Entrevista por Martín Mosquera
En esta entrevista, Franck Gaudichaud analiza la situación política abierta con las últimas elecciones en Francia, principalmente el crecimiento simultáneo de la extrema derecha de Marine Le Pen y de la izquierda de Jean-Luc Melénchon.
Franck Gaudichaud es doctor en Ciencia política y militante del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) de Francia. Especialista en la historia del movimiento popular chileno, es autor de Chile 1970-1973. Mil días que estremecieron al mundo (Editorial Sylone, Barcelona, 2017). También es miembro del Comité de redacción de la revista ContreTemps, así como colaborador de Le Monde Diplomatique (Paris).
En esta entrevista, examina la situación política abierta con los resultados de las elecciones presidenciales y legislativas en Francia, especialmente el crecimiento de la extrema derecha, la reconfiguración del paisaje político en la izquierda en torno a Jean-Luc Melénchon y los desafíos de la izquierda anticapitalista para explorar y ampliar el campo de posibilidades que presenta la nueva situación.
¿Podrías hacer un balance general de la secuencia electoral que va desde la elección presidencial hasta las legislativas?
Lo que podemos decir es que estamos frente a una crisis aguda del sistema ultrapresidencialista de la Quinta República en Francia y que, al mismo tiempo, existe una crisis política aguda del macronismo, principal cara política actual de las clases dominantes y del neoliberalismo autoritario en Francia. Esas crisis se traducen en el plano electoral e institucional, pero en forma diferida respecto de las múltiples tensiones (sociales, raciales, de género, territoriales, ecológicas, culturales, etc.) y de los conflictos de clase que existen en las profundidades de la sociedad gala.
Primero, es necesario subrayar la amplitud de la abstención, muy importante tanto en la última elección presidencial como en las legislativas, aunque más aun en éstas: más o menos la mitad del cuerpo electoral no se presentó a las urnas. Ni las izquierdas, ni el macronismo, ni la extrema derecha logran movilizar masivamente. Tenemos niveles de abstención muy altos, de más del 60 o 70% en la juventud y en los sectores populares. Este es un punto central para toda perspectiva de izquierda, pues en los barrios populares, entre migrantes y jóvenes, es donde la izquierda debería capitalizar y seguir creciendo (y no solo en el plano electoral). Finalmente, en la segunda vuelta presidencial, Macron salió electo -por segunda vez- contra la extrema derecha (de Marine Le Pen), con 58% de los sufragios. Pero la mitad de sus electores (incluyendo muchos de izquierdas) lo apoyaron por defecto, o sea, para impedir una victoria de la extrema derecha (se trata de frenar al fascismo en las urnas), aunque en realidad rechazan el desastroso balance político del macronismo.
Una segunda tendencia es que la crisis de la coalición presidencial se traduce de manera aún más evidente en la elección legislativa y conduce a que, por primera vez en veinte años de vida republicana con un sistema presidencialista apoyado en un mandato de cinco años, desde el año 2002, un presidente electo no tenga mayoría absoluta en el Parlamento. La coalición de Macron se encuentra con una mayoría relativa de 245 escaños y muy lejos de llegar a la mayoría absoluta, pues le faltan más de cuarenta escaños… Pasó de obtener el 33% de los sufragios en 2017 a menos de 26% hoy en día: La République En Marche (LREM) -el partido de Macron- ¡perdió la mitad de sus escaños comparado con la legislatura anterior! Lo que significa la apertura de muchas incógnitas a corto plazo y de un periodo de fuerte inestabilidad institucional: el actual gobierno de Elisabeth Borne – exsocialista partidaria de la austeridad neoliberal recién nombrada como Primer ministra- deberá negociar cada paso con la derecha tradicional, tal vez con algunos miembros del centro social-liberal e incluso -como lo están ya haciendo activamente- buscar apoyo (o la abstención) de Marine Le Pen en el Parlamento, dándole más espacio y posición de poder a la extrema derecha. El problema representa una fisura mayor para Macron, lo que refuerza todavía más la deriva ultrapresidencialista que sufre el régimen desde 2017, sin construir un aparato político propio sólido y con un Parlamento considerado por el poder solo como espacio de validación de sus directivas gerenciales.
