Ellas se corren del lugar.
Ellas se corrieron del lugar habitual y dejaron de victimizarse.
¿Cómo cambiaría el mundo si ellas dejaran de hacer sus vidas habituales y desde ese nuevo lugar produjeran cambios inexplicables?
Las mujeres pondrán sus nuevas emociones en todo lo que hagan, experimentarán una riqueza de sentimientos y de vida interior que será muy satisfactoria para la experiencia de todas. No es una catástrofe modificar sentimientos, es poner luz sobre la oscuridad de esas conciencias obnubiladas por permanentes emociones negativas.
Empezará un tiempo de equilibrio emocional, mental, físico y psicológico.
Comenzarán a participar en actividades o en grupos para despertar las conciencias: por estas revelaciones y cambios, incomodamos, molestamos en el mundo patriarcal de la esclavitud, nosotras queremos dejar de ser las víctimas. ¡Qué osadía!
Estas microficciones son una selección de relatos de mujeres, leídos y escuchados a lo largo de mi vida. Sus versiones originales se pueden encontrar en: https://estherdelvenne.blogspot.com/
Microficción I. Esa obra de arte
Martita vivía con su esposo y sus tres hijos. Tenía todo en orden: su casa, la educación de los hijos, la atención al esposo en todas sus dimensiones. Él podía llevar adelante su empresa y sus intenciones políticas sin ningún inconveniente, porque Martita le acomodaba toda la vida sin ninguna resistencia.
Un día, Lucila la invitó a pasar la tarde en una exposición de pinturas. Entró, no muy convencida, a la sala donde estaban los cuadros de Vincent Van Gogh, paseó, miró con detalle los destellos de luz que había en sus colores, la fuerza que transmitían sus historias, pudo trasladarse a campos de trigo amarillo, subió por los azules de sus cielos, descubrió los caminos andados por él.
Sentía que se elevaba del piso, volaba; de repente sintió un tirón, y volvió a la sala.
Llegó a su casa y mientras estaba preparando la cena, se dió cuenta que ya no era la misma, abría la heladera y algo raro le pasaba, ponía la carne en la mesada y no podía cortarla porque algo en su mente la interrumpía, se le acercaba su hija a abrazarla y no sentía lo mismo, su esposo la abrazaba y percibía rechazo. Los atendía a todos pero no estando presente, se había corrido de un lugar al que no podía volver de la misma manera.
Se preguntó qué había pasado que cuando se corrió del lugar habitual de estar en su mundo, todo se modificó. Tal vez fue Van Gogh, los colores, la luz de la pintura. No, se había dado un tiempo para disfrutar de ella misma y decidió comenzar a vivir expresando lo que sentía a través de un lienzo.
Microficción II. Las puertas
—»Me duele, no me pegues más», le dijo Rita a Eduardo, pero él como si no escuchara nada, casi como si fuera un placer, descargaba toda su fuerza sobre ella. Así era casi siempre, se quedaba dormida del agotamiento, del dolor, del sinsentido que le producía esta vida.
Al día siguiente, cuando se despertaron y él intentó besarla, ella tenía el labio con sangre, la abrazó y se quejó del dolor, le vió los moretones, le pidió disculpas, lloró, le prometió que nunca más lo haría. Ella le creía, lo perdonaba sabiendo que no era verdad, pero se sentía tan débil que no podía pensar, no se imaginaba cómo sería salir de allí.
Un día escuchó el timbre y apareció Delia, la vecina, a pedirle una camisa prestada. Cuando se fue cerró la puerta y ella escuchó el sonido de las bisagras oxidadas al cerrarse y en ese momento, fue como ver la puerta por primera vez. Hay una puerta, se dijo. Hay puertas por donde las personas entran. Entran para vivir vidas, momentos, instantes o años y salen de situaciones: de esas vidas, momentos, instantes o años, también por puertas. Las vidas cambian gracias a las puertas, se repetía.
Observó la puerta nuevamente, la abrió, todo sucedía como si fuera en cámara lenta. Al abrirla vio el sol, el barrio, el sonido del canto de los pájaros, el olor a pasto mojado, salió a la vida, a la vida nueva, caminó horas por aquellas calles de tierra. Así se fué, ella sola, caminando.
Microficción III. Verdadera decisión
Estela en su escritorio todas las mañanas no podía soportar su ansiedad, su disgusto, su culpa, los temores que tenía cada vez que el Sr. Richmond la llamaba a su despacho para darle el trabajo del día. En su casa, no había ya ni qué comer.
Asustada, acudía al llamado y se sentaba con un anotador del otro lado del escritorio donde su jefe la observaba detalladamente, se paraba y caminaba a su alrededor. Dada la situación él se aprovechaba de su poder. Era tal la necesidad que tenía de ese dinerillo a fin de mes, que aprendió cosas que había rechazado toda su vida.
