Varios militantes de la izquierda rusa contemporánea han tenido una trayectoria notable. De su antiestalinismo pasaron al antileninismo, lo que los hizo antisoviéticos y ahora en su justa o injusta crítica al gobierno de Putin, llegaron a ser defensores de la OTAN y de la ultraderecha ucraniana. Obviamente, desde su discurso por la paz y contra el imperialismo.
Así desde hace unos 30 años, un holograma de la democracia estaba destruyendo a nuestro tan imperfecto, tan burocrático y tan humano socialismo. Creo que allí se esconde la principal razón del porqué nuestra democrática antiautoritaria izquierda hoy, es tan poco democrática, tan autoritaria y le queda tan poco de izquierda.
En el punto opuesto del espejo terráqueo, en Chile, el flamante gobierno de Gabriel Boric no deja de desilusionar a los ilusos y dar razones a los malpensantes.
En la marcha del 1º de mayo, en el centro de Santiago, después de una brutal represión policial que impidió su avance, los asesinos paramilitares abrieron fuego contra los manifestantes, hiriendo a cuatro personas y entre ellos, a una comunicadora social que está al borde de la muerte.
Los carabineros, a pesar de las súplicas de los presentes, intervinieron solo después, y los dos sicarios detenidos en el lugar terminaron con arresto domiciliario. Eso, mientas algunos activistas políticos mapuche y varios detenidos de la revuelta social siguen presos en las cárceles de Chile y su gobierno que lleva ya casi dos meses en el poder, no puede, no sabe, no se atreve o simplemente no quiere liberarlos.
El dramaturgo chileno Juan Radrigán hablaba del concepto de la “inesperanza” como la única posibilidad real de algo constructivo frente a desesperanza y la esperanza, que nos mantienen en una especie de secuestro emocional.
En nuestro espacio de representación del siglo pasado, construimos cultural y políticamente a un enemigo según nuestra imagen y semejanza y quizás allí, esta es la principal distorsión que nos impide ver la cuerda floja de nuestra búsqueda.
El virus del neoliberalismo tiene una capacidad infinita de generar nuevas cepas y es mucho más rápido que nuestras habilidades de detectarlo. La humanidad formateada, evolucionada y revolucionada desde otros tiempos, se siente un gigantesco y torpe dinosaurio, que con la inercia de su largo sistema nervioso se entera de los mordiscos en su cola sólo cuando le han devorado ya, la mitad de su cuerpo.
El mundo social sigue atrapado por el juego de luces de tantos “progresismos” aspirantes al poder. Y mientras más oscuro sea el paisaje, como el de Colombia, más atractivo es cualquier fuego, de lo que sea, y más impostergable se hace la exigencia de milagros. “Estaríamos felices si nos mataran menos”, agregan algunos realistas, de esos, intolerados.
Presenciamos los tiempos del dominio mediático total. Cualquier novedad buena, por más insignificante que sea, no tiene chance para convertirse en noticia. El destino de Julián Assange no es solo una advertencia o un castigo, es el lugar real para el pensamiento crítico, una materia semiolvidada de las escuelas del mundo donde los ismos aún significaban algo.
Los medios construyeron un nuevo e infalible laboratorio: Ucrania. Mucho más allá de las razones o sinrazones del gobierno de Putin, el proyecto Ucrania instaura una caricatura mediática global que pintada de color fuego y sangre fresca, según el morbo y la ignorancia del consumidor, cumple con todas las expectativas del sistema: borra la memoria de sus mil guerras y saqueos coloniales e instaura a un enemigo único e incuestionable.
El rol de la pseudoizquierda postsoviética en eso es irreemplazable; para la parte intelectual del público, ella hace el último retoque de “objetividad” para que a nadie más se le ocurra pensar.
Cuando a la derecha mundial se le acaban los argumentos, algo que pasó aproximadamente a principios de este siglo, con el fracaso del cuento del “fin de la historia”, y cuando se hizo evidente el resultado de las reformas neoliberales, y en varias partes del mundo se levantaron nuevos movimientos sociales contra el poder, ya sin la Unión Soviética y sin los partidos, cambiando la geografía y la geometría de la resistencia al capitalismo, el sistema apostó por lo infalible: llegar a ser parte de los mismos movimientos.
Como en los años 60 del siglo pasado, “La Alianza para el Progreso” apostaba a imposibilitar la revolución latinoamericana por la vía del fortalecimiento de los “progresismos democráticos”, anticomunistas de la época, en el siglo XXI la agenda “verde”, “feminista” e “inclusiva” impuesta desde los centros del poder (como el FMI y el Banco Mundial) a las resistencias del mundo, hizo trizas a nuestras luchas históricas, desviando la discusión hacia lo secundario y quitándole a las fuerzas sociales, su esencia anticapitalista.
Las justas y necesarias luchas por los derechos de la mujer, las minorías sexuales discriminadas, y en contra del racismo, con ayuda de los medios fueron desvinculados de sus contenidos políticos y sociales, para ser empantanados entre las discusiones sobre el lenguaje inclusivo y las responsabilidades personales en el reciclaje de envases de plástico.
Igual que la iglesia, que desde el principio de su historia y su matrimonio con el poder, generó entre los fieles el sentimiento de culpa por sus pensamientos pecaminosos de todo tipo, asegurando así el control espiritual, el discurso ecologista moderno, en vez de organizar la lucha contra las grandes corporaciones asesinas del planeta, obliga a sus fieles a limpiar y expiar su conciencia reciclando los envases, detestando y excomulgando al vecino que no lo hace.
Mientras tanto, los activistas políticamente correctos, financiados por las corporaciones a través de sus mil tentáculos culturales y universitarios, siguen paseándose por sus reuniones importantes y alternativas, los gobiernos siguen empujando a nuestros pueblos hacia el colapso nuclear y los pocos humanos que se niegan a apoyar discursos que simplemente no comparten, una vez más, se convierten en un blanco fácil para todos.