Fuente: Rodrigo Arce* – Servindi.
La necesidad de avanzar en una transición hacia la transformación requiere de un proceso democrático, participativo, transparente, con gestión del conocimiento y las lecciones aprendidas. También requiere reconocer que no hay recetas únicas y hay que aprender a vivir con la incertidumbre, con flexibilidad, pero sin improvisación, con inspiración pero también con transpiración, con firmeza estratégica pero también con afectos sostiene Rodrigo Arce Rojas en el siguiente artículo.
Transiciones hacia la transformación
Llegamos a identificar la necesidad de transformación cuando caemos en cuenta que la actual situación revela serias limitaciones para alcanzar el ideal cual fuera el campo que estemos tratando. Es más la situación actual podría estar acusando un retroceso, una involución, desestructuración, degradación según sea el caso. Ahora bien, existen sectores de la población que se encuentran conformes con la realidad actual y simplemente no avizoran ningún tipo de cambio, otras conviven simplemente con la crítica realidad actual, a otros no les importa e incluso hay grupos humanos que simplemente no se han dado cuenta que necesitan cambiar si es que quieren asegurar su continuidad. De todo esto vamos a reconocer una serie de actitudes como indiferencia, pasividad, indignación y activismo. El activismo se puede dar desde la dimensión discursiva o desde la dimensión práctica de la cotidianeidad, es decir, con manifestaciones tangibles de exigibilidad del cambio o con acciones concretas, por pequeñas que estas sean.
Ahora bien, no se trata únicamente de cuestionar discursos y actitudes porque el tema es mucho más profundo que estas manifestaciones individuales o colectivas de expresión. Resulta que hemos desarrollado una cultura marcada fuertemente por un paradigma dominante de sociedad que somos pensados y hablados por los grupos de poder real y fáctico y muchas veces no somos conscientes de ello.
Como señala acertadamente Boaventura de Souza Santos las tres grandes columnas que sostienen la civilización actual son: el capitalismo neoliberal, el colonialismo y el patriarcado. Estas fuerzas son tan poderosas que se han convertido en el patrón dominante de pensamiento y para grandes sectores es la forma correcta de la verdad. Incluso la institucionalidad, la ciencia y la ciencia en trabajo convergente refuerzan esta concepción y han construido lo que se llama “pensamiento único.” Bajo esa perspectiva todos los que piensen diferente simplemente son acusados de desfasados, anacrónicos, revoltosos, renegados y anti sistémicos y se les ve como lastres en el sacralizado camino al crecimiento infinito, al tan ansiado desarrollo que con múltiples apellidos se sigue vendiendo como el único camino para “evolucionar” del salvajismo a la barbarie y de la barbarie a la civilización dependiente de los combustibles fósiles, del productivismo y productividad, de la competitividad, de la mercantilización de la naturaleza, de la política, de la educación, de la política y de los cuerpos.
Pero también hay otras manifestaciones de un supuesto cambio que en nombre de la Constitución, de la democracia, de las mayorías, del pueblo y del progreso (otro nombre que no es cuestionado) que igual mantiene una visión antropocéntrica y de dominio a la naturaleza. En este caso se apela a una redistribución de la riqueza hasta convertirla en política clientelar. Se aprecia por tanto borrosidades, convergencias y divergencias que no se hubiera esperado desde la ética del bien común. Prima entonces la mercantilización de la política en el que las diferencias son aparentes y se verifica más bien una confluencia de poder y de dominio. Bajo estas consideraciones las fronteras se hacen borrosas y no se distinguen caminos alternativos en la dirección del bien común.
Para los que consideran necesario hacer una transformación existe conciencia que es un cambio que no puede hacerse de la noche a la mañana siguiente, hacerse por decreto o por defecto. Entonces surge el concepto de transiciones. Podemos entender a las transiciones como enfoque, procesos, actividades, recursos y talentos (conocimientos, habilidades y sensibilidades) necesarios para pasar gradual y estratégicamente de una situación actual perturbadora a una situación ideal regenerativa y transformadora.
La historia nos enseña que podemos plantear la transformación desde el sentido de urgencia (el dolor, la angustia) o desde la visión deseada (alegría, esperanza, el norte o el sur que estamos aspirando). Si partimos del sentido de urgencia movilizaremos el sentipensar, las emociones, los conocimiento y la información para activar la indignación y el deseo profundo de cambio hasta que se convierta en voluntad de acción transformadora y la propia acción propiamente dicha. Si partimos desde la visión entonces partimos de la imagen compartida del futuro deseado, identificamos las barreras que impiden alcanzar la visión y posteriormente definimos las estrategias para alcanzar la visión. Además ello implica también identificar los diversos actores involucrados y los roles a cumplir. Ahora bien estas perspectivas también se pueden dar de manera integrada.
