24 de mayo 2022, El Espectador
Herencia de Pilatos o efecto post pandemia, lavarnos las manos se volvió una salida general. Llegamos a esta última semana navegando entre trinos y discursos de falsos adalides del bien, y los mandamientos de la política se volvieron ajustables a conveniencia del ofensor y el ofendido de turno. En esta ola de supremacía moral –apócrifa y desesperante– todo estigma contra el que piense distinto contribuye al propósito de alborotar el foso de los leones, y blindar así la peor posibilidad: que todo siga igual.
¡Qué desgaste esta primera vuelta! Abundan redentores de ocasión, trashumantes y agresores, y supuestos expertos que buscan el muerto río arriba, para señalar desde su tribuna los errores ajenos y casi nunca reconocer los propios. ¿Quién le dará principio de realidad a tantos sabios? Mientras la autocrítica y la empatía han estado ausentes en casi todas las campañas, el presidente se pasea por Europa, el Clan del Golfo se cree el dueño del país, la violencia y las amenazas paralizan pueblos enteros, y líderes sociales, indígenas y firmantes de paz siguen cayendo asesinados como si fueran muñecos de barro y no vidas de verdad.
Y ni hablemos sobre las alertas que dio Petro en Barranquilla. Ojalá me equivoque, pero con este gobierno “piensa mal y acertarás”. Las elecciones más violentas en 10 años (dicho por la Misión de Observación Electoral) y 29 asesinatos en dos meses, no son datos despreciables. Despreciable es que mientras todo eso pasa, el gobierno siga con el piloto automático en modo indiferencia. No es hilar delgadito: a muchos les asusta un gobierno de izquierda porque sienten amenazada su prosperidad económica, la empresa privada o la banca tal cual la conocemos… pero lo realmente grave es que un triunfo de la izquierda podría dejar a algunos que han hecho hasta lo imposible por evadir la justicia, en alto riesgo de perder su libertad. Y eso sí son miedos mayores.
Después de Duque, cualquiera se cree capaz de gobernar a Colombia. ¡La vara quedó muy bajita! Pero es lo que hay. Y la democracia imperfecta sigue siendo nuestra única posibilidad de salvación. Nuestra única opción de ponerle un alto al fuego; un alto a la insensibilidad que llueve del Estado para abajo y a la inequidad que se multiplica, porque a demasiados los lesiona, a muy pocos les conmueve y a muchos ni les importa. La democracia sigue siendo la única opción lógica de tener gobernantes que algún día se ocupen en serio de proteger, respetar y dignificar a la ciudadanía. Ahora, para que el milagro ocurra, es preciso que llevar las riendas de la nación sea un compromiso que honre, y no el resultado de una compraventa de egos. El poder debe ser una herramienta para servir al pueblo, no al revés. En este punto y hora lo que depende de nosotros es que el domingo votemos a conciencia, no por lo que nos dicte la fierecilla domada que tenemos dentro, sino por lo que nos diga la mejor versión de nosotros mismos. El deber ciudadano no es solo votar. Es votar con independencia y honestidad, con inteligencia social, con sensibilidad, como si realmente Colombia nos importara más allá de nuestro propio y amurallado bienestar.
Mejor dicho, lo que estoy pidiéndoles y pidiéndome, es que no nos quede grande la democracia, porque si no, le seguiremos quedando chiquitos a la historia.
Y hablando de historia, si aún no lo han hecho, por favor lean la entrevista de Cecilia Orozco a Gonzalo Sánchez. Salió el domingo 22 de mayo, en El Espectador. Magistral.