Por Instituto Tókarev
En manos de irresponsables
Gustavo, en una manifestación pacífica es dejado ciego de por vida.
Anthony, corre por su vida y es lanzado al rio Mapocho sin agua.
Francisco, en un control de identidad es acribillado por cinco tiros a quemarropa.
Estamos a merced de un sistema policial que no asume su responsabilidad, que tiene una dirección completamente ajena a la protección y cuidado de la ciudadanía. Que trata de controlar infundiendo el terror en forma descontrolada. Que es percibido por la ciudadanía más como un peligro que como agentes del orden y resguardo público. Eso en medio de un sistema político que se ha mostrado incapaz de modificar esa dirección, tal vez porque ese sistema político no tiene realmente el control de lo que ocurre en los altos mandos policiales o que solapadamente aún cree que el actuar con fuerza excesiva de la policía sirve para algo.
Vivimos en un triste tiempo histórico, hemos padecido décadas de injusticias y maltratos, ni hablar de los pueblos originarios despojados de tierras y vidas, inculpándolos injustamente la mayoría de las veces; creando discordia entre ellos para justificar el saqueo maderero, provocando incendios intencionales para luego, de acuerdo a los vacíos de la ley, talar bosques nativos enteros y justificar sus robos “legales”. Sumando a todo lo anterior, el fallido operativo con 800 efectivos de la PDI en Temucuicui, con la imagen de una menor de edad siendo maltratada por los policías de investigaciones y uno de ellos muerto sin poder aclarar los hechos; nos ponen en la mira mundial por el atropello a los DD.HH. y engrosan la larga lista de errores (horrores) que viene dejando este gobierno.
Nuestras FF.AA. se han convertido en héroes o demonios, según el prisma con que se les mire. Han participado en hechos históricos y también deleznables que han atravesado toda nuestra historia.
Ya es hora que nos preguntemos ¿qué tipo de sociedad y futuro, como personas y como conjunto
humano, queremos tener?
El solo acto de habitar este país nos da el derecho de decidir qué tipo de poder ejecutivo, legislativo, judicial y de orden público queremos. Deseamos participar en una democracia real y no solo formal, necesitamos con urgencia políticos intachables, decentes y con real vocación de servicio público, (basta ya de políticos incachables, ósea, que nadie los cache en sus movidas fraudulentas y sus falsas promesas electorales, ni tampoco, aprovechando su cargo público para beneficio personal), no queremos una sociedad en donde los sables de utilería son vistos como armas y las armas como utensilios, y se atropellen los derechos básicos de las personas en pos del orden público.
Vivimos en una sociedad montada en un fraude, no necesitamos tantas cosas para ser felices, no necesitamos seguir llenando los bolsillos de empresarios corruptos que secan pueblos enteros para regar paltos, privando sin ninguna decencia a sus habitantes de un elemento básico para la subsistencia humana, como es el agua.
Es hora de levantar un clamor y decir basta a tanta brutalidad e indolencia.
El feudo ya quedo atrás, nos merecemos una nueva sociedad en donde el máximo valor sea el otro ser humano, una nueva sensibilidad que sea por registro interno y su moral la de “Tratar a otros como queremos ser tratados”.
Empecemos a mirarnos desde la óptica de la decencia y la dignidad que nos es propia, como nos recuerda el gran pensador argentino, Mario Rodriguez Cobos, más conocido por su seudónimo Silo, y los seis puntos de la actitud Humanista:
Propiciemos al Ser humano como valor y preocupación central, de modo que nada esté por encima del ser humano y ningún ser humano por encima de otro.
Trabajemos por la igualdad de todas las personas y además, trabajemos por la superación de la simple formalidad de iguales derechos, avanzando hacia un mundo de iguales oportunidades para todos.
Reconozcamos la diversidad personal y cultural afirmando las características propias de cada pueblo y condenando toda discriminación que se realice en razón de las diferencias económicas, raciales, sexuales, étnicas y culturales.
Auspiciemos el desarrollo del conocimiento, por encima de todas las limitaciones impuestas al pensamiento por prejuicios aceptados como verdades absolutas.
Afirmemos la libertad de ideas y creencias y por sobre todo.
Repudiemos la violencia en todas sus formas, no solo física, también psicológica, económica, sexual, racial, religiosa, moral e ideológica como casos cotidianos arraigados en todas las regiones del mundo.