efectos en todos los seres vivos y espero que también en el sapiens chilensis. Este diálogo no es renunciar a lo propio, no es rendirse sino concebir la Constitución como la Carta de Todos, para que hagamos lo contrario de lo que hizo la derecha con Guzmán-Pinochet en 1980 imponiendo lo suyo. Una Constitución democrática no es un programa de gobierno. El diálogo de los demócratas ordena el conflicto con sentido de comunidad, con humanismo, provocando cambios en uno mismo y en el otro.