Rodrigo Tizón es el coordinador de la Red de Agroecología (Redae) del INTA. Detalla las ventajas de la agroecología frente al agronegocio y señala la falta de políticas públicas para producir alimentos sanos. Destaca la necesidad de tierra para las familias campesinas y la potencialidad de la agroecología para alimentar a toda la población local y también exportar.
Por Nahuel Lag
La agroecología es una realidad que crece en todo el país. La afirmación es un hecho para chacareros, trabajadores de la tierra, académicos que impulsan este paradigma frente a la hegemonía del modelo agroindustrial de monocultivo. También es una realidad para los técnicos del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) que son parte de la Red de Agroecología (Redae) que publicó un mapeo de las 80 experiencias agroecológicas que acompañan en todo el país. “En los territorios, el proceso que se está dando hacia la agroecología es claro. En algunos casos emerge por problemáticas ambientales, en otros por merma productiva y en otros por dramas sociales como la deriva de agroquímicos”, señala Rodrigo Tizón, coordinador nacional de la Redae.
Tizón, biólogo y coordinador de la Redae desde 2021, destaca que la red “recupera la mística del INTA”, la de relación del agente del instituto con el chacarero y sostiene que eso es intrínseco al paradigma de la agroecología, “que no es solo ciencia sino práctica y movimiento”. De la red participan 160 agentes del INTA, distribuidos en 105 unidades desde La Quiaca hasta Ushuaia, y las experiencias que acompañan son 26 módulos agroecológicos del instituto, cuatro parcelas demostrativas, tres módulos educativos, 22 experiencias compartidas con el programa Cambio Rural y 25 experiencias privadas.
Se trata de sistemas productivos mixtos, extensivos y hortícolas, agrícolas y ganaderos, y apícolas y forestales. La mayor parte de las producciones son mixtas (agrícola-ganaderas) en la agricultura extensiva y hortícolas en la intensiva. También hay una gran variedad de producciones: carnes ovina, caprina, vacuna; leche y huevos; frutos secos, cítricos, vid para vinificar y uva de mesa, olivos, aromáticas, algodón y caña de azúcar.
El coordinador sostiene que en el trabajo en el territorio se hace evidente que “el crecimiento de la agroecología es exponencial” y eso coindice con la cantidad de actividades que surgen en el instituto, la mayoría contenidas dentro de la red. Sin embargo, la Redae busca, con la publicación de este mapeo de experiencias, volver a sentar sus bases. Desde su creación, en 2013 funcionó como programa nacional, con presupuesto propio dentro del INTA, pero durante la gestión macrista en el periodo programático 2018-2022 fue degradada y quedó dentro del Programa de Ecofisiología y Agroecosistemas.
La apuesta es volver a poner a la Redae dentro del mapa del INTA –que históricamente no cuenta con representación en su Consejo Directivo de los sectores campesinos y de pequeños productores protagonistas del avance de la agroecología– y conseguir que vuelva a ser programa nacional para el periodo programático 2023-2027. Esas expectativas reflejan también las tensiones que se viven en otros organismos del Estado y universidades frente al crecimiento del paradigma de la agroecología y el hegemónico paradigma agroindustrial.
Tizón confía en que la agroecología tiene un enorme potencial de crecimiento y con condiciones para la exportación, amén de resolver debates sobre el prioritario abastecimiento local, pero para ello son necesarias políticas públicas que promocionen el sector, que den acceso a la tierra y generen las condiciones para restablecer los entramados sociales y productivos rotos por el modelo de monocultivo de soja, en particular, en la zona núcleo pampeana.
En ese contexto, el coordinador de la red destaca el acompañamiento desde el INTA para “una investigación acción participativa (IAP), que transforme sistemas en el territorio”. “La agroecología es un sistema de resolución de problemas”, asegura Tizón y señala que ante las tensiones con el paradigma agroindustrial que comienza a hablar de “sustentabilidad”, la agroecología “tiene una mirada sistémica y holística, tiene método, tiene formas de evaluar”, cuando el resto de las supuestas soluciones presentan marcos difusos.
—Decís que en el trabajo de los agentes con los chacareros, con los pequeños productores, se observa un crecimiento exponencial de la agroecología, ¿por qué se está dando está transición de acuerdo a las experiencias de la red?
