Durante un mes presentaremos semanalmente, una crónica sobre las víctimas de desaparición forzada en Colombia. Este delito ha separado a 99.235 personas de sus familias, según Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas.
En esta primera entrega narramos la historia de Teresita de Jesús Gutiérrez, quien en medio de la búsqueda de su hijo, Cristián Camilo, desaparecido hace 24 años fundó junto a otras mujeres la Asociación Caminos de la Esperanza Madres de la Candelaria, ubicada en la ciudad de Medellín, Antioquia.
«No me iré hasta encontrarte»
En uno de los edificios del pasaje comercial La Bastilla, ubicada en el cuarto piso, está la oficina 407. Tras recorrer el pasillo se escuchan las voces de varias mujeres, parece haber una reunión. Después de tocar el timbre, una de las señoras abre la puerta y luego la reja de seguridad. Hay cerca de 15 personas, en su mayoría mujeres que oscilan tal vez entre 35 y 80 años; seguramente madres, esposas o hijas de las personas de las fotografías que están colgadas en las paredes de la Asociación Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria.
Acaban de terminar un taller de confección. Es viernes 21 de febrero de 2020, es la 1:30 p.m. Las participantes recogen los moldes de los bolsos que cosen, comen un sánduche, una chocolatina y un jugo antes de ir al platón frente a la entrada de la iglesia de La Candelaria, ubicada en el centro de Medellín, frente al Parque de Berrío.
Mientras las asociadas salen para el plantón, Teresita de Jesús Gaviria, una mujer de 75 años, de unos 1,50 metros de estatura, cabello corto y bien arreglado, y de ojos cafés brillantes, les dice: “yo hoy no puedo ir, pero acá las espero”.
Un viaje sin retorno
Después de que los demás familiares salen de la oficina y cierran la puerta, ella entra a la cocina, prepara el tinto y, mientras hierve el agua de la cafetera, empieza a recordar algunos episodios del año 1997 cuando estuvo con sus dos hijos Cristián Camilo y Juan Diego en Argentina; visitaron la Plaza de Mayo donde estaban reunidas las madres de los desaparecidos durante la dictadura militar.
Pasó un año desde su viaje a Argentina y, aunque sus recuerdos se han hecho débiles con los años, ella hace un esfuerzo por reconstruir la historia. Cristian Camilo Quiróz Gaviria de 15 años y medio, estudiante de noveno grado, cabello castaño oscuro, ojos grandes, cejas pobladas, con un tatuaje en el hombro y amante del arroz con pollo acompañado de ensalada y huevo cocido, según lo relata Teresita, la había logrado convencer para que le diera permiso de ir a Bogotá, tras tener buenas calificaciones en el colegio. El viaje sería con su amigo Wilson, un ingeniero, profesor y amigo de la familia y con Giovani, un conocido de la familia y quien conduciría el carro en el que harían el viaje.
El 5 de enero de 1998, los tres salieron de Medellín hacia la capital colombiana. Cerca de las 11:30 a.m., Giovani le relató a Teresita que había parado en la vía Doradal- Bogotá para tomar un refresco. En ese momento, un grupo de hombres los interceptaron, se los llevaron y dos horas después, dejaron a Giovani libre. Al regresar a Medellín, Giovani llamó a Teresita a contarle lo sucedido. Ella interrumpe la narración y dice: “¡Ay mija, eso es muy duro! El mundo en ese momento se detuvo y todo se me vino abajo”. Ella se sentó en la silla y puso el pocillo humeante encima de la mesa de madera que está contra la pared, el mismo que tiene dibujado un árbol de la vida con los desaparecidos y secuestrados de la Asociación.
Ella mira hacia la foto de Cristián que está al otro extremo de la oficina, colgada bajo un crucifijo, como pidiéndole por su hijo y continúa con el relato. Al colgar la llamada, Teresita buscó entre su agenda el teléfono de Betsabé, la madre de Wilson. La llamó y ambas decidieron pedirle a Giovani que les indicara el lugar donde los hombres se los habían llevado. Ellas al día siguiente viajaron a Doradal, Antioquia. Entre las pistas, encontraron que la caseta en la que habían parado a tomar algo, ya no estaba y un rosal que él les indicó, en realidad era un arbusto. Tanto Teresita como Betsabé, con la fotografía de sus hijos recorrieron Doradal preguntando por ellos. Sin embargo, parecía que nadie los había visto.
