En el país devastado por la pandemia y sin ningún plan de compras de vacunas, el gobierno rechazó la propuesta de Moscú de entregarle la tecnología para producir la vacuna Sputnik-V para Ucrania en una fábrica farmacéutica de la ciudad de Kharkov, habilitada y lista para hacerlo.
Este país, uno de los más grandes y los más ricos del continente, se conocía a principios del siglo pasado como “el granero de Europa”. Luego, la República Soviética Socialista de Ucrania fue la parte más desarrollada de la URSS, produciendo las tecnologías espaciales, aviones y acero para toda la región. Hoy, a casi 30 años de su independencia, es el país más pobre de Europa. De 52 millones de habitantes en el 1991 pasó a 41 millones en el 2020, perdió la península de Crimea y tiene la región oriental de Donbass fronteriza con Rusia desgarrada por una guerra civil que ha dejado casi 14 mil muertos. Con el sueldo promedio de US$ 430 mensuales, la pensión promedia de US$ 120 al mes y las tarifas de electricidad y gas más altas de Europa, la gran mayoría de sus habitantes hoy se debate entre sobrevivir o emigrar.
Después de las reformas neoliberales que azotaron el país luego de su precipitada independencia de la Unión Soviética en el 1991, el poder se turnaba entre los grupos tecnócratas y oligarcas y, al son de una creciente histeria nacionalista anti-rusa y anticomunista en los medios, se destruía lo poco que quedaba del Estado social y el nivel de la vida de la inmensa mayoría de los ucranianos. La esperanza de vida y los índices de natalidad seguían bajando.
Los grupos oligárquicos locales apoyados y asesorados por los “aliados” políticos y mediáticos norteamericanos y europeos, aprovechando el altísimo nivel del descontento social, después de varios meses de enfrentamientos callejeros, dieron un golpe de Estado contra el legítimo y corrupto gobierno del pro-ruso Viktor Yanukovich, llevando al poder a los ultranacionalistas que prometían al pueblo convertir Ucrania en un país “verdaderamente europeo”.
Como su confuso proyecto político suponía un rápido ingreso del país a la OTAN y la invitación de sus tropas hacia las fronteras con Rusia, esto provocó un masivo no reconocimiento de las nuevas autoridades por los territorios orientales, donde hay una clara predominación cultural y étnica rusa y también en la península de Crimea, históricamente rusa, regalada a Ucrania por Nikita Khruschev en el 1954, cuando las repúblicas Rusia y Ucrania eran parte del mismo país. De hecho, los de Crimea nunca llegaron a sentirse ucranianos. Frente a esta situación y un inminente riesgo de la entrega de la estratégica península en el mar Negro a la OTAN, Rusia sacó ventaja de la presencia de sus bases militares en Crimea y dio un golpe preventivo, tomó el control de la península, organizó un referéndum donde una abrumadora mayoría votó por la “reunificación con Rusia” y, violando las leyes internacionales, anexó Crimea, lo que dio un enorme aliento a la propaganda nacionalista en Ucrania. Mientras tanto, el gobierno ucraniano envió tropas para reprimir la región de Donbass que se reveló contra el poder nacionalista. Empezaron los primeros choques; Rusia apoyó con armas y dio asesoría militar a los rebeldes, que lograron controlar su territorio para proclamar luego “repúblicas independientes”. Las tropas ucranianas bombardearon y atacaron, dejando cientos de víctimas civiles.
Mientras tanto, en Ucrania oficialmente se sataniza todo lo que tiene que ver con Rusia. Los que se oponen a la guerra son asesinados, detenidos, perseguidos. El desastre social y la durísima restricción de las libertades ya tienen otra coartada -“la guerra contra la invasión rusa”-. Todos los disidentes y pacifistas se convierten en “agentes de Putin”. El nuevo presidente Petro Poroshenko, conocido empresario, famoso por sus chocolates, sigue aumentando la venta de sus bombones en Rusia.
Para no comprar carbón en la temporada de crudo invierno a los rebeldes de Donbass o Rusia, se compra en los Estados Unidos, mientras que el gas ruso – que antes llegaba por tarifas preferenciales – ahora se compra a través Europa. Para salvar el desastre económico y financiar la guerra y propaganda, se pidieron los créditos al Fondo Monetario Internacional y, cumpliendo las condiciones, se recortaron drásticamente los gastos sociales. Una reforma neoliberal llamada a “optimizar los servicios de salud” destruye y privatiza el sistema médico. En Ucrania, un país donde la mayoría tiene el ruso como lengua nativa, se cierran todas las escuelas rusas. Cuando un grupo de activistas salió a protestar en el puerto de Odesa, fue atacado por una turba nacionalista hasta que decenas de ellos terminan quemados vivos. Nadie responde por nada. Por las calles de Ucrania deambulan grupos paramilitares nazi, protegidos por la policía y amenazando a cualquiera que no tenga “actitudes patrióticas”.
