Nada tan inquietante como el hecho de ignorarlo todo.
“Aprehender la realidad sumergiéndose de lleno en ella” era el lema de Ryszard Kapuscinski, el gran reportero polaco cuyo paso por este planeta dejó huellas profundas en el periodismo y en la manera de comprender al mundo. Su trayectoria, impecable y cargada de valores humanos, viene a recordarnos una vez más la existencia de una vocación imprescindible: un periodismo en cuyo ejercicio deben primar el compromiso, la verdad y la sensibilidad ante la tragedia de los pueblos sometidos a la violencia incomprensible de la guerra.
Para Kapuscinski, el secreto descansa en prestar atención a las pequeñas cosas, porque en ellas reside el secreto mismo de la vida. Asimismo, asumir sin restricciones un voto de honestidad para evitar caer en la sobre dimensión del ego y así mantener los pies bien asentados sobre la tierra, porque no somos más que transmisores de la palabra de los más necesitados, los más vulnerables y quienes experimentan, de primera mano, la crueldad de los poderosos.
Por eso es importante recordarlo ahora, cuando el mundo observa otro enfrentamiento entre potencias frente a los medios internacionales, como un conejo alucinado por los faros de un automóvil, olvidando otras agresiones todavía más cruentas, en donde también hay seres humanos aplastados por la violencia de otras guerras y otros conflictos geopolíticos o territoriales tan injustos como prolongados.
Kapuscinski nos habló de ética y de valores, pero el periodismo ha tomado la ruta de la conveniencia y el bienestar económico de sus propietarios. Hoy tenemos cadenas bajo la batuta de conglomerados empresariales desde donde se manejan los hilos de la política y las presiones de las grandes potencias y de grupos de interés. Los pueblos han quedado solos y sus tragedias se reflejan en las pantallas como parte de una realidad inevitable de la cual podemos desprendernos con solo cambiar de canal.
El modelo de reportaje periodístico apegado a los hechos y, sobre todo, sumergido hasta el fondo en la realidad de quienes no tiene voz, debe ser la norma y no la excepción, como sucede en nuestros días. Es una profesión sobre la cual se asientan valores tan fundamentales como el respeto por los derechos humanos, la democracia, la justicia y la búsqueda exhaustiva de la verdad. Por ello no es sorprendente constatar el temor de los gobernantes ante comunicadores valientes, contra quienes apelan al recurso de la amenaza, la extorsión y, como sucede alrededor del mundo, el secuestro y la muerte.
Frente al actual conflicto en Ucrania, exhibido ante el mundo como si se tratase de una serie de televisión, hemos de comprender hasta qué punto una amenaza de guerra es capaz de transformar la vida de millones de personas en una antesala al infierno, trastornando sus hábitos de vida, comprometiendo su capacidad de supervivencia, destruyendo su entorno y privándoles de derechos. Para quienes lo vemos a la distancia es un fenómeno incomprensible y, por ello, reporteros conscientes de su papel y capaces de ejercerlo con independencia, resultan imprescindibles para aprehender esa realidad en toda su dimensión.
El mundo es más pequeño de lo que quisiéramos creer y las repercusiones derivadas de cualquier agresión armada -las cuales representan un negocio próspero para las grandes potencias- fácilmente pueden llegar a nuestras puertas. ¿Qué diría Kapuscinski?
La ética en el periodismo es una obligación, no un gesto amable.