Los medios hegemónicos occidentales han hecho el trabajo de seleccionar quirúrgicamente los contenidos/discursos que mejor se ajustan a los objetivos de las potencias del Norte (léase Estados Unidos y la Unión Europea), dejando de ofrecer a la sociedad mundial —como siempre— una versión eminentemente periodística de los hechos. Todo se ha narrado como si Washington y Bruselas estuvieran, de hecho, preocupados por la democracia en Ucrania y no utilizando la estupidez de Putin para justificar sus verdaderas intenciones: frenar cualquier posibilidad de que Rusia «amenace» la hegemonía occidental.
Antes de nada, quiero reconocer mi error. Imaginé que Vladimir Putin era más inteligente. Pensé que el presidente ruso tenía la capacidad de resistir las provocaciones de Biden y sus homólogos de Bruselas, que buscaron en todo momento que se concretara la invasión. Lamentablemente, el gobernante eslavo se dejó contaminar por las provocaciones y tomó la única medida que no debía: invadió Ucrania. Era todo lo que querían las potencias del norte. Y desafortunadamente, lo consiguieron.
La nueva guerra fria
Sin embargo, lo que no se muestra en los medios hegemónicos, es que el antagonismo con Rusia ya lleva tiempo y últimamente se intensificó. Por un lado, Estados Unidos no acepta que el país eslavo establezca relaciones comerciales importantes con la Unión Europea, así como con países de otras zonas del mundo.
La fuerte dependencia de la UE del gas ruso no ha sido vista con buenos ojos por Washington, particularmente por la administración Biden. Esta dependencia favorecía una relación respetuosa entre Putin y varios gobernantes europeos, particularmente la ex canciller alemana Angela Merkel, y últimamente su sucesor, Olaf Scholz.
Además (y ya escribí sobre eso en otra ocasión), hay que tener en cuenta que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) fue transformada en una fuerza de intervención liderada por Estados Unidos, con un alcance muy amplio; y que es intención de Washington que Ucrania forme parte de esa Organización, dado que se encuentra en la frontera este y noreste de Rusia; una expansión, que, a priori, viola las promesas hechas al último presidente de la antigua Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, de que esto no sucedería. Este afán por expandir la OTAN a través de Ucrania, revela cómo Estados Unidos está preocupado porque la realidad de los últimos tiempos está configurando un mundo multipolar, con China y Rusia expandiendo sus relaciones políticas y comerciales en varias partes del mundo.
Por otro lado, la Unión Europea siempre se mantuvo casi sumisa a los dictados de Washington. Nunca cuestiona las pretensiones estadounidenses, ya que en realidad las dos partes son socias en política exterior más de lo que podemos imaginar. Sus intereses convergen, porque ambas no ceden en sus influencias (directas e indirectas) en Asia, América Latina y el continente africano. Y es precisamente por eso que Rusia, China (y también otras naciones no alineadas con Washington) son vistas como los “talones de Aquiles” de ambas potencias del norte.
Fue esta convergencia de intereses la que culminó en la tensión de los últimos meses, que prácticamente empujó a Putin a la guerra con Ucrania. La trampa funcionó como estaba previsto. La frialdad del líder eslavo no fue suficiente para resistir y dejar de tomar la única medida que no debía. Y, dado este contexto, el escenario es propicio para justificar una militarización aún más efectiva de las potencias europeas (ver la actitud del Canciller alemán de aumentar sustancialmente el presupuesto de Defensa). Ahora, la culpa es de Putin.
Pero la principal razón del conflicto es la oportunidad de admitir a Ucrania en la Unión Europea y, por consiguiente, en la OTAN. Putin estará cercado, acorralado, asustado. Por tanto no tendrá la cabeza ni la oportunidad de ampliar su capacidad de actuar estratégicamente en el sentido de consolidar a la Federación Rusa como una verdadera potencia capaz de hacer frente a las estrategias de los competidores, ya que estará constantemente preocupado por un “posible ataque” de las fuerzas de la OTAN. Es la guerra fría del siglo XXI.
La creación de consenso
No es eso lo que vemos en los principales medios de comunicación. Claro que no. Porque trabajan para el establishment, mientras los medios contra hegemónicos, están bajo censura. De hecho, el canal de noticias RT con sede en Moscú ha sido censurado en Europa, especialmente en Alemania donde tenía una audiencia considerable. La censura también alcanzó a la agencia de noticias rusa Sputnik.
Pero no son sólo esos medios los que están sufriendo la censura. Desde hace algún tiempo aquí, en América Latina, el canal de televisión Telesur es censurado por gobiernos alineados con Washington, como Colombia, Bolivia después de Evo Morales (la censura de detuvo con el actual gobierno de Luis Arce), Argentina bajo la administración de Maurício Macri (tras la asunción de Alberto Fernández, el canal retomó sus transmisiones) y en varios otros países donde la señal de esta TV fue suspendida por cuestiones geopolíticas.
Como vemos, la “libertad de prensa” sólo puede ser ejercida por los aliados de Washington. Cualquier medio que tenga alguna capacidad de penetración, y cuyas versiones sean diferentes a las autorizadas por Estados Unidos y sus aliados, es interceptado.
Sin embargo, cuando escuchamos, leemos y miramos respecto a la censura, los nombres que surgen son Evo Morales, Rafael Correa, Vladimir Putin, Nicolás Maduro, Cristina Kirchner, Xi Jimping, solo por mencionar algunos, gobernantes que se atreven a cuestionar ideas/ acciones (al menos algunas de ellas) del “país más poderoso del mundo”. Por tanto, los medios hegemónicos funcionan como instrumento fundamental en la construcción de consensos sobre cómo debe ser “este mundo” y quién debe “dirigirlo”.
Si no fuera así, veríamos, por ejemplo, una cobertura justa del conflicto entre Israel y Palestina, en el que el primero, infinitamente superior desde el punto de vista militar, ha causado auténticos estragos, hasta el punto incluso de que ciertos sectores de la propia sociedad israelí los repudien. Pero Israel es un aliado muy fuerte de los Estados Unidos y “no puede” ser criticado por los medios occidentales hegemónicos.
Si los medios hegemónicos no actuaran como constructores de consensos prooccidentales, veríamos, también una condena al uso de la tortura de prisioneros en Gantánamo. De hecho, fue en el canal de RT (a través de YouTube) que tuve la oportunidad de seguir escandalosas historias de víctimas de torturas en la mencionada prisión, corroboradas por estadounidenses.
Fue también por este canal ,que vi como esta “democracia liberal” llamada Estados Unidos de América tiene un batallón de indigentes, sin derecho a ninguna ayuda del Estado; vi también cómo muchos trabajadores y trabajadoras de ese país viven dentro de sus vehículos, por no tener salarios dignos para alquilar una casa.
Hay muchas más historias de miseria, de violaciones a los derechos humanos, que, a diferencia de los medios hegemónicos, nos muestran canales como RT y Telesur, así como la agencia Sputnik de noticias. Pero “necesitan ser silenciados”, para que Washington siga dando lecciones al mundo sobre cómo resolver los problemas relacionados con los derechos humanos.
Lo que estoy tratando de expresar aquí es, en primer lugar, que Vladimir Putin cometió un gran error con esta invasión de Ucrania. Segundo, que eso era parte de los planes de las potencias occidentales para justificar sus maniobras belicistas en un esfuerzo por detener el desarrollo de un mundo multipolar. Tercero, que los medios hegemónicos vienen siendo utilizados para construir consensos favorables a la consolidación de la hegemonía de estos poderes. Y, finalmente, que la democracia, en este escenario de manipulaciones, es apenas retórica.