Cupressus pyramidal stricta, es el nombre científico, todavía lo recuerdo, con que se conoce al ciprés de los cementerios, que es tan alto como angosto. Cuenta la historia que se planta en los cementerios para que sus raíces arranquen al espíritu del difunto y lo acerquen al cielo, que es hasta donde llega su estampa verde y espigada. Es inconfundiblemente particular y no hay ningún otro árbol que se le parezca, ni tenga la capacidad de hacer lo de este. Es único.
Pepe es uno de los menos de 100 habitantes de Bares, un pequeño pueblo rural enclavado en los maravillosos Pirineos Españoles, comúnmente llamada: “Campiña Española”. Nació allí y no está en su haber irse. Que ésta es su tierra y su historia y que está tan arraigado a ella como el musguito que crece a la sombra de esos nogales, en aquellas pircas que construyeron sus ancestros hace ya miles de millones de cosas y que se han establecido allí tan bien como él.
“Esta iglesia —señala para allá— tiene casi 1000 años, y al lado está el cementerio donde me van a enterrar, si es que muero algún día, claro. Es un cementerio chiquito, porque a nadie de los de acá le gusta irse, salvo que la parca lo agarre descuidado como ha hecho con los pocos que allí descansan en paz…, asegura Pepe. No había nacido cuando algunos crianceros de ovejas y vacas se establecieron aquí y aquel —señala para aquel lado— es un lavadero de ropa que antiguamente usaban las mujeres. Y dicen que hace más de 4 mil años que aquí, en esta zona de España se hace lo mismo en todos estos valles. Y todo está tal cual”.
Pepe siempre se dedicó a la cría de ganado y nos recordaba que ahora mismo deberá subir hasta aquellas montañas ya nevadas “¿Las ve…?”, a buscar 7 vacas que están por parir “debo traerlas al corral. Que tengan un buen día. Adiós.”
En el mismo idioma, con idénticas palabras y gestos, en un ámbito tan igual de hermoso aunque con una tonada diferente de su voz, don Hernández, en Cajón Nuevo; don Muñoz, en el paraje Los Ranchos; doña Marcelina, en el Colomichico; don Correa, en el Tromen; Lazcano, en el Buraleo y todos los trashumantes con los que me he cruzado en todos los rincones de esta cordillera argentina me han declarado su mismo apego al terruño, a sus tradiciones y a la cultura que cuidan tanto, como ella a ellos, y que originó su actividad económica hace más de 250 años, aquí en el norte neuquino y que, de alguna manera, fue traída y aggiornada a estas tierras por colonos españoles que se juntaron con nativos que ya criaban guanacos o practicaban la agricultura. Ambas costumbres son tan antiguas y parecidas que parece no ser necesaria la memoria, como si todo se viviese, desde siempre, en un eterno presente.
Estos, algo más de 11 mil km, océano Atlántico de por medio que nos separan, no parecen distinguir las costumbres de cada quien. Como si ambos fueran hermanos, como si se conocieran de siempre, como si el apego a la tierra fuera eterno y como que tampoco existieran los cementerios porque no hay necesidad de ellos… ¿Para qué…?
Sería muy burdo admitir que fue tal mi deseo de encontrarme con crianceros en las rutas del norte de España, que este casual encuentro fue el resultado de mi profunda aspiración. No quiero ser burdo, fue casualidad, mera suerte. Los sapiens podemos hacer mucho, pero es difícil de creer que la mente pueda organizar a una inmensa cantidad de animales en torno a sus crianceros y colocarlos en una ruta en la que justo pasemos nosotros para sacarle fotos. ¿Quién podría creer semejante disparate? Tampoco vamos a decir que el ayuntamiento de Jaca me organizó esta bienvenida sabiendo que soy un admirador de los trashuamantes, sencillamente porque no les avisé que venía… Fue una celebrada y merecida casualidad que aproveché para hacer lo que me gusta. Y la explicación es que acá en España ya comenzó el otoño, de manera que es muy factible que muchos crianceros españoles bajen de las altas montañas de la misma manera que lo hacen en el norte neuquino, solo que en Argentina es al revés, ahora, en el comienzo de la primavera, empiezan a subir a las altas cumbres con sus animales recién paridos.
Esta tradición, terminó, en ambos países, forjando una cultura costumbrista y folclórica y, además, solidísima y peligrosa, porque es difícil de cambiar o de salir… Está llena de curiosos matices que la hacen tan original y única, como el ciprés que está, en ambos continentes, desapareciendo de a poco.
Porque digamos que en pleno siglo XXI hay que andar por las rutas con chivos, ovejas, vacas, burros, caballos y los trastos como un pastor y sus perros, durmiendo y comiendo por ahí donde toque… y, también, ese desbordante entusiasmo y ganas de vivir que vi y sentí tanta y tantas veces, aquí y allá, tan contradictorio al descontento generalizado que se escucha en todos los idiomas donde uno vaya…
Jaca, España. 4 de octubre de 2021