Por Ricardo Romero
La dirigente comunista Manuela D’Ávila disputó varias veces la intendencia de Porto Alegre y acompañó como candidata a la vicepresidencia de Brasil a Fernando Haddad en 2018. Una de las dirigentas jóvenes que apadrina el propio Luiz Ignacio Da Silva, a quién seguramente acompañará con un lugar relevante en el gobierno si Lula es reelecto, como se presume. Tiempo tuvo la oportunidad de dialogar con Manuela durante su breve visita a Buenos Aires.
-¿Cuán cercano está el bolsonarismo del fascismo?
-Ahí hay algo que Hannah Arendt teorizó acerca de cómo ellos ven a los enemigos, lo que hacen es deshumanizarnos. Es la estrategia que utilizan. Lo muestra cuando una fuerza política se pone a agredir a una niña de 45 días como lo han hecho con mi hija. Agredían a la hija de una comunista ‘que debe ser exterminada’. Una lógica de acción política de los fascistas: te sacan del punto de adversario para colocarte en la categoría de enemigo que debe ser eliminado, donde no hay individualidad sino que cada uno de nosotros representamos un conjunto de ideas. Debemos tenerlo siempre presente, aunque yo no creo que las personas sean malas: además de comunista, soy cristiana. Tengo la convicción que la maldad se genera en las personas: no es algo de generosidad, sino del compromiso de intentar comprender a mi pueblo. ¿Qué quiere una persona que agrede a una niña? ¿Qué tiene en la cabeza? Es una lógica de construcción de lo que han hecho con los judíos o los homosexuales en Alemania. Lo hemos discutido mucho en Brasil. Muchos de nosotros, incluyo yo, llamamos fascista a Bolsonaro y hay razones para eso. Uno no puede usar esa expresión de manera irresponsable. Porque tiene un contenido, no es una palabra, es un contexto. De fascismo tiene la propaganda, la negación del adversario, el lenguaje, el apego a la patria. Pone la patria en el centro, el nacionalismo, como algo que puede construir grupos que están con el nacionalismo. Bolsonaro recorre ese camino.
-La ultraderecha crece en el mundo.
-Lo que pasa en el mundo, lamentablemente no se va a resolver en cinco años. Es una crisis muy profunda del capitalismo, de la política. Lo que pasa con EE UU, con China, con la Guerra de Ucrania… Estamos en ruinas con temas como las migraciones, u otras problemáticas muy grandes como el precio de los alimentos que aumentó el 60% en el mundo durante el último año. Son cosas que no podremos resolver en un gobierno. Por eso tenemos que hablar de cómo se organizan ellos: hay un punto donde tanto la derecha neoliberal y nosotros mismos no sabemos exactamente cuál es el proyecto. De eso habla mucho Álvaro García Linera. Vivimos una oleada. Hemos hecho un grado de reformas. Pero ahora ¿cuáles son las que se deben garantizar en éste contexto que es completamente distinto? Yo creo que el básico es que haya bienestar para los pueblos.
-¿El sistema está en crisis?
-Desde 2008 se vive una nueva crisis. No se sabe si el neoliberalismo va a seguir vistiendo la ropa de la democracia, porque es ropa, no es convicción. La utilizan y se la sacan cuando lo consideraron. Una crisis ideológica sobre cuál va a ser su camino. Hemos tenido una crisis en los ’80: nos marcaron que la salida era neoliberal. Pero, ahora, ¿cuál es la nueva salida? Los indicios es que, al menos en América Latina, que es donde vivimos, no va a ser democrática, no va a buscar compromiso con la gente, garantizar la voluntad popular. Por eso debemos hablar de fascismo. Bolsonaro puede ser el más estúpido del mundo, pero no es un problema sólo de Brasil, es la consecuencia de un problema mundial. Tiene mucho que ver con lo que pasa en otros países. La derecha en el mundo y en nuestra región no es mayoritariamente democrática. Por ejemplo, nuestros compañeros están en lucha en Ecuador; en Bolivia hubo un golpe civil y militar. Lo que pasó en Colombia no es muy distinto a lo que pasó en Chile.
-Una derecha refractaria a la democracia.
-Tenemos que hablar de los antisistema. Nosotros nos quedamos defendiendo la democracia, con sus crímenes conocidos y ellos se quedaron con la radicalidad. Me vuelven loca con eso: ‘yo soy la comunista’. Muestran ahora la bandera de los cambios profundos. ¿Qué cambios? ¡No hacen nada! El cambio de que la gente tenga hambre. Algo que vivimos hace 200 años, es la historia de la humanidad. La civilización es lo contrario: que la gente no tenga hambre. Nosotros debemos defender la Democracia y recuperar la radicalidad de las propuestas que puedan garantizar la emancipación del pueblo. En tal sentido, estamos en una crisis de perspectiva también. No está mal decir eso, porque a veces pensamos que tenemos que saber siempre lo que hacemos. Debemos seguir pensando en paralelo a esa violencia.
