5 de julio 2022. El Espectador
Hay días y meses llenos de significado, como el mayo del 68 cuando estudiantes y trabajadores se tomaron la primavera y las calles de París para protestar por el capitalismo y los imperialismos, y De Gaulle tuvo que anticipar las elecciones; o el 2 de octubre del mismo año en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, donde fueron masacrados 300 mexicanos. El horror del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York; o el 18 de agosto de 1989 cuando matan a Luis Carlos Galán y con él se llevan buena parte de la esperanza de Colombia.
Algunos, como este junio de ahorita, reivindican triunfos populares y trazan derroteros de paz. Este junio, en esta esquina de Latinoamérica, una líder social, abogada afrodescendiente nacida hace 40 años en la vereda de Yolombó –y decretada por la BBC una de las 100 mujeres más influyentes del mundo– es elegida vicepresidenta de Colombia. “Nuestras abuelas nos enseñaron que el territorio es la dignidad, y ésta no tiene precio”. Francia Márquez, defensora de “la Casa Grande” como sinónimo de vida, lleva las comunidades en su sangre ancestral; a partir del 7 de agosto será la vicepresidenta en el gobierno de un hombre que hace más de 30 años dejó la lucha armada y se ha dedicado desde entonces a una construcción política de equidad social.
Este mismo junio, ocho excomandantes de las extintas FARC reconocieron ante la JEP su responsabilidad en los delitos de secuestro y desaparición forzada. A la cúpula de la insurgencia que tuvo en jaque a Colombia más de 50 años, se le quebraron la voz y los ojos. No se trata de justificar lo injustificable. Se trata de admitir que empezamos a sentir la rehumanización gestada en el Acuerdo de Paz; y reconstruir la vida y no asfixiarnos en las cadenas perpetuas que funden con hierro y sangre los conflictos desbordados.
Junio. Los Comisionados de la Verdad presididos por Pacho de Roux –el sacerdote que lleva años reparando con inmensa bondad y sabiduría el descosido social dejado por la violencia– entregaron al mundo el Informe Final de la Comisión. Más que un documento de 900 páginas, es un testimonio desgarrador sobre ese monstruo inútil y degradado que llamamos guerra; queda claro que la fuerza no triunfa sobre la razón, ni las armas sobre las almas. El informe recoge lo que hemos sido y hecho; lo que sucedió mientras nos aferrábamos a nuestra zona de confort, y lo que jamás puede volver a pasar. Décadas de indiferencia, indolencia y estigmatizaciones, que costaron 9 millones de víctimas. La verdad no quitará la vergüenza por los 6.412 falsos positivos, pero aliviará el dolor de las madres huérfanas de hijos. 450.664 colombianos fueron asesinados entre 1995 y 2018, (80% civiles). Hay registradas 205.028 víctimas mortales por la acción paramilitar, y 122.813 por las distintas guerrillas (FARC, ELN y otras). No se confundan. No son cifras: son seres humanos hoy convertidos en mandato para la no repetición. La verdad y los muertos nos exigen un alto al fuego físico y político, verbal y emocional. Definitivo.
En este junio Colombia tomó decisiones que nos comprometen íntima y socialmente, y marcan el inicio de un nuevo pacto: Hacer de nuestro país no un eterno camposanto, sino un territorio de paz genuina, democrática y total. Del compromiso a la realidad hay que unir 50 millones de voluntades; y es ahora, es ya, porque hasta el futuro se cansa de esperar.
“Que no nos vaya a llegar la partida estando separados los unos de los otros”, dijo Pacho de Roux. Que su plegaria, entrañable Pacho, sea nuestra carta de navegación.