Biodiversidad en Riesgo

La propuesta capitalista está agotada y amenaza la vida

 

Para la celebración el 3 de marzo del Día Mundial de la Vida Silvestre de este 2021, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) planeó su campaña bajo el lema: «Los bosques y los medios de subsistencia: sustentar a las personas y preservar el planeta«, alineado con el objetivo de detener la pérdida de biodiversidad, dado que en la práctica los hábitats de vida silvestre han sido diezmados, los bosques han sido talados y las zonas costeras han sido reconstruidas, creando el desafío más peligroso de la historia reciente: la extinción de la diversidad biológica del planeta.

Y justo en este mismo mes, el 22 de marzo se celebra el Día Internacional de los Bosques. No es para menos su importancia: los bosques son el hogar del 80% de la biodiversidad terrestre; más del 25% de las medicinas que usamos provienen de plantas de bosques tropicales; casi el 25% de la población mundial depende de los bosques para obtener alimentos, agua, combustible y empleo; los bosques son fundamentales para prevenir inundaciones, al retener el exceso de agua de lluvia y reducir la erosión del suelo; sin contar su importantísima función como sumideros de carbono y liberadores de oxígeno y sus enormes beneficios para la salud física y mental de muchas poblaciones vecinas y visitantes.

Como lo planteó en septiembre pasado el quinto informe sobre Perspectiva Mundial sobre la Diversidad Biológica publicado por la Plataforma Intergubernamental sobre la Biodiversidad y los Servicios Ecosistémicos (IPBES) dando seguimiento al Plan Estratégico para la Diversidad Biológica (2011-2020) establecido por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA): “Los países que conforman el planeta Tierra incumplen todos los objetivos fijados para 2020 para frenar la destrucción de la biodiversidad”, advirtiendo sobre la alarmante degradación de la naturaleza y apuntando a que esta será una variable que aumente el riesgo de futuras pandemias.

Este Plan Estratégico definió una hoja de ruta que establecía 20 objetivos para frenar la destrucción de la biodiversidad del planeta y diez años después ninguno de esos compromisos tiene visos de cumplirse al 100 %, con el consiguiente impacto negativo sobre las especies, los ecosistemas y el propio ser humano.

La pérdida de biodiversidad implica la disminución o desaparición de la variedad de seres vivos que habitan el planeta, sus distintos niveles de organización biológica y su respectiva variabilidad genética, así como los patrones naturales presentes en los ecosistemas. Esta disminución de la diversidad biológica en los últimos años se ha dado a un ritmo alarmante donde un millón de especies —de un total que ronda los ocho millones— está en peligro de extinción. Se calcula que 250 especies desaparecen por día y que se están perdiendo especies a un ritmo entre 1.000 y 10.000 veces superior a lo normal.

Proteger a los bosques significa proteger la vida del planeta, pero aun así, en tan solo 10 años, con datos del 2019, el planeta perdió 945.345 kilómetros cuadrados de bosques naturales. La pérdida de cobertura forestal se ha duplicado desde 2003 y la deforestación en bosques tropicales lluviosos también se ha incrementado el doble desde 2008, según el Global Forest Watch del World Resources Institute (WRI).

Un bosque no desaparece cuando muere el último árbol sino mucho antes, debido a las delicadas relaciones que se establecen entre los organismos. El bosque empieza a desaparecer cuando se fragmenta. Hay cuatro grandes regiones del mundo con mayor porcentaje de bosques que están sufriendo la deforestación: la Amazonía, la región del Congo, el Sudeste Asiático y Siberia.

La deforestación, al igual que la afectación a la vida silvestre, es impulsada por el mercado, no por la pobreza. Los principales impulsores de la deforestación en todo el mundo no son los agricultores de subsistencia que tratan de poner alimentos en sus mesas, sino las corporaciones más grandes del mundo, convirtiendo grandes extensiones de tierra para la agricultura y la ganadería industrial. El sistema económico capitalista, que se basa en la producción/consumo/residuos, es un monstruo voraz que se alimenta de cantidades cada vez mayores de recursos naturales sin permitir la regeneración. Es cuando los intereses económicos prevalecen sobre las personas y la protección de la naturaleza que las consecuencias son desastrosas, con una pérdida masiva de biodiversidad, suministros de agua contaminada y poblaciones indígenas obligadas a emigrar.

La situación de la naturaleza es apenas mejor en los océanos del planeta, donde se han pescado numerosas especies marinas hasta el punto de casi extinción, mientras que las actividades provocadas por la sociedad global como la contaminación plástica están teniendo impactos igualmente devastadores.

Mientras tanto, el cambio climático está devastando los arrecifes de coral en aguas tropicales que son hábitats ricos y biodiversos. Los arrecifes de coral albergan una cuarta parte de todas las especies marinas, a pesar de que ocupan solo el 1% del fondo del océano. Los efectos combinados del calentamiento de las temperaturas, la acidificación, la contaminación del agua y el turismo de masas han asestado un golpe a muchos de los corales del mundo.