Tercera enseñanza: asistimos a la confirmación de la tripolarización del campo político francés y al final del bipartidismo burgués que dominó el escenario desde la creación de la Quinta República por el General De Gaulle en 1958. Es decir, aparecieron tres bloques y casi desaparecieron del panorama presidencial los partidos históricos que han gobernado en Francia en las últimas décadas, los grandes partidos de las clases dominantes hasta el momento, es decir Les Republicains (la derecha tradicional) y el Partido Socialista (social-liberal). Estos dos partidos han sido totalmente dispersados, atomizados, por ese nuevo escenario de tripartición: una de las tareas de Macron ha sido precisamente la de pulverizar a estos partidos históricos para reconfigurar un «extremo centro» neoliberal en torno a su figura. No obstante, el PS y la derecha han mostrado cierta capacidad de resiliencia en las legislativas, gracias a su anclaje territorial y sus figuras locales.
Un primer polo se articula en torno a Jean-Luc Melénchon, un polo de izquierda parlamentaria que tiene como centro la France Insoumise (FI), una izquierda mucho más a la izquierda y más radical que el PS, que logró aglutinar para las legislativas -en un gesto táctico inesperado que debe mucho al nuevo peso de la FI y a la figura de Melénchon- a la casi totalidad de las diversas fuerzas de las izquierdas parlamentarias dentro de la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (NUPES). Un segundo polo es el del neoliberalismo autoritario en torno a Macron y a su coalición que se llama Ensemble. Y tercero, un polo de extrema derecha, con claras tendencias neofascistas, en torno a Marine Le Pen y a otros pequeños agrupamientos xenófobos y ultraconservadores. Es de destacar que durante las presidenciales hemos presenciado el surgimiento de una extrema derecha aún más radical y abiertamente fascista alrededor del polemista y experiodista Eric Zemmour, quien a pesar de un discurso que reivindica el Mariscal Petain (colaborador de los nazis) logró capitalizar casi 2.5 millones de votos, un 7% de los sufragios. La radicalidad de Zemmour incluso ha contribuido a darle una imagen un poco más «republicana» a Marine Le Pen y a mostrarla como una posible fuerza de gobierno para sectores cada vez más amplios del establishment.
El gran desafío que deja esta secuencia político-electoral para las izquierdas pasa por saber hasta qué punto va a ser posible construir alternativas tanto al macronismo como a una extrema derecha en pleno crecimiento e institucionalización. Es decir, crear frentes unitarios sociales y políticos y, al mismo tiempo, construir fuerzas anticapitalistas no sectarias para enfrentar un escenario muy complejo, en un contexto de inflación, crisis económica, colapso climático y conflicto armado sangriento en el corazón de Europa.
¿Qué podés decirnos respecto de la elección presidencial de Melénchon, la construcción de la Nueva Unión Popular Ecologista y Social (Nupes) y el resultado legislativo de la izquierda?
Durante la elección presidencial, la primera tendencia que se confirmó es que las izquierdas están en niveles muy bajos, en torno al 30/31% del total de votos. Dentro de ese porcentaje, el eje central han sido France Insoumise y Melénchon, que sacaron el 22% de los votos, solamente a un punto de Marine Le Pen y de la posibilidad de competir en la segunda vuelta frente a Macron, lo que constituye otra oportunidad perdida de un combate electoral claro entre neoliberalismo autoritario y una izquierda de transformación institucional que propone reformas avanzadas. Desgraciadamente, Melénchon fue de nuevo derrotado, pero logró mostrar – más allá de sus múltiples límites y contradicciones – que con un discurso de reformas democráticas y rupturistas con el neoliberalismo y el racismo, con una campaña muy activa y popular, reivindicando la planificación ecológica y el regreso del papel del Estado público, que se podría derrotar a la extrema derecha, marginalizar a los social-liberales y amenazar el poder de Macron y del capital financiero. Como es ampliamente conocido, la FI y Melénchon están llenos de ambigüedades y puntos ciegos. El