En primer lugar y antes que nada, quede claro que no defiendo ni apoyo el uso de la fuerza y menos, la armada, convencional o no convencional. Lo que sigue no tiene que ver con el mundo al que aspiro pero sí con la construcción de la realidad que puede servir de puente. Y esa construcción de realidad, en el caso del conflicto ucraniano-ruso (y no, ruso-ucraniano como se pretende), pasa por la realidad que construyen los medios, prácticamente uniforme en todo Occidente.
El estímulo para esta nota fue doble: el clamor que se levantó en el mundo contra “el nuevo Hitler” y una tapa de diario.
El clamor repudia la “guerra”, las autoridades defienden la soberanía violada del estado ucraniano, todos lamentan las muertes inútiles.
Los hechos son indiscutibles, lo discutible es la línea de tiempo, que no comenzó el lunes 21 de febrero. Lo mismo vale para el estado ucraniano, pero al revés, comenzó apenas hace 30 años.
Para esto, me parece necesario destacar algunas circunstancias especiales que se pasan por alto por ser cuestiones semánticas, y tienen que ver con el uso de los términos “guerra”, “nación”, “estado”, sin considerar que su uso periodístico no coincide con el sentido propio de los términos en derecho internacional.
Para que haya guerra tiene que haber una declaración formal que movilice las fuerzas armadas de dos países. El gobierno ruso fue particularmente preciso al hablar de una “operación militar especial” y los hechos de estos días confirman la especialidad y casi diría prolijidad de esta operación.
Estos primeros días de la operación rusa de intervención en Ucrania, dejaron claro que no se trata de una guerra, cuya característica principal es la destrucción del país enemigo. En los primeros tres días la prensa prooccidental no tuvo más que la foto de un solo edificio dañado por un misil, paisaje que han explotado desde el primer día y desde distintos ángulos. La desfachatez llega al extremo de que el principal diario de Argentina, Clarín, publique en su tapa del sábado 26, la foto de ese edificio (cercano al aeropuerto) como fondo para una señora “desesperada” abrigada con su tapado de piel, que no parece sintética. Si se mira con detalle, destaca la nitidez de la imagen de la señora contra el edificio derruído del fondo, que ofrece claramente los trazos del aumento a que fue sometida la foto original, sobre la que estamparon a la “pobre” señora. Ya van días de bombardeos y son muy pocos los edificios residenciales destruidos. Si hubiera habido intención guerrera, por lo menos medio Kyiv estaría como Berlín en 1945.
Si hubiera habido guerra, en la página web de kyivindependent.com no se vería a los ucranianos haciendo sus compras como muestra una de las fotos del sábado (Kyiv residents calm after heavy night fighting (kyivindependent.com) e informa en días posteriores. Claro que también puede ser propaganda pero en tal caso, les juega en contra.
La noticia dice que la resistencia ha sido tan aguerrida que el avance ruso sobre Kyiv fue detenido. Claro, la resistencia se montó en las zonas residenciales y, por cierto, no puede haber duda que de haber querido arrasar, los rusos ya estarían descansando sobre las ruinas, que evitaron producir.
Si hubiera habido guerra, la central térmica que tomaron en las afueras de Kyiv, y luego recuperaron los ucranianos, habría sido prolijamente demolida en lugar de dejarla en condiciones operativas, dado que el mismo medio informa que una vez retomada, los obreros dejaron los refugios para hacerla funcionar.
Así que, a días de lanzada, esta operación militar es especial. Sí aumentan los muertos civiles pero los denunciados, aunque dolorosos, no son estadísticamente relevantes para una “guerra”, sin contar que no se especifica que estuvieran desarmados, habida cuenta del descomunal reparto de armas entre los civiles. El mes que viene el mercado negro de armas en Europa se verá abastecido.
Vamos a otro término: nación. Alguna vez aprendí que una nación es un pueblo asentado en un territorio con un estado, un orden jurídico. No siempre coinciden los tres elementos, pero esa es la idea central. Desde un punto de vista antropológico, básicamente, una nación es una cultura y desde este punto de vista, una historia. Por algo tenemos hoy estados plurinacionales.
