Esta campaña presidencial chilena, confirma peligrosamente que la convocatoria de los candidatos es más que su programa. Más allá de la verdad objetiva, los candidatos presidenciales promueven un ideario no escrito, conectado a los sentimientos de la actual crisis social. Un ideario vago construye un estado de ánimo y emociones que los electores asumen como promesas. Eso ilusiona y moviliza. Pero no es un programa.
Los candidatos aprovechan el ánimo del “estallido” social, buscando votos con el oportunismo de acicatear el enojo perpetuo.
Descalifican globalmente las instituciones ya desacreditadas y prometen a medias tintas. Siempre el elector vota más por lo que siente, que por lo que lee.
La crisis social en curso está exigiendo con ansiedad y rabia. El habitual componente emocional de la política, presionará más que de costumbre al gobierno que gane. Y si el que gana no establece ahora la verdad, en vez de la ilusión de sus promesas, gobernará en clima de conflicto.
¿Cumplirá un presidente de derecha, recién autodeclarado social demócrata al gobernar con su partido ultra conservador? Tres recientes exministros del Pdte. Piñera, para ser candidatos, renegaron de él al canto del gallo.
Cierta izquierda también reniega del gobierno de centro del que hace tres años fue parte y ahora alienta el resentimiento “que la tortilla se vuelva”, declara ilegítimo el Congreso electo por el pueblo, trata de traidores a sus socios de ayer, estimula el desprecio a las reglas democráticas acordadas, sugiere confusión sobre el derecho a propiedad y la libertad de prensa, deslegitima la reforma constitucional que creó la Constituyente, promueve atribuirle poder de facto a quien no lo tienen. En la otra izquierda parecemos avergonzados de nuestra historia. Ese cuadro no hace pedagogía política. Y al que gane, el pueblo no le pedirá cuenta solo por el programa escrito, y
exigirá lo que le hicieron sentir.
Alentar la furia puede servir de desahogo pero no dará la gobernabilidad que requiere el progreso, al menos en
democracia.
La política no se conduce con la objetividad de las ciencias exactas. Por eso ”…nadie forma un partido político para detener un eclipse de sol” decía Kussinen. La emoción siempre es movilizadora, para fines altruistas o para exterminar a un grupo o perseguir “infieles”. Por eso el lenguaje oportunista es grave.
La manipulación no es decir una mentira, es el manejo mañoso de la verdad para sustentar una mentira. Eludir la verdad, victimizarse para no asumir con franqueza la doctrina de izquierdas o derechas, agredir para prometer o impedir la crítica, absolutizar lo que es relativo y relativiza lo que está constitucional y legalmente establecido, esparce ilusiones con perfume de ingobernabilidad.
Propuestas generalizantes van permitiendo que se instale un aire de compromisos mágicos que convocan abusando de la subjetividad. Avivando emociones masivas negativas, se deslizan promesas que no saben si podrán cumplirse en el marco democrático. Eso traería inestabilidad. ¿Cómo gobernaría Lavin con la derecha para ser socialdemócrata? ¿Cómo cumplirán, otros, su idea que el derecho a la vivienda esté por sobre el derecho de propiedad? ¿en qué consiste abrir debate sobre controlar la prensa? ¿Qué serán los desalojos pactados de tomas de
propiedades? Lanzan ideas con elástico. Las “aclaraciones” confusas no borran los sentimientos movilizadores que dejan en sus seguidores. Esos candidatos tiran la piedra y cuando gobiernen esconderán la mano.
El próximo gobierno será exigido para satisfacer las demandas del “estallido” y el lenguaje de promesas confusas
ilusorias, puede traer el re-estallido . Se movilizarán frente al nuevo Presidente, presionado por los anhelos con que “hábilmente” los emocionó en esta crisis.
Hoy, desde la demanda social viva, dirigirá un gobierno de peligrosa desilusión y no controlará los vientos de tormenta que sembró en su campaña. Salvo que sobrepase su programa.
Las dictaduras de izquierdas y derechas movilizaron emociones cargando millones de muertos, torturados, presos y desaparecidos, amparados en la construcción política de emociones ciegas, cultivando hasta hoy el negacionismo de sus horrores. Porque la ceguera emocional cuesta mucho que se borre. En Chile no habrá dictadura, pero la campaña presidencial debería evitar ese riesgo de inestablidad , desconfianza y odiosidad de masas que traería un menor progreso social, desarrollo.
Chile está corriendo ese riesgo con candidatos que hacen abuso de un lenguaje de manipuladora conexión con el “estallido social”, estimulando indignación, en vez de recoger responsablemente, como sano impulso, el clamor de millones de personas del 2019, cuando el país se repolitizó; cuando ganó la política y perdimos los partidos políticos.
Se abusa de la sutileza del verbo, de la astucia en el debate, la entrevista, la imagen y la promesa efímera en la prensa.
Los políticos estamos llamados a exigir que se pida el voto con la verdad y no con el lenguaje que impulsa y moviliza a sabiendas que al gobernar se incumplirá, aumentando la crisis social. Tenemos oportunidad de demostrar que la política sirve, que puede ser sana, si los dirigentes políticos hacemos pedagogía por la calidad de la vida . Con la confrontación los candidatos ilusionan, exageran o mienten, crean vectores de masas que tendrán una fuerza dirección y sentido que, en un período crítico como el que vive Chile, escapará a su control y la buena calidad
de vida desaparece. Los manipuladores de emociones fabrican su propia campaña del terror. Y descalifican brutalmente toda crítica , incluídas estas líneas.
Las odiosidades y las crisis no nacen de un día a otro ni están en las propuestas programáticas sino en eso que no está escrito. Gobernar exige rendir cuenta de las emociones construidas.