mismo Melénchon que durante 30 años fue dirigente del PS, en sus discursos multitudinarios sigue reivindicando parte de la tradición de la «izquierda de gobierno» de François Mitterrand o incluso la de Lionel Jospin (que tantas desilusiones y traiciones trajeron para el pueblo de izquierdas) o de una orientación que en muchos aspectos podría calificarse como «nacional-republicana», en particular cuando hace referencia al «glorioso» papel de Francia en el mundo (incluso en sus «colonias» actuales), al rol de las Fuerzas Armadas y de la «disuasión nuclear» para «construir la paz en el mundo», cuando moviliza los símbolos «patrióticos» y se apoya en una comprensión de nuestra historia que está bastante alejada de la tradición de la lucha antiimperialista-decolonial de otros sectores de las izquierdas. Al mismo tiempo, el programa de la FI sobre la indispensable planificación ecológica y combate a la financiarización de la economía es —sin duda— uno de lo más detallado y progresivo de la izquierda; también sobre derechos de las mujeres y LGTBI o en cuanto a política fiscal ofensiva sobre grandes empresas y multinacionales. La oposición de Melenchon durante la campaña al uso de la energía nuclear civil, la clara denuncia de la violencia policial, del racismo estructural del Estado y en particular de la islamofobia son muy avanzados para el nivel de conciencia general en el país y han sido un aire fresco fundamental en un campo mediático saturado de xenofobia y prejuicios. El modelo de Melenchon es la «revolución en las urnas» o «revolución ciudadana»: de cierta manera, esencialmente un plan de reformas «desde arriba» articulado a reivindicaciones de la sociedad civil. De hecho, está muy inspirado por la dinámica de los gobiernos progresistas latinoamericanos: primero se acercó a los procesos de Venezuela, Bolivia, Brasil y Ecuador. Ahora —con la segunda ola progresista en el continente—, decidió dar una nueva «gira» por el continente, en particular por México, Honduras y Colombia, mostrando todo su interés por los nuevos gobiernos en el poder. Un mensaje político claro también destinado a Francia.
El resto de la izquierda que compitió en la presidencial no permitió la unidad y me parece que eso ha sido un error táctico serio frente a una extrema derecha cada vez más amenazante. Vimos por lo tanto a EELV (los ecologistas) y al Partido Comunista sacar menos del 5%. El PS, gran partido de gobierno desde los años 1970, sacó menos del 2%. ¡Un derrumbe tremendo! Y la izquierda revolucionaria, que compitió con el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) y Lucha Obrera, demostró movilizar poco o casi nada en el plano electoral, sacando respectivamente el 0,7 y el 0,5% de los votos, aunque, hay que decirlo, la campaña de Philippe Poutou (NPA) fue muy dinámica, logrando encontrar una simpatía real en los espacios de las izquierdas y de ciertos sectores politizados de franjas populares y sindicales, por ser obrero y anticapitalista, sin pelos en la lengua frente a periodistas conservadores y dirigentes políticos burgueses. La gran apuesta y el éxito táctico y político de Melénchon ha sido la creación de la NUPES. Ahí Melénchon obligó al conjunto de los partidos de la izquierda institucional a aliarse para las legislativas en torno a su programa L’Avenir en commun (El porvenir en común), con algunas dádivas también en esta negociación, en particular circunscripciones para un PS moribundo. Esto significó la unificación de los socialistas, comunistas, verdes y FI. Obviamente, la incorporación del PS para Melénchon era tácticamente importante a nivel electoral y por su presencia territorial. Pero tuvo un costo político muy alto, porque se trata de un partido social-liberal. Lo que logró hacer Melénchon al arrimar al PS a su programa de ruptura con el neoliberalismo es algo inesperado (y denunciado por parte de los viejos dirigentes socialistas como una «radicalización» insoportable). Pero no ha sido posible incorporar a esa coalición al NPA, a los anticapitalistas, justamente porque se priorizó la alianza hacia el centro, con el PS y no se le dio ningún espacio a la izquierda revolucionaria.
