Sentenciada públicamente por comportarse como una joven “normal”, la primera ministra finlandesa, Sanna Marin, está más preocupada por la filtración de los videos que la exhibían relajada fuera del horario laboral, que por la violencia/opresión del hecho en si mismo. Este episodio que involucra a la mandataria finlandesa, demuestra cómo ser mujer, a pesar de tener muchos privilegios en muchos aspectos, significa enfrentar muchos obstáculos en la mayoría de las sociedades, aunque estemos en el siglo XXI. Además, revela cómo los medios de comunicación y los detentores del poder político “juegan” con el desvío de la atención de los problemas reales que nos deben preocupar.
No hay duda de que estamos viviendo en un mundo ligado a la imagen. Casi todo es transformado en un espectáculo de imágenes. Y la política no está exenta. La “videopolítica” ha generado un espacio en que el poder de los medios mueve las estructuras y formas de acción política que, en la mayoría de los casos, vacía los debates serios y necesarios y contribuye a eliminar la consistencia que debe contener esa esfera de la vida, ya que nuestras acciones políticas (o su falta) mantienen o transforman nuestras formas de sociabilidad.
Y en un mundo lleno de problemas, maldades y estructuras que necesitan ser transformadas/reconstruidas para edificar sociedades más justas, con miras a eliminar las desigualdades, nada mejor que un “espectáculo mediatizado” que ayude significativamente a reducir o incluso excluir reflexiones profundas, con el fin de desviar la atención de la gente de los temas que realmente importan.
Cuando observamos las controversias que involucran a la primera ministra finlandesa, Sanna Marin, advertimos de que se están dejando de lado varios temas. En primer lugar, el hecho de que el mundo está “al revés”, con conflictos armados en muchas partes –no solo en Ucrania, sino también en Yemen, Siria, la Franja de Gaza, donde Israel masacra a palestinos y palestinas, entre otros–, lo que ha infligido sufrimiento a millones de personas, principalmente en las regiones más vulnerables del planeta.
Además, la atención del mundo se desvía de los desastres socioambientales, generados sobre todo como resultado de un sistema económico basado en la explotación de las mayorías, todo para que una minoría (me refiero a mayoría y minoría numéricas) pueda conservar y/o ampliar sus privilegios que, concomitantemente con los conflictos armados, han destruido millones de vidas (no sólo humanas).
Discurso vacío
Se vuelve interesante para quienes detentan el poder político, desviar la atención de la comunidad mundial de esos desastres y dirigirla a la vida privada de una mujer –entre pocas, considerando el mundo– que ocupa un cargo político relevante y que, incluso, le agrega “leña al fuego” en este desastroso proceso de conflictos existentes en el mundo, ya que reivindica el ingreso de su país, Finlandia, a la OTAN, aumentando aún más la tensión que actualmente existe en esa parte del mundo.
No es casual este afán de los medios hegemónicos –que no por casualidad actúan generalmente en defensa de los intereses de los grupos que detentan el poder político y económico– en fomentar una discusión ridícula, basada en un comportamiento que no pone en riesgo ni a la sociedad finlandesa ni a ninguna otra, polemizando sobre el derecho de una mujer –que es también la primera ministra finlandesa– a divertirse en su tiempo libre.
Además el moralismo y sobre todo el machismo, han imperado en este supuesto “escándalo” que involucra a la funcionaria. ¿O acaso le pidieron al primer ministro británico Boris Johnson que se hiciera pruebas de drogas (además de alcohol), durante las fiestas en las que participó mientras la población estaba confinada en el auge de la pandemia de Covid-19 ? Claro que no. Pero esto es lógico ¡porque él no es una mujer!
Recuerdo, aquí en Brasil, cómo se caracterizaba ese machismo cuando Dilma Rousseff asumió la presidencia del país. Como la primera mujer –y la única hasta entonces – en asumir este cargo a nivel nacional, ella padeció el implacable machismo desatado y fomentado por los medios hegemónicos, en relación a su apariencia física, su forma de hablar y sobre todo de gobernar.
La culminación de estas opresiones se produjo con el impeachment, aunque Rousseff había hecho exactamente lo mismo que hicieron sus antecesores Fernando Henrique Cardoso (FHC) y Luiz Inácio da Silva (Lula): el llamado “pedaleo fiscal”. En otras palabras, Rousseff retrasó la transferencia de fondos a la banca pública y privada para “aliviar” la situación fiscal del gobierno, a través de la presentación de mejores indicadores económicos al mercado financiero y a los especialistas en cuentas públicas. Pero había una diferencia entre ella, FHC y Lula: ser mujer.
En pleno siglo XXI, las mujeres –e incluso las privilegiadas (blancas, europeas, ricas, etc.)– seguimos siendo víctimas de muchas opresiones que ponen en jaque este discurso vacío que escuchamos resonar en los cuatro rincones del mundo, en materia de democracia, igualdad, libertad y “empoderamiento”. Esto demuestra la dimensión de la lucha que debemos librar contra un sistema opresor que no sólo está presente en las llamadas sociedades “en desarrollo”, sino que está presente y dominante en todas las latitudes.
Y este machismo, así como las demás formas de violencia/opresión que someten a millones de seres humanos en todo el mundo a una vida sin dignidad, debe ser una lucha sin fronteras. So pena de seguir en el proceso de acelerar nuestra autodestrucción. Por eso, incluso sin acordar políticamente con las concepciones de Sanna Marin sobre el mundo, estoy en contra de la opresión que la afecta. Y, al contrario de lo que ella misma defiende, creo que la gran cuestión no está en detectar quién filtró las imágenes que la “denunciaron”, sino en eliminar cualquier forma de violencia/opresión.