De la guerra en Donbass vuelve muchos jóvenes con traumas síquicos, abandonados por el Estado y muy violentos. El país se llena de armas y explosivos de todo tipo. Ucrania que, hace solo un par de años, era un país seguro y muy tranquilo volvió a ser muy peligroso por las noches, los ciudadanos prefieren no salir sin extrema necesidad y la policía brilla por su ausencia. Pero las zonas turísticas y de diversión están llenas. A los mejores restaurantes no les falta el público; en el país hay todo tipo de lujos, hay mucha prostitución y todo está muy barato. Por la brusca caída de la moneda local, el dólar manda y los turistas de inmediato sienten la diferencia -con un poco de euros son reyes-.
Después del derrumbe de todos los monumentos a Lenin, les tocó a los de los soldados soviéticos, que liberaron a Ucrania de los nazi. En el país donde durante la Segunda Guerra Mundial murió uno de cada seis, varias calles son renombradas homenajeando a los asesinos nacionalistas colaboradores de Hitler. Aunque la nueva ley ucraniana prohíbe por igual la simbología comunista y fascista, por una bandera con hoz y martillo se puede ir a la cárcel y con la esvástica se puede desfilar protegido por la policía.
Pero la guerra sigue y los problemas empeoran. Dentro del juego democrático que asumió el gobierno, llegaron las elecciones presidenciales del 2019 y apareció un rival del presidente Petro Poroshenko. Es un popular actor de un programa de sátira social que parecía un oasis del pensamiento crítico y libre, dentro del desierto nacionalista que ya es Ucrania. Se llama Volodymyr Zelensky, es joven, artístico, informal y prometió todo lo que el pueblo quiere oír: terminar la guerra, devolver los derechos al idioma ruso, acabar con la corrupción y mejorar la situación económica. Además, el es judío y, para muchos electores, esto es una garantía de que combatirá a las bandas nazi que se adueñaron de las calles. Ganó con más de 73% de votos.
El único cambio que esperaba a los ucranianos fue la profundización del modelo. Después del gobierno de su antecesor, que exitosamente destruyó los restos del Estado heredado de la prohibida Unión Soviética, junto con la industria, ciencia y otros elementos de la independencia nacional, el nuevo gobierno se dedicó a reordenar el país según las demandas del vencedor: el capitalismo internacional financiero. Por el gobierno de Zelensky fue aprobada la ley de la tierra que abre la puerta a las grandes privatizaciones y al aumento de las desigualdades en el campo. Luego – y a pesar de todas las promesas – se votó la ley del idioma, tal vez el más absurdo y discriminatorio de todos, que prácticamente inhabilita el idioma ruso en la vida social del país; ahora los vendedores y prestadores de servicios pueden ser multados si se dirigen al cliente en ruso sin pedir previamente su permiso.
Y lo último – y lo más grave – pasó hace pocos días. El presidente ucraniano, claramente cumpliendo órdenes de sus mentores políticos extranjeros, aplicó las “sanciones” contra tres principales canales televisivos de la oposición, de inmediato sacándolos del aire e ignorando que las sanciones son aplicables solo sobre organizaciones y ciudadanos extranjeros. Fue prohibida la transmisión de Canal 112, ZIK y News One, los que se atrevían a cuestionar la colonial dependencia de este gobierno de los Estados Unidos, la guerra civil disfrazada de invasión rusa y el más reciente crimen: en el país devastado por la pandemia y sin ningún plan de compras de vacunas, el gobierno rechazó la propuesta de Moscú de entregarle la tecnología para producir la vacuna Sputnik-V para Ucrania en una fábrica farmacéutica de la ciudad de Kharkov, habilitada y lista para hacerlo. El presidente Zelensky primero vía Twitter afirmó en inglés de su decisión a los “socios internacionales” y solo horas después, en ucraniano, a su país. Todos los embajadores del G-7 le expresaron su comprensión y apoyo. Quedaron sin trabajo cerca de 2.000 periodistas y trabajadores de los medios y por lo menos la mitad del país sin sus canales preferidos.
De los programas, los ucranianos extrañan especialmente a “Liudi” (La Gente) que fue uno de los pocos sino único intento de construir un espacio crítico, diverso, amistoso y lleno de cultura. Los invitados de diferentes rincones de Ucrania y muchos países – a veces personas comunes de las zonas en conflicto – intercambiaban sus experiencias dentro la urgente necesidad de construir una cultura de paz, no violencia e inclusión. De este programa nació un foro internacional “La gente de paz” que en agosto del año pasado pudo unir a toda Ucrania por el cese de fuego en Donbass. No faltaron agresiones y amenazas, que se concretan hoy.
Ucrania, hoy más que nunca invisibilizada por los grandes medios del sistema, necesita y merece nuestra solidaridad… para que el silencio no tenga donde esconderse.
Fuente: http://lalineadelmedio.com