El resultado de las legislativas al final fue bastante decepcionante, pues la NUPES sacó solamente 133 escaños (30/31% de los votos, 13% de los inscriptos y 6,5 millones de votos), cuando había expectativa de mucho más (todo el mundo hablaba de 200 escaños), con lo que Melénchon quedó muy lejos del objetivo fijado en la campaña de obtener una mayoría e imponerle a Macron el ser gobierno. El escrutinio uninominal mayoritario subrepresenta la presencia de la izquierda en la Cámara, además logrando por cierto una presencia fuerte en las grandes metrópolis y ciudades medianas pero sin alcanzar a desarrollarse en el campo. Con un sistema de tipo proporcional, la NUPES hubiera sacado por lo menos 15 escaños más. Pero, más allá del efecto del sistema electoral, vemos que no se logró movilizar ampliamente a los abstencionistas jóvenes y de las clases populares en torno al programa de coalición de la izquierda. Así, se observa que, en la mayoría de los enfrentamientos en segunda vuelta de las legislativas entre extrema derecha y NUPES, ganó… ¡la extrema derecha! Esa es una lección de gran importancia y un peligro que se confirma. En cualquier caso, la NUPES abre una perspectiva para las izquierdas, por el hecho de tener más de 130 escaños, más de 70 sólo de FI, el sector más radical, cuando en el mandado anterior tenía solamente 17. Esto abre muchas caminos para pelear institucionalmente, desde el Parlamento, en contra de Macron y de la extrema derecha. Las primeras semanas confirman esta voluntad de los diputados de izquierda, aunque con cierta tendencia a buscar audiencia en las redes sociales más que construcción de proyectos… El desafío está en abrirse hacia los movimientos sociales y a las movilizaciones sindicales, apoyándolas para enfrentarse al programa neoliberal de combate de Macron y revelar al mismo tiempo las opciones antisociales y racistas de la extrema derecha.
La pregunta es si realmente la NUPES va a mantener esa unidad o si fue solamente una opción táctica electoral. Ya vemos las primeras tensiones en este espacio, entre los social-liberales del PS, el PC, los ecologistas y la FI. La propuesta de Melénchon de tener un bloque parlamentario unificado ha sido rechazada por el resto de componentes de la coalición. Entonces hay una tensión interna que se traduce en posibles divisiones en el trabajo parlamentario de las izquierdas. Pero son también diferencias en el plano estratégico.
En ese escenario, ¿qué podemos esperar del segundo mandato de Macron?
Efectivamente, entramos en un periodo de crisis e inestabilidad del régimen de la Quinta
República, más allá de la gestión de Macron. Macron, que ya no tiene mayoría, va a estar obligado a negociar permanentemente, en particular con Les Republicains (derecha) —que por el momento dijeron que se quedarían en la oposición— o con espacios del social-liberalismo y con la extrema derecha. El gobierno recién nombrado esta aún más a la derecha que el anterior por su composición y es mucho más débil, dependiente de la derecha partidaria y de la bancada de Marine Le Pen. Varios analistas pronostican una posible disolución del Parlamento y un llamado a nuevas elecciones (una facultad del presidente). En regímenes parlamentarios como Alemania o Italia, un gobierno minoritario puede gobernar, forjando coaliciones. Pero la Quinta República no funciona así. Hay que entender que estamos en contexto de crisis de legitimidad aguda de la «monarquía republicana» francesa. La mayoría de los regímenes políticos europeos son sistemas parlamentarios donde las coaliciones son la norma, en Francia estamos en un presidencialismo exacerbado que en caso de minoría del poder presidencial entra en crisis. Ahí vemos el agotamiento del régimen iniciado por el general De Gaulle en el año 1962 (que tuvo una modificación sustancial en 2002). Además de eso habría que recordar la multiplicación de affaires: malversación con el caso McKinsey (una consultora privada que recibió millones de euros), las acusaciones de violencia sexual en contra de dos ministros, el caso Uber y el tráfico de influencia cuando Macron era ministro de economía que impactó en la prensa mundial, etc.
En este contexto, las promesas del actual locatario del Eliseo son más de los mismo: un continuismo de la violencia neoliberal que tiene como eje la reforma de las pensiones, para subir la edad de jubilación desde los 62 a los 65 años. Es decir, una regresión social muy grande. Y también prolongar una política directamente destinada a los más ricos, con beneficios fiscales para las grandes empresas y los sectores más pudientes del país. Macron confirma así su perfil de «Presidente de los ultrarricos», expresión acuñada por dos sociólogos críticos de renombre. A pesar de su debilidad, Macron intenta garantizar a los capitalistas del país que seguirá el camino elegido, en un contexto de explosión de la deuda pública con miles de millones de euros inyectados en la economía por el Estado durante la crisis pandémica (para financiar directamente las empresas y la continuidad del empleo).