Ambas señoras fueron varias veces a Doradal. Dos meses después, en uno de los recorridos que hacían tratando de encontrarlos, Teresita recuerda que un hombre sentado en la puerta de su casa le dijo: “cogimos a dos hijos de papi y los pusimos a trabajar”. Teresita respiró profundamente y dijo: “ojalá hubiera sido así. Yo pensaba que lo encontraría ese día trabajando”; pero a pocas cuadras de esa casa una adolescente embarazada les dijo: “miren señoras, no los busquen más que Ramón Izasa (paramilitar) y sus hombres los mataron”. “Cuando me dijeron eso sentí que se me paralizó el corazón. Yo llevaba conmigo unos pantaloncillos por si estaba desnudo. Y que le digan eso a uno… no, es muy duro”.
La muchacha les dio indicaciones de dónde podrían estar. Al llegar allá, vieron un bulto de tierra. “Yo llevaba conmigo un palo, removimos la tierra con este y con nuestras manos”. Allí encontraron los primeros restos. Algunas de las prendas se parecían a las que llevaba el hijo de Betsabé el día de su desaparición, un pedazo de pantalón y una chancla. Además hallaron una platina que le habían colocado en un brazo tras una fractura; no obstante, el cadáver no tenía cabeza.
Los restos humanos que estaban debajo del cuerpo de quien podría ser Wilson, tenían el pelo más lacio, no estaba el tatuaje y las cejas eran menos abundantes que las que tenía Cristian Camilo. Además, Teresita rememora que no tenía la ropa con la que él salió de casa.
Tras este episodio ella siguió viajando hasta Doradal a buscar a su hijo. En uno de esos viajes un policía del lugar y, de quien ella no recuerda el nombre, le indicó que un Teniente Porras, al parecer comandante de la Policía del municipio según el recuerdo de Teresita, había enviado a Cristian Camilo con Ramón Isaza. Así que ella fue a buscar al “Teniente Porras”, pero no lo encontró.
El encuentro fallido
Pasaron seis meses en los que ella buscó a Cristián Camilo por el Oriente Antioqueño, fue a las emisoras para denunciar su desaparición, a la Fiscalía y a la Policía. En algunas ocasiones después de su jornada laboral como Secretaria general y encargada del estadio Atanasio Girardot, lo iba a buscar por Medellín. Los fines de semana, junto a sus hermanos, recorrían el Valle de Aburrá y otros municipios antioqueños.
A pesar de no haber encontrado a su hijo, ella pensaba que Ramón Isaza le daría razón acerca del paradero de Cristián. Por ello pensaba constantemente cómo encontrarlo. Así que entre el 2 y el 3 de diciembre de 1998, Teresita se enteró que el hijo de Ramón Isaza, Omar de Jesús Isaza Gómez, junto a tres cabezas del paramilitarismo: Yarlianes Ruíz Arévalo, Abelardo de Jesús Galeano y Celestino Montilla Galeano, alias “el Colorado”, fallecieron en inmediaciones de Puerto Arayo, Santander, después de salir de la Cumbre con las Autodefensas Unidas de Colombia de Córdoba y Urabá (AUC), comandadas por Carlos Castaño. Los cuatro iban en una camioneta Trooper, a la cual se le explotó una llanta y, por la alta velocidad a la que iba el vehículo, cayó a un abismo y explotó.
Al ocurrir el accidente, una hermana de alias “el Colorado”, quien tenía un negocio cercano al lugar de los hechos, avisó a los hombres de Ramón Isaza, quienes llegaron a recoger los cuerpos antes de la llegada del DAS, la Fiscalía y la Policía. Tras este hecho, a Omar de Jesús Isaza lo enterraron el miércoles 4 de diciembre de 1998, por la vía Las Mercedes, en Puerto Triunfo, Antioquia, según informó el diario El Tiempo (El Tiempo.com, 1998).
Al conocer estos hechos, Teresita cogió su bolso y llegó el mismo miércoles 4 de diciembre a Doradal. Algunas vías estaban cerradas y recuerda una multitud de personas que iban detrás del féretro. Ella pensó en llegar hasta donde estaba Ramón Isaza, para pedirle explicaciones. Paró un instante el relato, miró el árbol de la vida y dijo: “yo en medio de la incertidumbre, la rabia y el dolor de no saber de mi hijo, pensé en decirle viejo prostático, asqueroso. Si yo descubro que usted mató a mi hijo o le hizo algo, yo misma lo muelo a pedacitos”. Sin embargo, aquel día no le fue posible llegar hasta donde estaba Isaza. Hoy, tras 22 años de ese momento, reconoce que no le hubiera dicho eso a Isaza.
