Anteayer Chile vivió lo que algunos califican como el triunfo más grande de la derecha en su historia electoral. Casi un 62% de su población rechazó el proyecto de cambio constitucional, que hace solo dos años exigía casi un 80% de los chilenos. La revuelta social del 18 de octubre del 2019, que duró sin parar varios meses, manteniendo a cientos de miles, y a veces millones de personas en las calles, tuvo como uno de sus principales propósitos terminar con la Constitución de Pinochet. Anteayer una clara mayoría del pueblo chileno no quiso cambiarla.
Los partidarios del “apruebo” sabían del gran riesgo de perder ese referéndum. Pero hasta la derecha que por todos los medios llamó a votar “rechazo” quedó sorprendida por la contundencia de lo que consideró su triunfo.
Hace tan poco, las calles y plazas de todas las ciudades del país sorprendían al mundo con las muchedumbres coreando “Chile despertó”, era un pueblo que durante casi medio año resistió una brutal embestida policial y hace solo unos cuantos meses eligió a un gobierno que representaba su lucha por el cambio de la constitución neoliberal. ¿Qué pasó?
En los próximos días se harán muchos análisis, estudios y conjeturas. Este es un momento de un gran bajón social y muchas reacciones viscerales, a veces muy infantiles que suelen tener todos los ilusos del mundo cuando se desilusionan. Maldicen, patalean, todavía no lo creen. Pero como la construcción social debería estar muy por encima de los asuntos de la fe y los efectos sicóticos grupales, que anulan el pensamiento crítico, haciendo fracasar los nuevos mundos, incluso antes de que nazcan, veamos algunos aspectos que podrían ser parte de las razones del desastre, aunque creo que no es esta la palabra. Lo realmente desastroso sucedió mucho antes.
La revuelta chilena del 2019 realmente fue una genuina expresión popular contra el neoliberalismo, pero sus múltiples protagonistas, orgullosos de su total horizontalidad, de la ausencia de líderes visibles y del espontáneo actuar de la masa, que disfrutó de la poesía del pueblo en las calles, no supieron dar al movimiento lo esencial: una organización y un claro proyecto político que pudiese ser no solo una serie de memes o el rechazo unánime de la constitución de Pinochet. A diferencia del pueblo, la vieja y astuta clase política chilena, la derecha y la seudo-izquierda, que es la mejor fábrica de cuadros neoliberales del continente, rápidamente se repuso y contraatacó.
Cuando Gabriel Boric todavía era un carismático ex dirigente estudiantil, convertido en diputado, en plena rebelión social, el 15 de noviembre del 2019 sin tener ninguna autoridad para eso, y con gran sorpresa para todos, firmó con los partidos políticos el documento conocido como “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución”, la suerte ya estaba echada. Tal vez fue el momento en que los viejos representantes de un sistema político obsoleto e insalvable, para defender, como diría Allende “sus granjerías y sus privilegios”, no les quedó otra que apostar por algunos de los más visibles representantes de una generación “millennials”, iluminados aún con los rayos de la gloria revolucionaria y como vimos, no se equivocaron.
Debido a la falta de un proyecto social y de una organización popular que lo sustentara, el objetivo fue exitosamente reemplazado por múltiples “causas sociales”, secundarias, que no dejaron a sus protagonistas convertirse en una fuerza crítica anticapitalista. Una versión light de la revolución suponía reemplazar la larga y compleja tradición de luchas sociales de Chile por un cómic postmoderno, donde una fácil emoción reemplazara al pensamiento crítico, donde la justa lucha por los derechos de las mujeres y las minorías sexuales se convirtiera en un espectáculo masivo con altos niveles de intolerancia, donde todo el pensamiento intelectual fuera fácilmente tildado de conservador o patriarcal, donde la defensa de la tierra fuera totalmente desvinculada de la lucha de clases y el apoyo a la causa mapuche se convirtiera en una moda, mayoritariamente acrítica y superficial, etc. Los jóvenes líderes reguetoneros progresistas reemplazaron a los viejos sabios de las bibliotecas que se nos van por las leyes de la vida. Al movimiento le sobró la imaginación, pero le faltó la sabiduría.