Lo más probable es que a la crisis institucional corresponda también una crisis político-social a partir de septiembre, con la reactivación de movimientos sociales y sindicales en torno a la defensa del sistema de jubilación de reparto público, pero también frente a la enorme crisis que existe actualmente en la salud, donde ya no hay capacidad del hospital público para responder al rebrote de la pandemia, y lo mismo en el sistema educativo, donde aparece una deserción de profesores que no quieren vivir en condiciones de trabajo totalmente precarizadas. Entonces vemos claramente un poder fragilizado y sin capacidad de responder a la crisis institucional, con una fuerte soberbia de clase, donde Macron solamente dice que va a prolongar sus reformas neoliberales y apoyar a Ucrania frente a Putin.
Lo que vemos actualmente, entonces, es una consolidación y una expansión del voto de extrema derecha y neofascista. Efectivamente, el resultado es inesperado para Marine Le Pen y el Rassemblement National (RN). La estrategia macronista de elegir a la extrema de derecha como su «mejor adversario» para presentarse como última barrera de la lucha democrática, inflando a Le Pen para marginar a la izquierda radical, solo logró sedimentar aún más la consolidación de una opción neofascista en Francia.
Primero, hemos visto cómo logró alcanzar de nuevo la segunda vuelta de la presidencial y culminar con más del 40% de los sufragios, más de 13 millones de votos (recordemos que el RN había obtenido solo 4,6 millones en 2007). Lo que no se esperaba, en particular desde las izquierdas, es su excepcional resultado, histórico, en las legislativas. La extrema derecha logró un voto nunca visto en la historia de la Quinta República, con más de 3.5 millones de votos y 89 escaños, un resultado enorme a pesar de la debilidad de su presencia local. Si comparamos con 2017, ¡multiplicó por 10 su presencia en el Parlamento!, en un contexto donde el sistema electoral es inicialmente muy desfavorable para formaciones como el RN. Vemos territorialmente su consolidación en el Norte y Sureste de Francia, en zonas donde hubo fuerte desindustrialización, donde el Partido Comunista perdió implantación y donde ahora Marine Le Pen es capaz de aparecer como «el partido» de la clase obrera blanca. También el RN arrasó en el medio rural, espacios abandonados de los servicios públicos donde el empleo es precario y escaso. El sociólogo Ugo Palheta habla de la constitución de un «bloque blanco» ultranacionalista y transclasista que rechaza todo discurso de clase para construir un discurso ultranacionalista donde los enemigos son el migrante, el extranjero y la «mundialización», pero también construyendo enemigos internos: los jóvenes de los barrios de migración postcolonial, los musulmanes, los sindicalistas, las feministas y el movimiento LGBTIQ. En varias regiones existe una enorme consolidación, en departamentos enteros, donde todos los diputados son de Rassemblement national, con un rechazo enorme al macronismo pero también un escenario en el cual la izquierda no es capaz de competir con RN. Entonces vemos una consolidación de una extrema derecha en torno a un programa abiertamente antimigrante, antifeminista, racista y articulado con un discurso, entre comillas, «social», antimacronista, donde hay una mezcla entre islamofobia, reivindicación de la policía y de sus violencias, y al mismo tiempo mostrando un rechazo de la política de destrucción social del macronismo (aunque su programa económico sea, en realidad, también ultraliberal, lo que ya se confirma con sus primeros votos en el Parlamento).
Ahora, el RN va a tener una gran capacidad para incidir políticamente desde el Parlamento y gracias al apoyo de Ensemble acaban de ganar las dos vicepresidencias de la Asamblea Nacional: ¡dos neofascistas en la presidencia del segundo órgano del poder estatal! El partido va recibir más de 10 millones de euros anuales durante todo el mandato. Obviamente, estamos frente a un riesgo de consolidación neofascista, en alianza con otras fuerzas a nivel europeo, lo que va a permitir cimentar la dinámica Le Pen con sus posibles aliados en la extrema derecha europea, con el discurso de la necesidad de unificar a las derechas en Francia pero en torno a Marine Le Pen, de la misma manera que Melénchon trató de unificar las izquierdas en torno a su propio programa. Entonces, el peligro inmediato antidemocrático está ahí. Es la urgencia democrática del momento, negarlo sería simplemente un suicidio político
Obviamente es menester agregar a eso el contexto europeo internacional, con todo el significado de la guerra en el corazón de Europa, una tragedia en curso con centenares de miles de muertos y la huida de millones de personas desde Ucrania hacia Europa occidental. Macron, que asumió recientemente la presidencia rotativa a nivel europeo, intentó presentarse como jefe de guerra y gran diplomático, pero vemos sobre todo su impotencia y su alineamiento con la OTAN, sin propuesta real y sin alternativas para defender realmente el derecho a la autodeterminación del pueblo ucraniano frente a la invasión de Putin. Mas allá de eso, lo que pesa mucho en este segundo mandato es la crisis económica y la forma en que la inflación está creando mucho descontento social en un contexto geopolítico europeo cada vez más militarizado (el ejemplo de Alemania) y peligroso a nivel global.