Dolores íntimos
Inició el año de 1999 y Cristián Camilo no aparecía, Teresita seguía buscando y, en múltiples ocasiones, había ido a la Fiscalía y a la Policía para saber qué había pasado con las denuncias interpuestas, pero nunca tuvo respuesta de estas entidades. En medio de la incertidumbre y el dolor, ella conoció a otras madres que habían pasado por la desaparición de un hijo que se reunían en diferentes partes del centro de Medellín para pedir al Estado y a los actores armados, respuesta por el paradero de sus seres queridos, pero los administradores o dueños de los locales aledaños donde se congregaban no les permitían estar allí. Sin embargo, monseñor Armando Santamaría, uno de los párrocos de la Iglesia de la Candelaria, ubicada en el centro de Medellín, les permitió concentrarse a la entrada. A este lugar fueron llegando madres, familiares y amigos de personas dadas por desaparecidas. Entre las mujeres que
comenzaron a llegar a este lugar, estaba Luz Amparo Mejía, quien pedía la liberación de su amigo, un soldado secuestrado por la guerrilla y quien fue liberado en 2001 durante el gobierno de Andrés Pastrana.
Ella junto a Teresita Gaviria y cinco mujeres a quienes les habían desaparecido sus hijos, se unieron el 19 de marzo de 1999 para conformar el colectivo Madres de la Candelaria. En los años posteriores a su conformación, Redepaz les abrió un espacio en su oficina para que pudieran reunirse. Esta idea fue bien recibida por las Madres de la Candelaria; sin embargo, tras varias contradicciones y discusiones internas en la asociación, llevaron a que la organización se dividiera en 2003. Así lo indicó Teresita Gaviria para el portal La Verdad Abierta:
tenía claro que no podía pelear con el Gobierno Nacional y que necesitaba un lenguaje
moderado; además, vi que había una señora [Luz Amparo Mejía] con ganas de ser líder y dijo
que quería sacar su personería jurídica, dejé que lo hicieran, pero yo también saqué la
personería jurídica para nosotras” (La Verdad Abierta, 11 de marzo de 2011)
Así, cerca de 50 familias se quedaron junto a Teresita Gaviria y las restantes se fueron con Luz Amparo Mejía, quien conformó, en principio, la Corporación Madres de la Candelaria, que luego pasó a denominarse en Madres de la Candelaria-Línea Fundadora; mientras que Teresita en 2004 creó la Asociación Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria.
La agrupación que se quedó con Teresita, en principio, salía los días miércoles junto a la Línea Fundadora a los plantones, pero tras acrecentarse su división, decidieron salir los días viernes de 2:00 p. m. a 2:30 p.m. para exigir la verdad sobre lo ocurrido a sus hijos, hijas, padres, esposos o hermanos, además la libertad de estos y el respeto por su vida.
A medida que la Asociación fue creciendo, algunas familias se retiraron de la organización, cómo la de Álvaro un campesino desplazado, y víctima de la desaparición forzada de su hija de 7 años a manos de los paramilitares. Él relata en el documento que “demandó a Teresita ante la Fiscalía porque cree que se está perdiendo dinero, pues no todo se invierte en las víctimas” las Crónicas. El Premio Nacional de Paz ( Friedrich Ebert Stiftung en Colombia –
Fescol, 2010) a lo que Teresita Gaviria respondió “esos comentarios son mal intencionados y cualquiera puede acercarse a revisar en qué y cómo se han distribuido los dineros que nos han aportados las organizaciones internacionales”.
Las familias que se quedaron en la Asociación la fortalecieron, eso les permitió recibir a las nuevas familias y recibir ayuda de psicólogos voluntarios y trabajadores sociales de la Alcaldía de Medellín, así como diferentes organizaciones internacionales que les han prestado apoyo en diferentes áreas, como la administración de la Asociación, la creación de talleres que les permiten a las familias seguir construyendo su vida, sin olvidar a su ser querido que está desaparecido. Además, estudio básico para las mujeres que no son bachilleres, oportunidades de estudio en educación superior para los hijos de las personas desaparecidas y actividades de perdón, reconciliación y construcción de la paz para todos los integrantes. Estos talleres han permitido a las familias recién llegadas, tener la esperanza de hallar a su ser querido o saber qué pasó con él y, en algunos casos, las mujeres han puesto en marcha proyectos productivos que les permiten su sostenimiento como granjas sustentables, criaderos de gallinas, venta de huevos y arepas. Adicional a esto, Teresita aprendió cómo sobrellevar el gran dolor de no saber nada de Cristián y cómo ayudar a otras mujeres que pasan por situaciones parecidas.