El estado ucraniano actual, ése que funda el reclamo de respeto del derecho internacional, “nació” por desmembramiento de la URSS hace escasos 30 años. Pero Kyiv fue la antigua ciudad de los rus desde la que lanzaron la conquista del territorio hace más de diez siglos, dando nacimiento a Rusia y luego formando parte del imperio ruso primero y de su continuadora, la URSS. De modo que hablar de naciones enfrentadas es un dislate. Los ucranianos están imbricados en la hoy extensa nación rusa, con toda su diversidad.
Otra cosa es el estado ucraniano, que durante las primeras dos décadas fue subsidiario autónomo de la exburocracia soviética, los nuevos capitalistas. Luego con el golpe del Euromaidán en 2014, un movimiento proeuropeo aprovechado por una minoría nacionalista con oscuras raíces en el colaboracionismo durante la ocupación nazi, tomó el control del gobierno y comenzó la persecución abierta de los prorrusos. La masacre de Odesa en mayo de 2014 fue el hecho de represión más brutal, cuando los prorrusos de esa región pedían seguir el ejemplo de la región del Donbas donde Donetsk y Luhansk proclamaron su autonomía, desatando un ataque despiadado y constante del ejército ucraniano contra la misma población civil. No es casual que hoy los rusos reclamen la “desnazificación”. Esta extrema derecha, corrupta y parasitaria de la Unión Europea, pidió la afiliación a la OTAN y la asistencia armamentista, logrando un flujo de armas constante desde entonces.
Los acuerdos de Minsk de 2014 y 2015 obligaban al gobierno ucraniano a no atacar y respetar las autonomías regionales y sus límites territoriales, conceder elecciones libres en las proclamadas repúblicas populares y restaurar el idioma ruso como oficial porque había sido prohibido. Sin embargo, en abierta violación, el gobierno ucraniano no dejó de bombardear y conquistó casi dos tercios del territorio con sus constantes avances sobre una región donde la población se considera rusa. Parece que los Tratados de Minsk, que forman parte del derecho internacional, no cuentan para la Unión Europea.
Esto hace a la especialidad de la operación militar en curso: claramente se fijó como objetivo la protección de la población rusa y la independencia de las regiones que eligieron ser autonómas. A tan solo 30 años de la Ucrania independiente, bien puede suceder que haya regiones disconformes con el curso que tomó el estado. En Yemen sucedió algo similar pero al revés, a los saudíes no les gustó el movimiento revolucionario. Y al revés también, pero en otro sentido, resulta el genocidio palestino a manos de los israelíes. Pero la NATO prolibertaria no ha movido un dedo para sancionar a saudíes e israelíes. Al contrario, los prohíjan porque son sus peones frente a Irán.
Por fin, los rusos avisaron largamente que no les gustaba la integración a la Unión Europea y la OTAN que buscaba el gobierno ucraniano, y como bien dice Putin, a EEUU no le gustaría la instalación de misiles en Canadá (con lo que les estaba recordando los de Cuba, discreto).
Y están las “operaciones de bandera falsa” que se supone habrían realizado los rusos pero, dada la identidad de pertenencia cultural ¿serían de bandera falsa? Además, con esta vasocomunicación cultural, con esta uniformidad cultural ¿sería falsa esa bandera? De todos modos, tomo el sentido lato de la expresión y creo que la primera y más notable de estas operaciones fue en 1899 cuando los yanquis hicieron volar su propia fragata frente a La Habana para poder hacer pie en Cuba. De ahí para aquí, las desarrollaron sofisticadamente hasta llegar a la “primavera árabe” que dio por tierra con Khadafi, provocó el recambio en Egipto e intentó hacerlo en Siria. Pero se les interpuso ISIS primero, y luego, los rusos.
Así que las excusas enarboladas por la prensa proyanqui no tienen fundamento y sólo sirvieron para intentar justificar que la NATO pusiera el pie en Ucrania. Y no lo hicieron porque se dieron cuenta de que Putin no estaba bravuconeando (ellos, sí, porque nunca se arriesgarían frente al poder nuclear ruso). Y ahí quedó Zelenski, con su uniforme de héroe patrio, quejándose de que lo abandonaron.
