Sin su mundo, su reino…, el nuestro no existiría. No podríamos respirar. Solo estaría la nada o como mucho moléculas, células microscópicas en un mundo caótico. Los seres vivos morirían. La atmósfera que protege la Tierra sería una piel cristalina, rompible, frágil. Los continentes estarían sumidos en el más absoluto de los silencios, en un desierto interminable y desolador.
Sin su mundo, las voces del planeta se callarían para siempre y se convertirían en un fantasma galáctico. No podríamos disfrutar de la belleza de nuestros bosques, el canto del mar cuando su acaricia llega suavemente a la orilla de las playas o los acantilados.
Sin su mundo, los seres vivos seríamos el pasado, viajeros en el tiempo sin poder volver a tener un futuro. Y sin embargo, qué pocas veces nos ponemos a pensar en ello. Estamos ciegos ante el arcoíris de la vida y, en cambio, nos sentimos los más fuertes, los más inteligentes, los que construimos un bienestar ficticio a base de tecnología que nos atrapa y esclaviza. Nuestra arrogancia llega al extremo de pasar delante de un árbol y no admirar lo que representa y lo que nos da, verdaderas botellas de oxígeno para que podamos vivir.
Sin el reino vegetal que tantas veces ignoramos, la vida no existiría. Los árboles, las plantas, las flores…. son el mundo vegetal que mantienen el equilibrio de nuestra sociedad, de nuestros ecosistemas, del aire que respiramos, de la base misma de nuestra existencia. Y sin embargo, colocamos al mundo verde en el último eslabón de nuestra pirámide egocentrista. Qué equivocados estamos. Ni siquiera sabemos ser humildes ante tanta generosidad de especies que habitan en un universo más lento que el nuestro, pero que sin embargo nos dan lecciones de supervivencia y sentido común.
Ignoramos a las plantas pero su inteligencia nos sorprende. Cuando necesitan agua pueden provocar que llueva soltando partículas con glucosa a las que se van pegando otras suspendidas en el aire. Capturan el CO2 de su entorno y lo transforman en madera y oxígeno. Son capaces de comunicarse entre ellas cuando hay algún peligro. Si les cortan ramas o podan, siguen viviendo y se transforman. Los bosques se comunican por un entramado de redes de hongos parecido a un internet vegetal y se advierten los unos a los otros de lo que ocurre. Si en un extremo hay fuego, inmediatamente por medio de sus raíces, su gran cerebro, avisan al resto para que suelten capas protectoras que soporten mejor el calor y así no ser dañados más allá de su corteza protectora. Pueden vivir miles de años. Sus raíces son especialistas en la búsqueda de alimento, de agua, de nutrientes para su fortaleza. Raíces que pueden llegar a medir kilómetros. Las plantas pueden comunicarse entre ellas mediante moléculas que desprenden al aire y según investigadores han localizado unos dos mil signos diferentes de este tipo de lenguaje. Viven a la vez sobre y bajo tierra. Se complementan con verdaderas simbiosis con otras especies como los hongos, que les indica a los árboles por donde extender sus raíces a cambio de los azúcares que sus anfitriones producen con la fotosíntesis. Viven cientos de años e incluso miles. Que maravilloso mundo y cuanto tenemos que aprender de ellos, de ese otro mundo que ignoramos y que sin embargo no podríamos vivir sin ellos.
Aprendamos a reconocer, a querer, amar y conservar y proteger a quien nos entrega la sabia que nos mantiene vivos. Aprendamos de su evolución, de sus recursos, de su sostenibilidad, su sinergia, de su simbiosis, colaborativas de otras especies vegetales y animales. Los bosques actúan como un aire acondicionado gigante, un motor inmenso que además no genera residuos y el único que genera es el elixir de la vida, el oxígeno sin el cual no podríamos existir. ¿Acaso no es grandioso compartir nuestras vidas con los pulmones de la propia Tierra? Los árboles son el modelo a seguir de nuestra civilización decadente. Es urgente una replantación masiva a nivel mundial. Nuestras ciudades y calles, las azoteas, las ventanas, los balcones…. deberían vestirse de verde, con jardines verticales. Debemos pensar como un árbol. No podemos permitir que 13 millones de hectáreas al año sean deforestadas. Su vida es más lenta, viven en otra temporalidad, no pueden superar las pérdidas de millones de hectáreas solo en un año, no pueden adaptarse al cambio climático como si fuera un ser vivo en movimiento. Ellos nos han dado la vida y, sin embargo, nosotros se las estamos quitando sin pudor ni vergüenza, de forma violenta, por intereses a medio plazo. Cuán equivocados estamos ante la sabiduría de un árbol, de una planta.
Si no cambiamos nuestra actitud hacia el resto de las especies, si no nos bajamos de ese pedestal absurdo del cual presumimos, si no elevamos a la cúspide al reino vegetal que sostiene la base y el final de la pirámide de la vida, sin duda y en muy poco tiempo, sufriremos consecuencias graves a todos los niveles. Pasear por un bosque, sentir el efecto refrescante de los árboles, aspirar su aroma diluido en compuestos orgánicos volátiles, nos hace sentir fuertes, son un jarabe natural que refuerza nuestras células y nos hace amar la vida.
Bien lo afirma Stefano Mancuso, un científico que ha escrito numerosos libros de la inteligencia de las plantas y director del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal de la Universidad de Florencia: “Como especie, los sapiens, somos mucho más estúpidos que las plantas”. Hay que leer sus libros para adentrarse en el reino vegetal y darnos cuenta que nuestro mundo en comparación con el suyo, sólo está construido sobre la base de su existencia. Si ellos mueren, antes se derrumbará nuestra sociedad invencible e intocable. Dice Mancuso “no ver esa planta-o peor, desdeñarla- por creernos por encima de la naturaleza constituye uno de los principales peligros para la supervivencia de nuestra especie”.
Y sin embargo nos empeñamos en envenenar nuestros campos con productos químicos en la agricultura, las multinacionales modifican genéticamente plantas para producir mejor, sin semillas, de tal o de cual color, resistibles a los químicos que la propia multinacional vende. En una palabra, eliminando la seguridad alimentaria mundial y haciendo resurgir a plantas robot tratadas en laboratorio donde se les ha mutilado la semilla que durante siglos han sido los benefactores de la humanidad.
Su mundo es el que hay que proteger y respetar y ese mundo se encuentra en todos los ecosistemas de la Tierra. Al ser humano no le queda otra si quiere que las generaciones futuras continúen su camino evolutivo. De lo contrario, solo nos queda mirarnos de frente exclamando..: “pero qué estúpidos e ineptos somos”.
Ahora que lo sabes, ahora que te he acercado un poco a ese otro mundo verde desconocido y que muchas veces ignoramos, te pido que les mires con otros ojos, que veas cómo es su vida, sus conocimientos, lo que nos aporta, lo que nos da. Cuando vayas al campo, abre tu pensamiento y adéntrate en su universo de colores y olores. Disfrutarás y se te abrirá el corazón incluso ante la presencia de una hormiga o de una pequeña flor silvestre. Ese otro mundo te espera.