Por Javi Raboso.
En plena escalada bélica en Ucrania, hemos escuchado a Vladimir Putin y a su ministro de asuntos exteriores, Sergei Lavrov, esgrimiendo la amenaza del uso de armas nucleares como elemento de demostración de fuerza. El conflicto armado en Ucrania y su internacionalización han puesto de nuevo sobre la mesa la amenaza de la guerra nuclear, de la que que no se había hablado desde la Guerra Fría. Si tenemos en cuenta que el ejército ruso ya ha utilizado bombas de racimo prohibidas o que ha atacado dos centrales nucleares, la preocupación aumenta.
Lo cierto es que esta amenaza es real y su uso es más probable que en épocas anteriores. El doctor Carlos Umaña, Premio Nobel de la Paz en 2017, miembro de la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN) y de la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear, ha alertado en numerosas ocasiones de que estos días el mundo enfrenta «el riesgo más alto de la historia de que se desate una guerra nuclear a gran escala», ya sea por la retórica incendiaria de algunos de los líderes de las potencias nucleares o por una detonación accidental debido a errores de interpretación en los sistemas de alerta. Es importante recordar que en estos momentos, más de 3.800 ojivas nucleares -de las más de 13.000 que existen- están en situación de alerta máxima, preparadas para ser detonadas en minutos.
Greenpeace nació hace 50 años protestando contra los ensayos de estas armas nucleares, y llevamos desde entonces apoyando todos los esfuerzos de la comunidad internacional para prohibirlas y eliminarlas. Tenemos motivos de sobra para ello:
Causan daños catastróficos
No se trata de dibujar una película apocalíptica: es la realidad. La bomba nuclear que cayó sobre Hiroshima -que al nivel de desarrollo armamentístico actual podría ser considerada pequeña- resultó tener un poder devastador 1.500 veces mayor que una bomba no nuclear. De esta forma, una guerra nuclear a gran escala afectaría de forma directa o indirecta a toda la población mundial. Además de la capacidad de aniquilación de millones de personas en el instante de las detonaciones, sumiría al planeta en un “invierno nuclear” que tendría como consecuencia el colapso más o menos acentuado de la agricultura y la amenaza de hambrunas para la mayor parte de la humanidad, entre otras consecuencias.
No tienen ninguna utilidad
¿Qué defensa puede brindar una bomba atómica ante las principales amenazas de nuestro tiempo, tales como como el cambio climático, el terrorismo o los ciberataques? Las armas nucleares son totalmente obsoletas e ineficaces ante los desafíos de hoy en día. Por el contrario, lejos de mantener la paz, alimentan los temores y la desconfianza entre países, contribuyendo a la inestabilidad mundial.
Alto coste económico
Las potencias nucleares gastan cada año miles de millones de dólares en mantener un arsenal que podría acabar con tantas vidas. Según ICAN, solo en 2020 – ¡en plena pandemia!, los Estados con este tipo de armas gastaron 72.600 millones de dólares en mantener su arsenal nuclear, incrementando incluso en 1.400 millones de dólares la cifra del año anterior. Imagina que todo ese dinero se invirtiera en sanidad, en educación, en la lucha contra el cambio climático o en paliar el hambre en el mundo. ¡Esto sí daría seguridad a millones de personas!
Conlleva enormes riesgos de proliferación
La proliferación es el riesgo de que los países que tienen armas nucleares aumenten sus arsenales o de que nuevos países se hagan con este tipo de armamento. Para paliar este riesgo, en 1970 entró en vigor el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, con el objetivo de que las potencias nucleares reduzcan sus capacidades y evitar que los Estados no nucleares se sumen a esta carrera. Aunque su existencia es fundamental, puede resultar parte de una retórica vacía el hecho de que los mismos países que argumentan que mantienen armas nucleares para garantizar la seguridad de sus naciones, pidan al resto que no las fabrique.
Son armas de destrucción masiva que por fin han sido totalmente prohibidas
Las armas biológicas y químicas están prohibidas en todo el mundo desde 1972 y 1993, respectivamente. De la misma forma, se prohibieron las minas antipersona en 1999 y las bombas de racimo en 2010. Sin embargo, las armas nucleares no lo han estado hasta la reciente entrada en vigor del Tratado de Prohibición de Armas Nucleares, en enero de 2021, una fecha histórica que ha supuesto un triunfo para la sociedad civil, después de casi 15 años de la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN) en más de 100 países.
El Tratado de Prohibición de Armas Nucleares (TPAN) prohíbe a los países firmantes desarrollar, ensayar, producir, fabricar, transferir, poseer, almacenar, utilizar o amenazar con utilizar armas nucleares, o permitir el emplazamiento de armas nucleares en su territorio. Por supuesto, las potencias nucleares (en especial, Rusia y Estados Unidos, que juntos poseen el 90% de las armas nucleares del mundo) han intentado boicotear este Tratado, pero la presión sobre los nueve estados con armas nucleares continúa aumentando: desde el creciente número de instituciones financieras que están dejando de invertir en la producción de este tipo de armas, hasta miles de personas que se manifiestan contra ellas en todo el mundo.
La sociedad española tiene una gran conciencia del peligro de este tipo de armas de destrucción masiva y apoya masivamente su prohibición. Es hora de que el Gobierno cumpla sus promesas y se adhiera al Tratado de Prohibición de Armas Nucleares (TPAN). Una postura refrendada por la mayoría de países del mundo es un paso para motivar a que las potencias nucleares pongan fin a esta amenaza latente, y cada vez más real.
Javi Raboso es sociólogo por la Universidad Complutense de Madrid y activista de derechos humanos. Responsable de la campaña de Democracia y Cultura de Paz en Greenpeace España. Twitter: @javi_raboso