Eso sí, el “nuevo Hitler” nos pone al borde de la Tercera Guerra Mundial ¿en serio lo dicen? A la OTAN no se le movió ni se le moverá una pestaña, y a Putin no se le ocurrirá pasar los límites de Ucrania, según parece. Si existiera ese peligro ¿porqué echan leña al fuego con la ayuda militar que han voceado estos días? Siguen provocando. ¿Querrán la Tercera Guerra? Si no se llega a la fase nuclear, sería un gran negocio. Y es altamente probable que nadie piense en apretar el botón rojo.
Así que sí, desde la pura idea de la no-violencia, es doloroso lo que está pasando. Pero, desde el derecho de resistencia a la opresión o de defensa de la vida, que también son derechos humanos ¿tenían los rusos que seguir admitiendo las muertes cotidianas que por goteo (y no tanto) infligía el ejército ucraniano a sus paisanos? Si se enarbola el derecho al respeto de la autonomía territorial ¿el Donbas no goza de ese derecho?
Por fin, la proclamada defensa del Donbas explica la entrada de las tropas rusas pero no su paseo hasta Kyiv y la precisión en la destrucción de sus bases y puestos militares, con los arsenales provistos por la OTAN. Aquí volvemos a la palabra de Putin: reiteradamente avisó que no iba a tolerar que la Alianza yanqui-europea llegara a sus fronteras. Y las respuestas que recibió fueron siempre las mismas: más tropas a Polonia y los países bálticos, más armas a Ucrania. El que avisa, no es traidor.
Por fin, también está el fantasma del “zar” Putin y su autoritarismo. No me meteré con eso porque desconozco la realidad cotidiana rusa que parece haber mejorado y mucho desde la caída de la URSS. Pero interesa aquí la legitimación de su gobierno: más de veinte años en el poder no es poco, y además, se trata de una cultura acostumbrada al autoritarismo. Claro que la imagen de un zar puede provocar repulsa para el democratismo occidental pero hay que considerar que la rusa es una cultura históricamente asentada por una demografía constante, sólo sometida al recambio generacional. En el extremo opuesto, EEUU aparece como una cultura en constante recambio demográfico, claro que con los tiempos propios de la historia, a la luz de los cuales hoy los blancos son una minoría decreciente frente al aumento y variedad de la gente “de color”. Además, considerando que en EEUU vota quizás el 30 % de la población ¿de qué democracia estamos hablando?
De modo que para pronunciarse ante las situaciones internacionales no son precisamente los datos publicados por la prensa los que hay que tener en cuenta. Quizás sirvan más los libros de Historia. O, de recurrir a los diarios, recordar lo que alguna vez se publicó, aunque escamoteado. No olvidarse que los medios decían que la violencia en el Donbas fue causada por los “terroristas separatistas” (que el gobierno ucraniano terminó arrinconando a bombazos con más de 10.000 muertos civiles, que no cuentan porque eran prorrusos).
Los pacifistas del mundo salen a la calle a protestar porque la prensa les dijo “¡Guerra!”. Pero entonces, guerra había en el Donbas y no salieron; la hay en Yemen y tampoco gritan; y nada dijeron de Siria. ¿Será que no son guerras entre gente “como uno”? Sé que esto es muy ácido pero no hay mala intención. Les salvo la conciencia: son ingenuos. Aunque muchos critiquen a la OTAN, con su clamor la están fortaleciendo.
De todos modos y por las dudas, para que no se me malinterprete, cierro con mi declaración inicial: la violencia es siempre inaceptable como modo de resolver conflictos, sólo que parece que será tarea de las próximas generaciones encontrar la manera de lograrlo.
PD: recomiendo la escucha de la entrevista a Oleg Yasinsky, publicada en Facebook, El conflicto bélico en Ucrania. Conversación con Oleg Yasinsky desde Moscú (pressenza.com)