El modelo de la Convención Constituuyente fue negociado con la derecha y desde su inicio distaba mucho de la Asamblea Constituyente que exigía el pueblo. La mitad de los convencionistas representaban los desacreditados partidos políticos, lo que a todas luces era “semidemocrático”, como todo en la política chilena después de Pinochet, y justamente los nuevos líderes estudiantiles, es decir, el futuro gobierno, convencieron al pueblo para que se conformarse con poco, una vez más, con un cambio democrático “en la medida de lo posible”.
Paso siguiente: Gabriel Boric es electo presidente. Recordemos que muchos votaron por él, no porque fuera su candidato, sino para impedir el triunfo del pinochetista José Antonio Kast. El nuevo gobierno muy fotogénico, feminista y progresista, a diferencia de sus tan criticados antecesores de la Concertación, no supo mantener las ilusiones de sus votantes ni siquiera por un par de sus primeros meses. La protección que el gobierno otorgó a la cúpula de Carabineros, responsables de una represión atroz, con torturas y asesinatos, la militarización de la Araucanía, una clara alineación en la política externa con el gobierno de Washington y la OTAN, expresiones de admiración hacia alguien tan grotesco como Zelensky y las vergonzosas declaraciones en los EEUU contra Cuba, Venezuela y Nicaragua, no fueron “errores de la inexperiencia política”, como trataron de defenderlo algunos, sino parte de un proyecto trazado por los poderes reales mucho antes de que a Boric se le permitiera ganar la elección presidencial.
El mismo proyecto constituyente, bastante improvisado y lleno de propias incoherencias nunca llegó a ser percibido por la mayoría del pueblo como un debate político propio. La gente acostumbrada a las consignas, los hushtags y los performance, no tuvo la capacidad para leer un texto de 178 páginas.
Si, hubo una bestial campaña mediática de la prensa, que sigue en las manos de los de siempre, en contra de la nueva Constitución, pero más importante fue el desprestigio que se realizó por medio de las redes sociales, con miles y miles de bots reafirmando el miedo, mintiendo y manipulando a través de los algoritmos clasificados. Lo único que hubiera podido contraponerse a eso, por parte de los partidarios de la Constitución, habría sido una buena campaña de educación cívica y promoción del pensamiento crítico, que claramente faltaron y tal vez, tampoco convenía al gobierno. Los promotores del “apruebo” fueron un puñado de los activistas de los de siempre. Además, ese “apruebo”, activamente promovido por el gobierno, no podía no generar el sentimiento de rechazo entre los tantos defraudados por Boric.
Muy pocos mencionan, que si todas las elecciones anteriores fueron de voto voluntario, el referéndum constitucional fue obligatorio. Esto significa que si en el plebiscito voluntario del 25 de octubre de 2020, cuando por el cambio constitucional voto un 78% de los ciudadanos, en la votación participó un 51% de la población con derecho a voto. En el plebiscito obligatorio del 4 de septiembre de este año votó un 86% de todos los chilenos. La población políticamente indiferente y obligada a votar bajo amenazas de multas, es más influenciable por la prensa, además de tener una clara molestia con el gobierno que los obligó a participar.
Realmente no creo que el resultado del plebiscito sea un gran triunfo de la derecha. Es un fracaso de la seudo-izquierda, que una vez más está gerenciando los intereses del sistema. Podría ser incluso más un avance que retroceso, si nos sirve para aprender.
Y la última notica de hoy que llega de Chile: un comunista fue designado viceministro del interior. La derecha en las redes sociales de inmediato armó un tremendo escándalo por los tuits de él en contra de los Carabineros, escritos cuando aún era dirigente estudiantil en 2011. Lo sacaron sólo en dos horas o incluso menos.