La pregunta es cuál será la capacidad de movimiento social y popular, en este contexto de muchos peligros y con algunas oportunidades, para reactivar y defender una política amplia, unitaria que combine posneoliberalismo, oposición al macronismo, antifascismo, antirracismo, feminismo y perspectiva de transición ecológica.
En los últimos años, hemos visto combates sociales centrales en Francia, en particular en torno a la reforma de la ley laboral en 2016, con huelgas, unificación sindical y peleas importantes. Pero también es necesario reflexionar sobre los límites de las posibilidades de las grandes centrales sindicales de conducir esos conflictos huelguísticos y de clase. Hemos visto un sector de la juventud que adhiere a perspectivas de desobediencia civil en torno a los temas de la ecología y de las «zonas a defender» (ZAD), por ejemplo en Notre-Dame-des-Landes, una juventud politizada que se moviliza en torno al tema de la crisis climática capitalista de manera radical y autónoma. Y obviamente, recordar la importancia del movimiento de masa de los chalecos amarillos que fue la gran sorpresa de los últimos años, donde apareció un nuevo actor popular poco «encuadrado» por las organizaciones tradicionales, políticas o sindicales, pero que le infringió una primera derrota al macronismo, a nivel tanto simbólico como político, doblándole la mano y obligándolo a inyectar más de 10 mil millones de euros a favor de los sectores más pobres, a pesar de la violencia de la represión estatal y del desprecio de clase de los «grandes» medios. Lo interesante también es ver que ahora, con la elección legislativa y la coalición NUPES, figuras del movimiento social lograron bancas de diputados, pienso en Rachel Kéké, una mujer negra muy combativa, lideresa de una huelga muy importante en los hoteles en París. También, por ejemplo, podemos citar la elección de un sindicalista y ex chaleco amarillo de la zona de Toulouse, Christophe Bex, otra figura como Aurélie Trouvé, proveniente del movimiento altermundialista, que fue electa como diputada en los barrios populares de París. La obtención de esas bancas es sumamente positiva, si no se dejan embaucar por la fuerte presión institucional-mediática, la lógica del poder y el entramado del Palacio Bourbon, mejor…. No será tarea fácil. El desafío pasa por crear un puente entre lo social y lo político, entre los movimientos populares y el ámbito institucional, no en clave de cooptación-moderación desde la institución estatal pero más bien de agudización-ruptura «desde abajo». Ese puente tiene que ser dinamizado conservando siempre la autonomía del movimiento popular. Y lo que hay que construir sigue siendo la autoorganización del pueblo y formas de poder popular democrático, en clara ruptura con el Estado capitalista y militarista francés. Algo que aparece, en muchos aspectos, lejano de la voluntad de muchos dirigentes de la actual NUPES…
Y la gran pregunta es si iniciativas como el Parlamento de la Unión Popular construido por France Insoumise durante la campaña, que aglutinó a sindicalistas, militantes de asociaciones, intelectuales y artistas en torno a la construcción de un programa electoral de transición posneoliberal y ecológico podría transformarse en alguna herramienta política a partir de septiembre próximo. Por el momento, un movimiento como la FI no tiene columna vertebral nacional, presencia barrial orgánica, ni tampoco espacios de debates democráticos, lo que hace que todas las decisiones se tomen en torno a Melénchon y sus capitanes, otro problema contundente. Sin instancias nacionales democráticas, France Insoumise es ante todo una maquina electoral y parlamentaria, sin cuerpo, ni piernas.