—No se puede trazar una línea precisa porque hay agentes trabajando en agroecología en La Quiaca y en Ushuaia, literalmente. Pasando por Misiones, La Pampa y Cuyo, hacer una sola definición del por qué es difícil, pero sí se puede sostener que el sistema agroindustrial no resuelve todos los problemas de la gente. Resuelve la rentabilidad de algunos, pero no todos los problemas que existen en el territorio. Cuando hacés un paneo por todo el territorio aparecen distintos problemas: migración rural, contaminación, baja de rendimientos productivos por degradación de suelos. En cada punto del país, en cada región, se pueden indicar un problema a destacar, pero son múltiples. Para todos esos problemas que se dan en el territorio, la agroecología tiene una respuesta. Si hay una definición que se le puede dar es que la agroecología es un sistema de resolución de problemas. No es una técnica o una práctica como la siembra directa sino que es un sistema de resolución de problemas a través de sus principios. La FAO tiene mala prensa, pero con los denominado “10 elementos de la Agroecología”, logró hacer una síntesis que convocando a todos los actores: desde La Vía Campesina –creadora de la definición de soberanía alimentaria– hasta agroecólogos de todo el mundo.
—¿Cómo se plasman esos principios en el territorio?
—A partir de los 10 principios –en sus dimensiones productiva, social y ambiental– se puede ir definiendo cuáles se están cumpliendo y cuáles no. Entre ellos, diversidad, eficiencia, resiliencia, reciclaje, entre los productivos. Luego tenés otros principios de contexto como gobernanza responsable, un principio necesario para un nuevo paradigma que aún no cuenta con todas las normativas ni políticas públicas que necesita. Por otra parte, como principios centrales está el comercio y la economía circular. Desde la perspectiva social, lo que se propone es que la construcción del conocimiento no se hace de manera lineal –como otros sistemas productivos que recuperan una ciencia monocultural– sino que el principio es construcción colectiva y dentro de ella la cultura, los valores y tradiciones de cada región. No hay poemas que hablen de la soja y el glifosato, ese sistema no tiene personas, no tiene cultura, no tiene guitarreada.
—¿Trabajar con los principios de la agroecología permite marcar una diferencia frente a las posiciones de lo “sustentable”?
—Con estos principios, en cada territorio podés analizar con indicadores los distintos niveles de avance y realizar una escala de la transición agroecológica hacia la transformación territorial. Cuando se llega al final del proceso, una agroecología madura no es solo el cambio en un predio sino en todo el territorio. Por eso, en la Argentina y en todas las experiencias que trabajamos con el INTA hablamos de transición. Si te ponés muy fino, de agroecología madura no vas a encontrar una experiencia acabada. Es muy importante trabajar con los principios porque te da una diferencia fundamental con cualquier otro sistema similar, aquellos denominados “producción sustentable”, “intensificación sustentable”, “producción regenerativa”, “ganadería regenerativa”, “producción orgánica”. Todas pueden estar cerca de la agroecología, todos pueden decir qué están trabajando en las dimensiones productiva, ambiental y social, pero no tiene indicadores ni grados de avance. Llaman a una producción “sustentable” en un marco difuso.
—Mencionaste que desde el cumplimiento cabal de los principios de la agroecología las producciones en todo el país están en “transición”, sin embargo ya existen experiencias que van desde la producción hasta el consumidor, ¿cómo lo evalúas?
—Esos circuitos existen, descrito así, existen experiencias agroecológicas. Pero cuando hablamos del análisis desde los principios se observan cuestiones más en detalle. En las chacras, a veces, se puede ver la autoexplotación de los mismos campesinos. Se puede decir que llegó el producto a un circuito cercano, sin agroquímicos y muy nutritivos, pero qué pasa con esas familias productoras: ¿se autexplotan? ¿cuáles son los indicadores para decir que están viviendo bien? Los productos de la agricultura familiar desde la sanidad están en óptimas condiciones, sin agroquímicos, pero ves que las familias viven en casas precarias, ¿eso es agroecología? No, no llegó a ser agroecológico. No es una crítica a las familias productoras sino el análisis global del modo de producción. La responsabilidad no es de esas familias productoras sino del Estado que tiene que garantizarles condiciones de vida dignas.
