Vigorosas movilizaciones y una calle agitada permitieron la instalación de la Convención Constitucional y, ahora, el contundente triunfo electoral de Boric abre camino a la esperanza. Ambos hechos son la culminación de la rebelión ciudadana del 18-O y nos proponen un nuevo ciclo político y el término del neoliberalismo.
La derecha apostó al miedo y se refugió en el pinochetismo, pero perdió, igual que en 1988 y con los mismos porcentajes de votos del Sí y el No. La insistencia de Kast en defender las instituciones fundantes del neoliberalismo y sobre todo su cuestionamiento a los avances culturales de la mujer y de las diversidades sexuales resultaban inaceptables. Su propuesta radical fue un completo fracaso y anuncia crisis en la derecha.
La Concertación había sido complaciente con el modelo económico, pero hay que reconocer que no tuvo temor en impulsar las demandas libertarias de la ciudadanía: el divorcio, aborto en tres causales, la píldora del día después y el acuerdo de vida en pareja. Retroceder en esas conquistas resultaba imposible.
La transición a medias defendida por Correa-Boeninger, con políticos y economistas aliados al gran empresariado, consolidó el modelo económico instalado por Pinochet y los Chicago Boys. Se aceptó la teoría de que el crecimiento con disminución de la pobreza bastaba para resolver las necesidades de la población. Sin embargo, después de 40 años el cansancio se convirtió en agotamiento; los abusos y desigualdades se hicieron insostenibles y la ciudadanía se rebeló en octubre del 2019. Tuvo que venir una generación muy joven a encender la chispa contra los abusos y desigualdades. Todo comenzó por la educación. Las protestas se iniciaron en 2006, con los estudiantes de la enseñanza media, y luego continuaron con las movilizaciones universitarias del 2011.
Las demandas en favor de una educación gratuita y digna se extendieron posteriormente a protestas feministas, medioambientalistas, contra las AFP y en favor de una salud decente. Los líderes estudiantiles que estuvieron al frente de esas luchas son los mismos que ahora encabezaron la candidatura de Gabriel Boric, el nuevo Presidente: Izkia Sichel, Camila Vallejos, Giorgio Jackson y Karol Cariola.
Por otra parte, la derrota aplastante del candidato presidencial Alejando Guillier, frente a Piñera, en 2017, profundizó la crisis de los partidos tradicionales de la “centroizquierda”. Así las cosas, el rechazo ciudadano a la política se ensañó en estos años con el PPD, la DC y el PS, y los resultados de la primera vuelta electoral son su muestra más evidente.
Entonces, nuevas y viejas generaciones se aglutinaron en torno a la candidatura presidencial de Gabriel Boric. El Frente Amplio, el PC y las disidencias de los partidos de la izquierda tradicional formaron el núcleo central de su candidatura. Posteriormente, para la segunda vuelta, los partidos históricos de la Concertación se vieron obligados a plegarse a su proyecto.
El triunfo de Boric ha sido aplastante, incluso sorprendente, con el mayor número de votos que ningún candidato ha logrado en la historia electoral del país. Surgió un nuevo liderazgo en la política chilena. Los partidos y dirigentes de la ex Concertación/Nueva Mayoría terminaron en la ruina, cerrando de forma vergonzante un ciclo político de 30 años. Ya nadie vota por ellos, ni siquiera sus propios militantes. Varios ex militantes de la Concertación se comprometieron con el nuevo liderazgo de la izquierda. Renunciaron a la militancia de sus partidos porque se hacía insostenible una transición interminable, subordinada a los grupos económicos y, además, por la instalación vergonzante de la corrupción político empresarial.
No será fácil el gobierno de Boric. Su programa de transformaciones, con ejes en el feminismo, el ecologismo, la regionalización y la protección del trabajo desafía los poderes fácticos que han controlado el país en las últimas décadas. A los poderosos no les habrá gustado escuchar en el discurso de triunfo de Boric que “un crecimiento económico que se asienta en la desigualdad tiene pies de barro”. Y, por tanto, no será fácil avanzar en reducir las desigualdades de ingresos; instalar el derecho universal a la educación, la salud y jubilaciones; industrializar la economía en base a las Pymes y comprometer al Estado en defensa de los débiles.
La derrota electoral de la élite económica y de sus aliados políticos tanto en la Constituyente como ahora en las presidenciales, ha instalado al pueblo como protagonista de nuestro país. La ciudadanía ha señalado con claridad que no quiere saber de políticos y economistas capturados por los grandes negocios y que legislaron en su favor. Después del éxito electoral de Boric, el pueblo tiene la esperanza de que el nuevo gobierno lo acompañe en sus demandas y que cumpla con las transformaciones prometidas. Yo espero firmemente que así sea.