Los expertos en historia consideran que el Perú es una de las seis cunas de la civilización, es decir «civilización madre», junto con Mesopotamia, Egipto, India, China y Centroamérica, debido al temprano inicio de la agricultura, los centros urbanos, sistemas políticos-religiosos, ingeniería hidráulica y formas de escritura o pictografía.
Esta verdad ha sido demostrada ampliamente por la arqueología y hoy día vestigios como Machu Picchu, las Líneas de Nazca, Chan Chan, Chavín de Huántar, Caral o Kuélap –sólo por citar algunos casos– deslumbran a propios y extraños.
Son más de diez mil años de continuidad cultural. Pero una pregunta salta a flote: ¿Qué estamos haciendo los peruanos para seguir en esta línea? Hoy contemplamos el triste espectáculo de un país dividido, con una crisis moral y de corrupción nunca antes vista, a tal punto que estamos muy lejos de los preceptos morales, éticos y filosóficos con los cuales los incas moldearon el Tahuantinsuyo: «Ama sua» (no seas ladrón), «Ama quella» (no seas ocioso) y «Ama llulla» (no seas mentiroso).
En mi artículo “La deconstrucción del Perú” publicado en agosto de 2018, señalo que: “Somos un país en crisis. El debate sobre la identidad de la nación peruana tiene que buscar asidero en nuestra complejidad y diversidad, para salir del caos circundante y asumir con firmeza nuestra pluriculturalidad y así dejar de ser un país fragmentario”.
En el Perú se hablan cuarenta y siete lenguas indígenas, la mayoría de ellas en la Amazonía y varias en proceso de extinción. A pesar de que el quechua y el aimara ahora están en una posición privilegiada (Google y las empresas telefónicas ofrecen sus servicios en estas lenguas), las naciones amazónicas son todavía invisibles para el Perú oficial.
Revisando someramente cómo impacta la «debacle» del Perú en la historia republicana, nos topamos con reflexiones amargas, como si después del deslumbramiento de los conquistadores que acuñaron la frase: «¡Vale un Perú!» (enceguecidos por el oro que saquearon y llevaron a Europa), en la actualidad se haya instalado la desesperanza.
El Inca Garcilaso de la Vega, considerado el primer escritor mestizo biológico y espiritual de América, dijo: «El Perú es madrastra de los propios y madre de los extraños” (https://tinyurl.com/8yextd69). Él fue hijo del español Sebastián Garcilaso de la Vega y la dama incaica Isabel Chimpu Ocllo, nieta del inca Huayna Cápac, y como mestizo sintió en carne propia no sólo la nostalgia sino el drama de la caída del Imperio de los Incas.
Hay otra frase atribuida al sabio italiano Antonio Raimondi –naturalista y explorador italiano que llegó al Perú en 1850–, que muchos cuestionan pero otros la usan como el ejemplo perfecto del drama nacional de las oportunidades perdidas: «El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro».
Años más tarde, Manuel González Prada, nos da una cachetada: «En resumen, hoy el Perú es organismo enfermo: donde se aplica el dedo brota pus”. La frase está en Propaganda i ataque (sic), del año 1888. Más de siglo después, vemos que hoy la podredumbre moral nos carcome hasta los huesos, y esta sentencia gonzalezpradiana está más vigente que nunca, aunque nos duela.
Ahondando en la metafísica, más allá incluso que la poesía misma, el poeta César Vallejo, ha acuñado un verso universal: «Yo nací un día que Dios estuvo enfermo…» («Espergesia», en Los heraldos negros, 1919). Esta es la agonía de la que hoy debemos recuperarnos los peruanos.