Reconocidos los límites del desarrollo o incluso desarrollo sostenible, con sus múltiples expresiones de bienestar y de calidad de vida que mantienen su sello antropocéntrico, entonces se necesita reconocer nuevas narrativas que den sentido, forma y contenido a la aspiración. En un sentido amplio, por ejemplo, desde enfoques socioecológicos y bioculturales, podríamos estar partiendo desde los territorios saludables para enfocarnos a la felicidad de las personas y a la felicidad de los ecosistemas, no por separado sino de una manera estrechamente articulada. Esto no es novedad por cuanto el concepto de la OMS de “Una Salud” nos está diciendo que no puede haber salud de las personas si es que no hay salud de los animales y salud de los ecosistemas. De esta manera damos un giro ontológico y decolonial para pasar del antropocentrismo hacia el biocentrismo, ecocentrismo, geocentrismo e incluso cosmocentrismo. Simplemente es reconocer que las estrechas interrelaciones que existen en la trama del cosmos. Tal como se hace desde el concepto de Pachamama, o de Gaia.
La generación de la visión transformadora se ha de dar entonces desde lo deseable y posible, pero también por la capacidad y el atrevimiento para hacer los imposibles. Eso requiere una evaluación de las condiciones catalizadoras para activar el camino hacia la transformación.
Ahora bien, la transformación puede darse el poder institucionalizado o instituido (el gobierno, el Estado, las autoridades) o desde el poder instituyente que fluye desde la sociedad. Cuando vemos que el Estado ha perdido el rumbo del bien común, y solo predominan intereses políticos y económicos, como es el caso de lo que estamos viendo, entonces los procesos de transformación surgen desde las múltiples formas organizativas de la sociedad tales como colectivos, movimientos y energía transformadora que vienen desde las comunidades locales, los pueblos indígenas, los jóvenes, las mujeres, entre otros grupos demandantes y actuantes.
Como se ha mencionado líneas arriba, se requiere estar conscientes de los sentidos, contenidos y elementos de la transformación deseada. Es como si tratáramos de ubicar el dial perfecto para sintonizar la realidad. Metafóricamente podríamos usar la figura de la semilla y expresar de qué semilla estamos hablando, de qué terreno fértil estamos hablando y quiénes son los que cuidan y riegan la semilla para que pueda desarrollarse y convertir el potencial de la semilla a una vigorosa planta entretejida en la totalidad del ecosistema.
La identificación de la semilla de la transformación puede partir del conocimiento, la práctica, la combinación de ambas o desde el compromiso. También es importante precisar si estamos hablando de un núcleo de personas, un colectivo ampliado, una red o plataforma o desde una circunscripción geográfica determinada. Asimismo, será necesario clarificar quién o quiénes asumen el rol de facilitador del proceso. Un facilitador o facilitadora no implica darle un rol de conducción sino de acompañante del proceso. El objetivo central de la facilitación, bajo este contexto, es lograr que el grupo humano esté plenamente empoderado. El facilitador cataliza, nunca reemplaza.
La metáfora del terreno fértil implica aquí que hay que evaluar las condiciones objetivas y subjetivas mínimas necesarias para activar el proceso. Una vez ubicado el terreno fértil hay que dar el siguiente paso que es explorar las alternativas innovadoras. Esto implica ir más allá de la media, de lo establecido, de lo normalizado, lo protocolizado. Invita a pensar de manera distinta como lo hemos hecho hasta ahora. Para ello son muy útiles formas de pensamiento como el pensamiento crítico, el pensamiento lateral, el pensamiento divergente, el pensamiento arborescente, el pensamiento ecologizado, entre otros. Lo que sigue es evaluar las estrategias, experimentar a nivel piloto con iniciativas innovadoras, identificar ventanas de oportunidad, escalar la iniciativa y finalmente consolidar la iniciativa.
Ahora bien, todo este proceso de transición hacia la transformación requiere ser democrático, participativo, transparente, con gestión del conocimiento y las lecciones aprendidas. Requiere reconocer que no hay recetas únicas y aprender a vivir con la incertidumbre, con flexibilidad, pero sin improvisación, con inspiración pero también con transpiración, con firmeza estratégica pero también con afectos. En buena cuenta podemos resumir las transiciones hacia la transformación como pasar de un terreno baldío hacia un jardín, con flores, con frutos, con cantos y con inspiración. Solo así podremos alcanzar el ideal de trabajar por la felicidad de las personas y la felicidad de los ecosistemas, en tanto somos una única realidad entrelazada.
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* Rodrigo Arce Rojas es Doctor en Pensamiento complejo por la Multiversidad Mundo Real Edgar Morin. Correo electrónico: rarcerojas@yahoo.es
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