Al cabo de un año, el jefe ya la miraba con otros ojos, si bien no había dejado de degradarla, gritarle, maltratarla y hasta, a veces, hacerle propuestas deshonestas: solo para verla aferrarse como un águila a su presa para poder sostener ese trabajo.
Un día de mucha tensión, ella le pidió por primera vez salir un rato antes, su hija tenía un tratamiento médico complejo y ella tenía que acompañarla; él le dijo que no a los gritos. Entonces, ella se dio vuelta, fue hasta su oficina, tomó su abrigo, su cartera y fue caminando hasta la salida donde estaba el ascensor. Ese recorrido lo hizo en un estado muy especial, como mirandose desde arriba, segura, firme, atenta. No volvió la cabeza para mirar hacia atrás, casi segura de que un batallón de seres muy violentos venía por ella.
Estela vio la puerta del ascensor abrirse y entró, tocó el botón de planta baja, la puerta se cerró y un chorro de adrenalina le corrió por todo el cuerpo.
En ese momento, se dió cuenta que podía cambiar la dirección de los acontecimientos de su vida, solo con correrse del lugar del temor.
Microficción IV. El fuego abrasador
¡Me pregunto por qué solamente voy a trabajar en yeso y no me animó a otro material!
Elba trabajaba sus piezas en materiales simples, inventaba, copiaba. Una rutina que llevaba años. Ella sentía que le hacía falta algo más, la rutina la aburría. Le temía al fuego, creía que al cocinar las piezas algo le pasaría, tal vez un miedo a la vida misma: el fuego era la vida.
Le tenía respeto al fuego, alguna vez había trabajado con él. Se alteraba, gritaba, soltaba todos sus instintos y salía de ese lugar tan calmo y previsible en el que vivía.
El temor a la locura no la impulsaba a jugarse, como en todas las situaciones de su vida.
Cuando pensaba en esta posibilidad se le tensaba el cuerpo, los hombros le dolían, dejaba de respirar.
Pero algo diferente había pasado porque se lo preguntó: ya dió el primer paso, solo la pregunta la ubicaba en la posibilidad de hacer algo distinto, de correrse del lugar habitual.
Entonces, se dijo, tiene que ser ahora. Se levantó de donde estaba, fue a buscar leña, preparó el lugar para hacer la primera llamita y a partir de allí, se aceleró todo; sumo las ramas, hojas, yuyos. Cuando vio la chispa prender, agregó los troncos. De a poco, vió las llamas crecer, comenzaron a aparecer las primeras brasas, esas que le permitirían avivar y conservar su fuego. Ella se sumergió, se bañó con él en ese sueño borracho y caliente, se encontró con su ser: candente, explosivo, transformador, transmutador.
Cuando tomó temperatura, hizo un lugar limpiando de brasas el piso; velozmente separó las piezas ya secas, y comenzó a acercarlas a ese lugar para cocinarlas. Veía cómo se iban poniendo rojas, incandescentes, transparentes.
Así salió esculpiendo y cocinando sus mejores piezas.
Microficción V. No pases más facturas
Como hacía muchos años, se levantaba muy temprano, casi a regañadientes, sobre todo en invierno, odiaba el invierno; mientras calentaba el agua para el desayuno, veía de reojo la habitación de las niñas, iba hacia allí, las arropaba, las miraba con mucho amor como a dos perlitas brillantes. No la estaban pasando bien. Tenía que hacer un esfuerzo de voluntad grande para seguir adelante, había postergado proyectos, renunciado a lo que más le gustaba.
Esa mañana, rumbo a su trabajo en el colectivo abarrotado de gente iba pensando cómo hacer para liberarse de ese dolor profundo.
¿Cómo superar esta situación que le llevaba ya varios años? Allí, entre el tumulto y el bullicio, de repente se le abrió el espacio interno y se preguntó: ¿y si dejo de pasar facturas? ¿y si dejo de reclamar? Fue revelador. Una gran alegría, una hermosa sonrisa en su silencio, así fue como sintió una tremenda liberación. Ella se haría cargo de todo.
En realidad, lo había provocado porque durante años había tocado ese lugar, y lo iba amasando. Las imágenes de nuevas formas de estar en la vida diaria le sucedían una tras otras sin parar, el cuerpo se le iba aflojando y ya no sentía frío, el pecho se le expandía, los ojos se le llenaban de lágrimas de alegría, una emoción inmensa la invadía. Una gran liberación que le permitiría hacer lo que quisiera sin tener culpas, sin temor al fracaso, todo desde ella.
Después de un largo día de trabajo, al regresar a su casa, se sentó, cómoda, sin sus murmuraciones internas ni los bullicios de la ciudad y agradeció profundamente.