Las y los humanistas somos conscientes que no es suficiente con que una actividad sea sostenible o carbono neutral, hay que ser responsable y asumir que el cambio de sistema implica clarificarse y organizarse, porque los intereses que desean que siga todo en la misma dirección son muy poderosos, insensibles e irresponsables. Vivimos en una época donde los medios de comunicación promueven el individualismo y la desconexión cultural.

Debemos impulsar una revolución cultural y con el aporte de las nuevas generaciones promover el cambio de nuestros estilos de vida, dejar de comprar productos a las grandes corporaciones en favor del productor local, no solo por solidaridad, sino también por reducir la huella de carbono que produce el transporte de carga internacional con todo el costo ambiental que paga el planeta. Igualmente habrá que cambiar muchos hábitos y costumbres, y exigir cambios en las políticas públicas para variar las formas como se construyen las ciudades, cómo se utiliza el suelo y la tierra, como se ponen los recursos naturales al servicio de la gente y no del lucro y la acumulación de capital.

Así como la conservación del medio ambiente no puede coexistir con el sobreconsumo y el derroche, tampoco lo puede hacer con hambre y pobreza. El desarrollo económico que se propicie debe atender a reducir las desigualdades sociales actuales, respetando al medio ambiente y siempre en un marco de justicia social.

Las y los humanistas no somos ingenuos y sabemos que la conservación de la biodiversidad no puede estar en manos de “instrumentos de mercado” creados por un sistema económico y financiero que es el verdadero responsable de los grandes riesgos que vive hoy en día la humanidad y el planeta. La naturaleza no es proveedora de servicios ambientales: los ciclos, funciones, componentes o estructuras de la naturaleza no tienen nada que ver con el mercado. Quien vende y compra “servicios ambientales”, está comercializando lo que la naturaleza ha realizado por millones de años (como la capacidad de hacer fotosíntesis, retener y almacenar agua, ser el hábitat para polinizadores, etc.) y esto no debe de ser una licencia para justificar ninguna actividad contaminadora ni para continuar o aumentar una inadecuada explotación de recursos naturales.

Los modelos financieros de conservación como el pago de servicios ambientales, las licencias y permisos transferibles o negociables o las compensaciones por pérdida de biodiversidad, son instrumentos de la economía neoliberal que tienen un impacto directo sobre los territorios y los derechos colectivos de los pueblos, porque tenderán a restringir el uso que tradicionalmente le han dado y estarían cediendo estos derechos a terceros con capacidad económica para poder pagarlos y actuar con impunidad. Mucho menos todavía mecanismos netamente especulativos, disfrazados de una ética ecológica que no tienen, cómo los “Bancos de Conservación”. Tanto la invención de los servicios ambientales, la conversión en mercancías y la adjudicación de precios, así como la libre intervención de las empresas privadas, son parte de las iniciativas del sector financiero especulador que ven una oportunidad de hacer negocio con la naturaleza, que no debe permitirse y que huelen a prácticas neocoloniales.

El Partido Humanista Internacional denuncia la sumisión de muchos gobiernos a un modelo de desarrollo cada vez más excluyente que hace que las autoridades opten por la convivencia o, por lo menos, por la omisión y dejadez, ignorando la falta de respeto a las leyes, laborales y ambientales; subsidiando o disminuyendo impuestos para atraer empresas, aunque sean nocivas para el medio ambiente y el Estado de Derecho. Ese es el caso de la “uberización de la economía”, creando negocios del Siglo XXI con empleos del Siglo XVIII.

Hay que ser muy claros que la crisis medioambiental y el cambio climático no afectan a todos por igual. El empobrecimiento de las mayorías sociales y el deterioro de la naturaleza son dos caras de la misma moneda, no son fenómenos desligados. En un mundo con países y sociedades estructuralmente desiguales, tanto a nivel económico como social, la mayor carga de los daños ambientales del capitalismo recae en las poblaciones de baja renta, los grupos sociales discriminados, los pueblos étnicos tradicionales, los barrios populares, las poblaciones marginalizadas y vulnerables y por supuesto los pueblos costeros del tercer mundo.

No es posible mantener la vida humana al margen de la naturaleza. Aunque el capitalismo como propuesta de consumo irracional y vacío existencial siempre ha sido excluyente, tampoco ha sido capaz de cumplir sus promesas de alimentar a todo el mundo y proporcionar un sistema de bienestar creciente. Y esto es porque su modelo de constante producción dependía de materiales y energías que son finitos y los límites ya los está padeciendo el planeta.

La aparición de eventos climáticos extremos obliga a hablar de mitigación para intentar reducir los peores efectos. Y también de adaptación, que supone redoblar esfuerzos para prevenir y controlar los efectos de esos eventos cuando se producen. Con gobiernos al servicio del sistema económico y financiero y a espaldas de los pueblos, fuera de sus discursos vacíos, también le darán la espalda a la dinámica del calentamiento global y a la profundísima crisis ecológica que vivimos. Esta postura política es criminal, porque no afrontarlo y no buscar remedios a lo que está ocurriendo afecta a la vida de otras especies y también a la nuestra, la humana.

 

Equipo de Coordinación Internacional
Federación de Partidos Humanistas

20 Abril  2021.