Para pensar las responsabilidades de las organizaciones y de la militancia anticapitalistas frente a este nuevo escenario, obviamente hay que reflexionar a partir del nuevo espacio que ocupa la NUPES: es un acontecimiento central que polariza toda la discusión en las izquierdas hoy. Y fue mérito de Melénchon y FI remover el tablero. Desde una posición sectaria se puede pensar que se trata de «más de los mismo», de una simple reformulación de la «izquierda plural» de los años 2000 o de un mero intento neorrefomista destinado al fracaso como SYRIZA o Podemos. No es mi posición. Primero; es necesario caracterizar a la NUPES, un desafío colectivo de discusión porque todavía los militantes no tienen la misma visión y porque como he ya mencionado la NUPES está cruzada por muchas contradicciones. En primer lugar, por la presencia del PS, que siempre fue un partido del orden, a pesar de su nuevo discurso «izquierdista», pero, por otro lado, tomando en cuenta a la FI que ha tenido capacidad de desarrollar un discurso mucho más rupturista con el neoliberalismo, e incluso forjar un programa muy desarrollado, que logró aglutinar en un Parlamento Popular a figuras intelectuales, artistas y dirigentes sociales que no venían de France Insoumise pero que adhirieron a la perspectiva de un frente único social y político para enfrentar tanto a Macron como a una extrema derecha muy poderosa. Esta herramienta está llena de problemas (uno de ellos es su política internacional o su visión del Estado), pero tiene el valor de existir y se puede (y debe) pelear por su orientación porque la FI-NUPES tiene un impacto de masas más alla del parlamento y hay que debatir con sus militantes
En este contexto, el NPA no ha podido entrar en la coalición, aunque ha demostrado que tenía toda la disposición de discutir de manera abierta e intentar empujar para crear un frente unitario. No ha sido posible en particular por la presencia del PS en la coalición, como dije. No obstante, la organización apoyó a una gran cantidad de candidatos y candidatas de la NUPES en la mayoría de las circunscripciones. Por ejemplo, en París, con personas como Danièle Simonet, Rachel Kéké o Aurélie Trouvé. Eso a nivel nacional fue una opción táctica publica del NPA, asumida como organización independiente, para defender una perspectiva unitaria no sectaria y a la vez anticapitalista, sin esconder nuestras diferencias sobre la lógica estratégica de la NUPES. En este espacio hay que empujar, debatir, radicalizar posiciones y defender la creación de frente único antineoliberal y antifacista, sin dejar de lado la necesidad de recomponer con otras fuerzas, colectivos y grupos en una organización claramente anticapitalista independiente que pueda hasta integrar, en un momento dado y según el ciclo que se abre, la NUPES de manera transparente y leal, pero también con sus propias perspectivas estratégicas y colocando el motor central en los movimientos populares, la sociedad movilizada, los sindicatos clasistas, las y los trabajadores, los feminismos, la juventud y las y los migrantes en lucha. Tenemos la tarea de seguir defendiendo la necesidad de construir una fuerza ecosocialista de masas en Francia. Justamente porque no habrá alternativa posible si no sacamos lecciones de lo que fue el gobierno de Tsipras en Grecia, de lo que fue la evolución de Podemos y su incorporación a un gobierno PSOE en el Estado Español o en cuanto a la casi desaparición de una izquierda real en Italia. En este sentido, se trata de desarrollar prácticas democráticas de militancia común organizada, porque hasta el momento la NUPES es un conglomerado donde cohabitan partidos, pero donde no hay espacio de debate real democrático, donde domina el parlamentarismo, donde exministros PS se pasean impunes después de haber conducidos políticas antisociales cuando fueron gobierno. Desde el anticapitalismo necesitamos avanzar propuestas propias de manera unitaria pero a la vez radicalmente autónoma del social-liberalismo. El desafío es gigantesco: el fracaso evidente del proyecto fundacional del NPA también tiene que ser objeto de balances (auto)críticos para poder proyectar otros, adaptados al nuevo ciclo de luchas de clases que vive Francia y Europa. Y la urgencia, insisto, es pensar cómo hacer retroceder este monstruo que crece cada vez más: la posibilidad del fascismo.
Franck Gaudichaud: Doctor en ciencias políticas y catedrático en estudios latinoamericanos en la universidad Toulouse 2 Jean Jaurès. Es miembro del consejo editorial de la revista ContreTemps www.contretemps.eu (Paris) y colaborador de Jacobin América Latina.