Por Raúl Zibechi
El domingo 7 las ciudades estaban desiertas. La población se quedó en sus casas, como forma de protesta ante un régimen opresivo incapaz de aceptar el rechazo que genera. El observatorio ciudadano Urnas Abiertas asegura que hubo un 81% de abstenciones, aunque el régimen diga lo contrario.
Lo que está fuera de duda es que la oposición no pudo presentarse. Siete candidatos presidenciales opositores, que son los principales rivales de Ortega, fueron encarcelados. Dos aspirantes más tuvieron que exiliarse para no ser arrestados. “Todos son parte de los 39 líderes opositores arrestados por el régimen desde finales de mayo pasado, en su mayoría acusados de “traición a la patria”, basados en la Ley 1055 o “Ley de la Soberanía”.
El Consejo Supremo Electoral (CSE), controlado por el clan Ortega-Murillo, canceló la personería del Partido de Restauración Democrática, de Ciudadanos por la Libertad y también la personería jurídica del Partido Conservador. Pero la clave de la continuidad de Ortega y Murillo es la empresa privada.
Más de cien mil nicaragüenses debieron exiliarse en Costa Rica, más de mil están en las cárceles mientras figuras destacadas del sandinismo están detenidas o fueron empujadas al exilio con un viejo y mezquino argumento: le estarían haciendo el juego al imperialismo y a la derecha.
Razones muy profundas llevaron al actual gobierno de Nicaragua a convertirse en una dictadura anti-popular que el pasado domingo impuso a la población su tercera reelección.
Oscar-René Vargas, veterano luchador contra el somocismo y ex integrante del gobierno sandinista, sostiene que la permanencia de Ortega en el poder, más de tres años después de la revuelta popular de abril de 2018, “no se explica sin el concurso del gran capital” (Sin Permiso, 7 de noviembre de 2021).
“El poder tiene completa claridad de sus intereses. El poder está a la vista: la dictadura, el capital, las empresas trasnacionales, los banqueros y el ejército. Ortega impuso el capitalismo neoliberal de compadrazgo y se produjo un paso libre a la confusión, la mentira, el fraude y la corrupción”, agrega Vargas.
La formación de una nueva burguesía
Como toda clase dominante, las burguesías emergentes siempre tomaron el camino de la represión sobre los pueblos mientras usurpan sus discursos. Para afirmarse en el poder necesitan combatir, de forma simultánea, a las clases poderosas que destronan y apoyarse en los sectores populares para contar con fuerza adicional en ese combate.
Algo así sucedió durante las guerras de independencia. En su lucha contra los godos españoles, los criollos apelaron a los pueblos originarios y negros, a los campesinos pobres y a los sectores populares urbanos, porque ellos solos no tenían ni la fuerza ni el coraje suficientes para ganar en el campo de batalla. Prometieron “libertad”, pero apenas se consolidaron en el poder, emprendieron guerras contra esos mismos pueblos, practicaron genocidios en todas y cada una de las naciones que construyeron con apoyo del imperio británico.
Si atendemos la historia reciente de Nicaragua, la pandilla Ortega-Murillo está haciendo algo muy parecido. Se proclaman sandinistas pero reprimen al pueblo que dio su vida para derrocar al tirano Anastasio Somoza en 1979. Invocan la memoria de Sandino y la mística del sandinismo para terminar abrazados con la burguesía nica y el propio imperialismo.
Años atrás la comandanta Mónica Baltodano explicó la alianza del orteguismo con los más ricos de Nicaragua como “una fusión de intereses que tiene pretensiones de larga durabilidad”. La afinidad iba mucho más allá de los arreglos con algunos grandes capitalistas, porque se trata de “una simbiosis de intereses”, que desembocó en la creación de “una burguesía rojinegra”. El grupo de Ortega y Murillo lo integran unos 200 fieles que se han convertido en un grupo capitalista que forma parte de “nueva oligarquía sandinista” que comparte poder con “la oligarquía tradicional y el gran capital transnacional” (Revista Envío, enero de 2014).
Las investigaciones periodísticas destacan que la familia Ortega maneja fondos que superan los 2.500 millones de dólares, beneficiados por el comercio de petróleo con Venezuela. Esos negocios se han camuflado en dos empresas: Alba de Nicaragua SA (Albanisa) y su subsidiaria Banco Corporativo (Bancorp). La denuncia sostiene que a través de ellas la familia en el poder se apropió directamente de fondos millonarios que suponen la privatización de los dineros de la cooperación petrolera, según afirma Confidencial en mayo de 2016.
La forma como el clan Ortega ha canalizado esos recursos es muy sencilla. La venezolana PDVSA participa en Albanisa con el 51%de las acciones, y Petróleos de Nicaragua, con el 49%. “El monto total de los créditos canalizados por Albanisa, a junio de 2018, se aproxima a 4.000 millones de dólares. En los tiempos de las vacas gordas, promediaron 500 millones de dólares anuales, libres de polvo y paja. Un capital líquido que Ortega gestionó a su arbitrio, como capital privado”, calculan los autores de las investigaciones con base en datos del Banco Central de Nicaragua (Confidencial, 13 de febrero de 2019).
No son las únicas denuncias sobre los intereses de la familia Ortega-Murillo, y de ocho de sus nueve hijos que tienen rango de asesores, controlan la distribución del petróleo y dirigen la mayoría de los canales de televisión y compañías de publicidad, que son beneficiadas con contratos estatales, según una investigación de El País (18 de abril de 2021). La única que no participa en los jugosos negocios de la familia es Zoilamérica Narváez, hija de Murillo que debió exiliarse en Costa Rica luego de denunciar acoso sexual de su padrastro, Daniel Ortega.
La izquierda continental en apuros
Aunque el régimen orteguista ha derivado en una vulgar dictadura, una parte de las izquierdas de la región latinoamericana sigue apoyándolo, desde el Foro de San Pablo (que se limita a declaraciones generales y se rehúsa a condenar directamente) hasta los gobiernos progresistas que han optado por consideraciones geopolíticas antes que clasistas, democráticas y feministas.
Duele, particularmente, la complicidad de Cuba con Ortega, por el aprecio que seguimos teniendo por la revolución, y por el respeto que se ha ganado entre los pueblos latinoamericanos. Triste porque darle prioridad a la geopolítica por encima de las clases, géneros y colores de piel oprimidos, implica una opción por los de arriba que deja en el camino a las y los de abajo.
Vargas sostiene que, pese a todo, el régimen se siente fuerte y no va a dejar el poder. “Influenciado por el análisis cubano-venezolano, Ortega considera que afronta un período de cambio histórico y profundo, coincidiendo el declive de la hegemonía unipolar de los Estados Unidos y de su capacidad de proyectarse globalmente. Análisis que le da confianza a Ortega, de que el nuevo orden mundial tripolar le da un margen de maniobra y que ni las sanciones de la Unión Europea ni de los Estados Unidos lo pueden derrocar”.