No es extraño, es más, es muy común encontrar en la Clínica comentarios del tipo: “no tengo ganas” “no tengo ánimo” “tengo flojera” “nada me motiva” “siento que la energía se me filtra por algún lado” “tengo ganas de abandonar todo o al menos dejar todo entre paréntesis”.
Hacen referencia a un estado de chatura, de desazón, de tristeza, de sin sentido.
Cómo no entender lo que experimentan nuestros pacientes si en más de alguna ocasión uno sintió igual. Inevitable entonces, es que evoquemos aquellos estados y experiencia. Esa sensación de frustración, de abandono y soledad que de pronto irrumpe en nuestras vidas. Sensación que se experimenta como detención, pero en realidad (ya sabemos), es un retroceso, un retroceso al sufrimiento, a la tortura psicológica.
Nos sorprende, por el poco manejo que tenemos aún de nuestros pensamientos, cómo es que los estados de ánimo son tan fluctuantes, como es que ahora estamos y nos sentimos de un modo y luego ya no. Se registra una labilidad emocional muy inquietante e incómoda, una sensación que te hace creer que siempre, siempre, esa “sensación” se quedara junto a ti, acompañándote en la experiencia de la inseguridad, desestabilización y sin sentido, reforzando aún más el estado del que se intenta salir, pero sin éxito.
Entonces cómo se hace, entonces cómo hacemos para salir de allí, de ese estado desgastante, agotador y sufriente …
Quizás recordar lo que ya hemos intercambiado, recordar por ejemplo que “uno es lo que piensa”. Quizás volver a retomar y profundizar que son los pensamientos, “los malditos pensamientos» los que se adueñan de nuestra mente y nos convierten en ellos.
De ahí la importancia de reforzar la Atención, como la herramienta que nos pueda volver en “expertos” en el manejo de lo que se piensa, porque dependiendo de ello es como me sentiré y luego lo que haré con ese sentir.
Soy lo que pienso.
Soy lo que creo.