—Los casos que mencionás tienen que ver con lo que ocurre en los cinturones hortícolas, donde hay un reclamo concreto de las familias productores que es el acceso a la tierra…
—Sí, exactamente. En ese punto llegamos al problema fundamental que es la tenencia y distribución de la tierra. Estos productores, cuando logran salir de la condición de autoexplotación, tampoco pueden invertir en las tierras que trabajan porque viven con la amenaza de ser echados. En Bahía Blanca, de donde soy, vemos este problema frecuentemente con los productores hortícolas, la problemática es más grande en periurbanos como el del Gran La Plata. Todo lo que tiene que ver con la distribución de la tierra está presente en la Ley de Reparación Histórica de la Agricultura Familiar, lo que falta es la implementación. Las cuestiones de la distribución de la tierra podrían avanzar con un ordenamiento territorial desde el Estado nacional y permitiría que ocurra, incluso, sin tensiones. Las tierras fiscales están, pero falta que se ponga mano a la obra en territorios, en los periurbanos, para generar equipos que piensen cómo y qué producir en ellas.
—En el mapeo de experiencias agroecológicas del INTA no solo hay unidades del instituto sino también experiencias de productores privados en transición, ¿cómo es la situación de esos campos?
—Todos los módulos agroecológicos presentes en el mapeo –sean privados, educativos, de Cambio Rural, de las unidades experimentales– tienen una gran diferencia con la investigación clásica del INTA porque trabajan con conceptos de la Investigación Acción Participativa (IAP), en cada una de las experiencias la investigación está asociada con algún productor, consumidor o transformador de materias primas. Las parcelas agroecológicas presentes en el mapa son las más cercanas a la investigación clásica del instituto, el resto se trabajan con IAP. Se organiza la investigación junto a la sociedad, sea con el productor o con transformadores de materia prima como harineros de trigo agroecológico o con redes de consumidores. Se trabaja con un enfoque holístico, con toda la red de relaciones hasta llegar a la góndola, al bolsón o la feria. Por eso, por ejemplo, se promueven los Sistemas Participativos de Garantía (SPG), como esquemas de diferenciación agroecológica (certificación), pero también de organización comunitaria. Al ser tan complejo se necesitan más personas, de más disciplinas, desde la ecofisiología del cultivo a economistas que trabajen en la comercialización, ingenieros que piensan en maquinarias o sociólogos que analicen todo el sistema de relaciones Toda una complejidad que se investiga y sistematiza para que pueda ser replicada, es el objetivo final del INTA.
—Dentro de esta complejidad que implica la agroecología y de acuerdo a las experiencias de acompañamiento del INTA, ¿cómo ves la continuidad de este modo de producción y su crecimiento?
—Lo más difícil de escuchar para los agroecólogos es el escalamiento del sistema. La agroecología con su modo de acción estricto, de producción y venta local, puede desarrollarse en cierta cantidad de hectáreas de la Argentina. Si dijéramos, a partir de mañana, toda la producción pasara a ser agroecológica, nos sobrarían alimentos. Y se debería revisar de qué manera esos alimentos se pueden exportar. La certificación orgánica –a partir de la Ley 25.127 de producción orgánica– podría ser un aliado de la agroecología, ya que tiene armados los protocolos y homologadas las certificaciones que se aceptan en Europa o Estados Unidos. En ese punto soy más flexible en lo que tiene que ver la venta local, no respecto del abastecimiento local que es una máxima y tiene que estar dada. Pero respecto de sostener solo la venta local es interesante abrir el debate para pensar qué hacer con los excedentes de las producciones agroecológicas, una vez cumplido el abastecimiento local. Pensando en el sistema extensivo de La Pampa, con un caso emblemático de la agroecología como Guaminí, no es posible que la producción solo quede en la venta local. En la actualidad, mucho del trigo agroecológico que se produce se va al sistema convencional. Si no se piensa en las maneras de exportar los productos de la agroecología le dejamos esa tarea al sistema agroindustrial.
