Comenzar una guerra o iniciar acciones violentas van de la mano de la convicción de quienes buscan hacer justicia, reparar el daño causado o imponer orden. Se recurre al uso de la fuerza desde una posición de superioridad y poder con la seguridad de una victoria rápida y segura. La realidad nos muestra que las consecuencias son muchísimo más prolongadas que el episodio de violencia.
Se dice y repite que es más fácil comenzar una guerra o un conflicto que ponerle fin, porque se sabe cuándo comienza, pero no se sabe cuándo termina. Para dar inicio a las acciones belicosas se necesita solo una parte agresora, pero para alcanzar la paz se requiere el acuerdo de al menos las partes involucradas. En estas y todas las circunstancias se requiere de un tremendo coraje para abstenerse de la violencia en el camino de la paz. Más aún si se hace de manera unilateral.
Hoy estamos expuestos a través de los medios de comunicación a la “operación militar” de Rusia en territorio ucraniano, un eufemismo para esconder la guerra que se está liberando por el control de ese país. Hay alta presencia en medios, por lo que significa Ucrania, tanto para la Unión Europea y la cultura occidental, como para Rusia, por su posición en el mapa y por su disponibilidad de recursos energéticos y alimentarios. Hasta ahora, no parece haber voluntad del agresor de buscar una salida dialogada.
En Chile sucede más o menos lo mismo. Estamos hiperinformados del conflicto entre el Estado y grupos o comunidades mapuches, porque desestabiliza un orden establecido por la campaña militar de hace 150 años atrás denominada “Pacificación de la Araucanía”, otro eufemismo para una guerra de exterminio, sometimiento cultural y apropiación de tierras indígenas. El nuevo gobierno ha tenido el coraje de dar un primer paso en busca de diálogo y de uso de un lenguaje diferente.
En este proceso, la ministra del Interior, Izkia Siches, ha debido enfrentar una acción de amedrentamiento en su visita a víctimas del conflicto, así como críticas y descalificaciones por utilizar la denominación de Wallmapu, que es como el pueblo mapuche se refiere a su territorio en vez de Araucanía, denominación que dieron los colonizadores a esa zona.
Desde siempre se ha buscado “solucionar el problema” sin cambiar ni cuestionar la historia oficial ni los paradigmas bajo los cuales se analiza la situación. El mismo diagnóstico, las mismas recetas y los mismos resultados que no han alcanzado un reconocimiento recíproco y la región se mantiene como la de mayor pobreza y desigualdad de Chile.
Importante sería que este proceso de paz pudiera ir acompañado de un programa educativo en el sistema educacional que se atreviera a reestudiar nuestra historia con sentido crítico y que se siguieran los pasos que se darán para enfrentar y procesar las diferencias. Niñas, niños y jóvenes necesitan una educación participativa para desarrollar habilidades de convivencia y ciudadanía. Hacerlos parte de un proceso histórico será enriquecedor y espero que marque las bases de un nuevo pacto social en el cual todos tengamos el coraje de abstenernos de la violencia en el camino de la paz.