-¿Qué se viene después de Bolsonaro?
-Estamos contentos. Todas las encuestas nos indican que vamos a vencer, inclusive podría suceder en la primera vuelta, lo que nos daría más fuerza política para gobernar. Sobre todo, significa también una demostración muy fuerte para la sociedad brasileña, que no hay ningún espacio para otra alternativa que no sea democrática. Que no sea la de valorar el pacto del pueblo. Una de las diferencias brutales que vamos a vivir desde el próximo 1° de enero, respecto a lo que vivimos hace 20 años, es la cuestión democrática. Cuando estábamos en el gobierno, casi nadie cuestionaba la democracia. Ahora se apropiaron del discurso de ser los defensores de la libertad o de los derechos individuales, pero es algo que les sale de la boca, no está dentro de ellos. Hemos vivido en los últimos años, sobre todo desde el golpe a Dilma Rousseff, un proceso de amenaza a la democracia y se da por la disputa geopolítica y la crisis del capitalismo, que va a ser permanente. En Brasil hubo un golpe parlamentario y luego la prisión de Lula, mediante el ‘lawfare’. Debemos hablar de eso sin cansarnos porque una de nuestras luchas es garantizar que la voluntad del pueblo sea respetada. Algo central. Y nos vamos a encontrar a un Bolsonaro que va a intentar desconocer la victoria de Lula. Ya amenaza con eso. Aunque no tenga sustento: es el presidente de la República, no un líder estudiantil en la disputa de un Centro de Estudiantes. Y otra casa insólita: va a organizar un conteo de votos paralelo… En Brasil no ocurre desde 1989. Más allá de que no tiene fuerza institucional para un golpe, lo va a intentar; va a lograr muchos focos de resistencia civil, generará un discurso político de violencia. Y tienen la hegemonía del uso de la fuerza.
-¿Cómo imaginás el gobierno de Lula?
-Bolsonaro nos dejará un país que nadie imagina. Hoy Brasil es otro país. Con 33 millones de personas con hambre; con 15 millones de desempleados. Es un número suficiente para que se entienda lo que vivimos. A mucha gente, el trabajo de 15 a 18 horas diarias no le garantiza la comida. Ocurre algo inédito: siempre hemos vivido momentos de desempleo en América Latina, pero cuando uno tenía trabajo, tenía alguna dignidad. Ahora ni eso.
-Encima, en cada reforma, se pierden derechos.
-Es muy triste. Hemos tenido una reforma laboral y de pensiones, a lo que se le suman grandes privatizaciones, como la de la electricidad (Eletrobras). ¿Cómo desarrollar un país sin tener la herramienta energética? Brasil es un país liquidado. Ahí está la enorme importancia de que construyamos una unidad larga, desde el principio.
-¿Cómo revertir esto?
-Tengo mucha confianza. Conozco los gobiernos de Lula, su construcción de la integración latinoamericana. La Sur-Sur es algo muy profundo. Fue una parte esencial de nuestros gobiernos. En su momento significaba menos; ahora resulta esencial. Lo veo muy cercano a quienes impulsan eso: Celso Amorim, por ejemplo.
-¿Cómo juegan los intereses de Biden en América Latina?
-Hoy Biden no se puede enojar con Bolsonaro. El poder de las empresas es tan grande que no puede amenazar con un bloqueo, como lo hace en Cuba de manera criminal. Pero no puede hacerlo a Brasil, porque sus empresas no lo van a sostener. Es una dimensión del neoliberalismo: sacarle al Estado las decisiones de la política. Los intereses de Biden son tan profundos en el tema de la Amazonia que no se va a pelear con Bolsonaro. Aunque no firmó tal o cual documento, de todos modos, con su política garantiza la subordinación. Lo que dice o hace, poco importa.
-Lula siempre tuvo posiciones muy firmes al respecto.
-Hay un chiste que Lula cuenta siempre. Geoge W. Bush lo llamó y le dijo: ‘Compañero Lula, tenés que ayudarme en Irak’. Y Lula le respondió: ‘Amigo, no conozco Irak, nunca he estado. Mi pueblo ni sabe dónde queda Irak. Yo tengo 15 millones de personas con hambre, la guerra que yo tengo es contra el hambre. Mi país no va a apoyar la guerra’. Esa es la manera de Lula de hacer las cosas. Bolsonaro lo intentó romper, pero la posición diplomática de Brasil es la de la salida pacífica de las crisis. «