—El debate en orden público parecería estar en una instancia anterior, cuando aún no existen políticas públicas para ampliar la agroecología y se sigue sosteniendo que la agroecología no sirve para abastecer los sistemas alimentarios…
—Ese debate no está entre los productores y técnicos que son parte de la Red de Agroecología. Es un debate que está en las grandes corporaciones…
—Y también en el Estado todavía está instalado que la agroecología es un reclamo ambiental, el INTA impulsa programas de tecnificación, se aprueba un Plan Ganadero que impulsa más el feedlot que la ganadería regenerativa, hablamos de trigo y tenemos la aprobación del trigo HB4…
—En cualquier institución del Estado o, a nivel internacional en la FAO, vamos a encontrar líneas de trabajo que persistan en el paradigma de la “revolución verde” y líneas de trabajo agroecológicas. En las facultades de Agronomía te encontrás con una materia de agroecología y una de biotecnología. El Conicet convive con el desarrollo del trigo HB4, pero también de variedades de adaptación local. Esas tensiones también están en el INTA que ha promovido el sistema de siembra directa con agroquímicos y luego un enfoque agroecológico. Estamos hablando de distintos paradigmas, no de distintos sistemas productivos o distintas técnicas. Son dos paradigmas diferentes.
—¿Pueden convivir?
—Creo que la respuesta está en el ordenamiento territorial para que la agroecología pueda desarrollarse ampliamente, la agroecología tiene un espacio enorme para crecer. Las tensiones están y, obviamente, el sistema agroindustrial tiene otras herramientas para pensar los problemas que generó el sistema industrial –malezas resistentes, agotamiento de los suelos, expulsión de los campesinos– y también están buscando herramientas para hacerlo, aunque siempre se queda atrás con lo social. Más allá de las tensiones, la agroecología tiene una mirada sistémica y holística, tiene método, tiene formas de evaluar y propuestas. Más allá de las tensiones, la agroecología tiene respuestas y desde el INTA proveemos información para el escalamiento.
—Volviendo a lo productivo y a partir de la experiencia de la red y las producciones con las que trabajan, ¿la agroecología está en condiciones de escalar con potencial exportador?
—Sí, se puede escalar con potencial exportador, sin dejar de lado el debate del abastecimiento local para no generar un nuevo sistema vicioso de exportación de commodities. Se pueden hacer acuerdos con la producción orgánica, se pueden hacer acuerdos directos con compradores en el exterior. Ya hay ventas de carne de pastizal donde no es necesaria la certificación para exportar. Serían exportaciones que, además de generar divisas para el país, fortalecería la producción agroecológica de abastecimiento local. Que primero tenemos desafíos desde lo local, seguro.
—¿Cuáles son esos desafíos?
—Los desafíos locales tienen que ver primero con el armado de entramados sociales rotos, acompañado por políticas públicas. El entramado social es el productor en el campo, los canales de comunicación que necesita ese productor, la relación con su comunidad, la acumulación de conocimientos colectivos, la comercialización justa. En las economías regionales el entramado productivo puede no estar tan afectado, el punto de partida puede estar mucho más cerca o aún prevalecer. Pero en la región pampeana se rompió absolutamente cuando en los años ‘70 y ‘80 ese entramado existía. El productor, además de trigo, producía huevos, lechones, aves, mieles. Todo se distribuía en el ámbito local y otros exportaban. Ese entramado se rompió por la expulsión del chacarero, el campesino, del campo a la ciudad; la transformación mecanizada del sistema de monocultivo. Sobre todo con la sojización, que rompió el entramado, quitó mano de obra y redujo la diversidad con un alimento que no se consume en el territorio.
—Hablaste de las políticas públicas que el Estado debe poner en marcha para reconstruir el entramado productivo en el campo, ¿cuáles serían?
—Se necesitan políticas públicas en diferentes niveles del Estado, con diferentes niveles de acción. A nivel nacional se precisan marcos generales porque la agroecología es situada, necesita del análisis del territorio para crear políticas, que podría ser una Ley de Agroecología general, luego leyes provinciales que ajusten su realidad social y ambiental a esta paradigma; y, por último, el nivel de acción en el que la agroecología se siente más cómoda es el municipal: con normas y ordenanzas específicas para las necesidades territoriales. Las políticas deberían ser de promoción, por ejemplo, una norma a nivel nacional que indique que el Estado compre alimentos para escuelas, comedores y hospitales, primero a los productores agroecológicos. A nivel provincial existen tres provincias con leyes para el sector: Misiones, Chaco y La Pampa. A nivel más local deberían trabajarse los Sistemas Participativos de Garantía. En esta tarea está la responsabilidad la Dirección Nacional de Agroecología para que vaya prendiendo el escalamiento de las normativas para la promoción de la agroecología.