Han pasado los años y Teresita Gaviria ha sido reconocida por su labor en la búsqueda de los desaparecidos y secuestrados, para esclarecer los hechos de quienes fueron asesinados, así como por conocer la verdad detrás de cada uno de los casos que reposan en la Asociación. Por ello, Madres de la Candelaria fue reconocida en 2006 con el Premio Nacional de Paz. Este hecho hizo que las relaciones entre la Asociación Caminos de Esperanza Madres de la
Candelaria y Madres de la Candelaria – Línea Fundadora se profundizara, dado que la segunda organización mencionada no fue reconocida por la labor que llevaba a cabo en temas de desaparición forzada. Por ello, Caminos de Esperanza decidió cambiar del día miércoles a por el viernes, día que salen a exigir por la libertad, la verdad y el respeto de la vida de sus familiares desaparecidos.
A pesar de su trabajo, Teresita se convirtió en un ser que perdió su felicidad, aunque siempre tenga una sonrisa para mostrar y se alegre con cada pista que llega para dar con un desaparecido. A las 3:00 p.m., ella interrumpe la conversación, para ir por otro tinto y unas galletas. Al regresar se sienta y dice: “es que no he podido, no sé por qué no he podido. He ido a muchas partes, pero no he podido dar con Cristián Camilo”. Sus ojos se tornaron cristalinos, respira y evita que las lágrimas salgan de sus ojos. Esa situación la perturba y ocupa sus días.
El tormento de “El Viejo”
Después de la “desmovilización” en Puerto Triunfo, Antioquia, de cerca de 991 paramilitares en 2006, comenzaron las versiones libres previstas en la Ley de Justicia y Paz. El 6 de agosto de 2009, un juez de Justicia y Paz sindicó a Ramón Isaza y sus hombres de haber dejado más de 5.000 víctimas. A esta cifra, según el portal Verdad Abierta (2009) es necesario añadir los delitos de desplazamiento forzado y reclutamiento de menores. En 2007, Teresita asistió a una de las versiones libres en las que estaba Isaza, de la que ella rememora ese momento: “no fue fácil. Yo llegué con otras madres y cada una llevábamos la escarapela de nuestro ser desaparecido. Isaza, a quien apodan “el Viejo”, nos vio y nos dijo que por qué lo atormentábamos así. Yo saqué valor y le dije que las atormentadas éramos nosotras que no sabíamos de nuestros hijos”.
Aquel día, Isaza dijo durante su declaración que los muchachos que se llevaron, eran jóvenes que estaban en algún tipo de vicio o andaban sin rumbo por la vida. Estas palabras aún indignan a Teresita, pues ella al igual que otros familiares víctimas de desaparición forzada, aseguran que sus seres queridos eran personas que trabajaban, estudiaban, eran humildes y no tenían problemas con los combos.
Sin embargo, aquel día traería para Teresita Gaviria una sorpresa amarga. Antes de terminar las versiones libres, “el Viejo” le preguntó a Teresita quién era el joven de la escarapela que colgaba de su cuello, a lo que ella le respondió: “es mi hijo que desapareció en la vía Doradal – Bogotá”. Se quedó mirándola y él le dijo que recordaba que el muchacho lo habían ahogado y arrojado sus restos al Río Magdalena. “En ese momento me quedé fría. Salí de la sala donde estábamos, quería llorar pero me contuve, traté de reponerme y volví entrar a la sala. No obstante, él no dijo desde qué parte exactamente habían arrojado a mi hijo”.
Teresita de Jesús Gaviria se acomoda en la silla y dice: “el dolor de una madre después de que le digan a uno eso, no se puede calcular. Duré muchos meses pensando en lo que le habían hecho a Cristian y la última vez que lo vi. También esperé que dijera Ramón Isaza o uno de sus hombres desde qué punto arrojaron a Cristian, pero nunca dijo nada del caso de mi hijo”.
El reconocido paramilitar Ramón Isaza fue dejado en libertad el 29 de enero de 2016 por un juez especializado de Medellín, quien a finales de 2015 firmó la orden. Ramón Isaza quien hoy vive en Puerto Triunfo, Antioquia, pasó ocho años en la cárcel por la sentencia de Justicia y Paz.
Para los familiares de los desaparecidos y asesinados por este paramilitar, entre ellos Teresita Gaviria, no es sencillo aceptar que no dijo la verdad sobre los hechos de los que fue responsable, ni indicó el lugar donde habían sido arrojados los cuerpos de las personas que él o sus hombres asesinaron. Así la mayoría de los casos quedaron sin ser resueltos y sus familias aún los siguen buscando y, en algunos casos, aún esperan encontrarlos con vida.
Esfuerzos de Paz
El capítulo de Ramón Isaza quedó cerrado para las autoridades judiciales, pero para Teresita sigue abierto, porque Cristian Camilo o sus restos no han aparecido. Ella en su labor de encontrar hasta el último desaparecido, fue parte de la segunda comisión de víctimas que viajó en 2014 a La Habana, Cuba, durante los Diálogos de Paz entre el Gobierno y las FARC. De este momento recuerda que, a pesar de no ser una víctima de la guerrilla, las Naciones
Unidas le pidió que fuera. Teresita sin pensarlo dos veces, dialogó en ese espacio con los comandantes de la guerrilla y fue partícipe de la construcción del quinto punto dedicado a las víctimas en el Acuerdo de Paz.
Haber estado allí, para ella es una forma de constatar que por lo que ha trabajado durante 21 años ha tenido resultados, pues tras la firma del Acuerdo, le fueron entregados cuatro cuerpos exhumados por la Fiscalía y los restos fueron entregados a sus familiares, quienes pudieron darles un entierro digno.
La Asociación hoy tiene incidencia nacional y es reconocida por organizaciones internacionales por su labor en la visibilización y búsqueda de desaparecidos, hecho que Teresita no esperaba en principio, pues “yo cuando comencé haciendo plantones era para encontrar a Cristián, pero he tenido la oportunidad durante más de dos décadas de ayudar a otras madres, otras familias a seguir adelante. Además me ha permitido crecer como persona, aprendí a escuchar, a ser más sensible, al tiempo que realista y a no desfallecer ante todas las vicisitudes que me ha puesto la vida”. Por eso, ella espera encontrar a la mayoría de desaparecidos y dejar a la asociación andando como una máquina de reloj suizo antes de pensar en retirarse.
El anhelo de madre
La vida sin Cristian Camilo no ha sido fácil, sigue esperándolo con los brazos abiertos, como soñó que sería cuando él regresara de Bogotá, pero el tiempo pasó y, a pesar de no tener la misma destreza que cuando él se fue, su amor por él está intacto.
Hoy Teresita es abuela de un adolescente, pasa sus días entre la Asociación Madres de la Candelaria para ayudar en la búsqueda de personas y, el otro tiempo, en su casa. Duerme poco y madruga bastante. No le tiembla la voz para hablar de los derechos de las víctimas de desaparición forzada, secuestro u homicidio y de sus familiares. Además, no concibe irse de este mundo sin haber encontrado a Cristián Camilo, pues él se convirtió en la razón para levantarse todos los días para buscarlo, igual que a los demás desaparecidos. Esto no le ha sido gratis, pues la última amenaza la recibió en enero de 2020, lo cual le impide desplazarse a su voluntad por Medellín, en otros municipios de la región antioqueña e, incluso, otras ciudades del país.
Teresita esperaba que los restos de su hijo estuvieran entre los cuerpos que hallaron en Dabeiba el pasado 22 de febrero de 2020, pero esa esperanza se desvaneció luego de que se confirmara que los restos de Cristián Camilo no estaban allí. Tocan el timbre, ella dice “bueno mijita usted ahí lleva parte de mi historia”. Se levanta para abrir la puerta y saludar a Ana Zapata a quien le fue desaparecido un hermano y es encargada de recibir a los familiares
de las víctimas de desaparición forzada, abrir un expediente con el respectivo caso y acompañarlas a las realizar las respectivas denuncias de desaparición forzada y la prueba de ADN. Ana quien estuvo en el plantón y luego fue hacer unas diligencias de la Asociación.
*Esta crónica hace parte del trabajado de grado de Aldana, S. (2020). Mis ojos aún te buscan en la penumbra. Historias de desaparición forzada de la Asociación Madres de la Candelaria (Trabajo de grado. Universidad de Antioquia). Bibliotecadigital.udea.edu.co