De C. Rothschild

En 1976 tenía 40 años, y después de una larga consultoría para el Gobierno sueco, me fui a Helsinki, Finlandia. Me invitó un buen amigo, un sociólogo finlandés con el que había colaborado en el pasado. Quería que participara activamente en un estudio del experimento social de los bailes vespertinos y escribiera mis impresiones generales.

En ese momento, 700 restaurantes de toda Finlandia ofrecían bailes por la tarde. Había dos tipos de bailes vespertinos, para la clase media y otro para la clase obrera. Los participantes podían venir solos o en grupos. Las mujeres más a menudo que los hombres preferían ir con una o más amigas. Las personas de clase media, que generalmente no estaban cansadas físicamente de su día de trabajo, a menudo iban a bailar después del trabajo, alrededor de las 4:00-4:30.

La música era tocada por una banda en vivo que satisfacía diferentes preferencias de baile, desde tango, foxtrot y vals hasta swing, samba, rumba y rock-n-roll. Por lo general, al principio, la música era lenta, estilística y formal, y gradualmente se hizo más libre y el baile más informal. Mujeres casadas y menos hombres casados vinieron claramente solo a bailar y no estaban interesados en desarrollar relaciones. De esta manera, las mujeres con maridos a los que no les gustaba bailar tenían la oportunidad de disfrutar bailando sin hacer nada que pudiera considerarse inapropiado.

Más de un tercio de los asistentes lo hicieron evidentemente por el gusto de bailar sin ninguna otra expectativa. Esos participantes ni siquiera querían una amistad. Regresaban a casa alrededor de las 6:30 porque era sólo bailar y marcharse. Fue una breve relación de baile.

Los hombres tendían a elegir con más frecuencia a las mujeres que ya han sido solicitadas por otros hombres; se consideraban más deseables. Ese es el comportamiento de un hombre común: el hombre siempre quiere lo que el otro hombre quiere. Noté que las mujeres jóvenes de entre 30 y 40 años sacaban a bailar a los pensionistas de entre 70 años. Lamentablemente, no se observaba la misma tendencia en el caso de las mujeres de edad. No había mujeres de entre 60 y 70 años. Nadie. La discriminación por motivos de sexo era válida incluso en este contexto.

Las reglas en cuanto a si los hombres o las mujeres podían pedirle a alguien que bailara diferían de un lugar a otro, de un día a otro y, a veces, de una hora a otra. Las mujeres les pedían a los hombres principalmente durante la primera hora de baile. Entonces era más aceptable que las mujeres pidieran a los hombres que bailaran sin sentirse indeseadas. Más tarde, sin embargo, se hacía más difícil para las mujeres justificar su comportamiento cuando prácticamente todos los hombres se habían levantado y les habían pedido a las mujeres que bailaran. En general, las posibilidades de las mujeres de ser invitadas por un hombre o elegir una pareja de baile mejoraba algo porque un poco más de hombres que de mujeres acudían a los bailes de la tarde (en promedio, el 57% de los clientes eran hombres).

Junto con mi colega, que me había invitado, y otra profesora, a las 4: 30 p. m., fuimos a un restaurante de clase media donde tanto hombres como mujeres podían iniciar el baile. Durante la primera media hora, me sentí incómoda e insegura de cómo funcionaría esta situación. Me sentía incómoda de pedirle a un hombre que bailara conmigo, con miedo al rechazo. Finalmente le pregunté a un joven de 20 años, que estaba sentado solo con un aspecto dulce y un poco triste. Desafortunadamente, no hablaba inglés, y el baile era un foxtrot lento que no me gustaba. Me sentía tensa. No lo seguí bien y tenía miedo de ser una compañera decepcionante. Tratando de sentirme más cómoda, de vez en cuando prácticamente lo guiaba. No estuve contenta con este primer baile, pero me sentí mucho mejor cuando el mismo hombre me pidió que bailara una rumba un poco más tarde. Esto me aseguró que, después de todo, le había gustado bailar conmigo.

Los que se quedaron hasta las 7:30 coquetearon, se tocaron e incluso se besaron. El ambiente había cambiado, y nos fuimos del lugar. Me dijeron que aquellos que se quedaron hasta las 10: 00 o las 11: 00 p. m. estaban interesados en salir.

Al día siguiente, procedimos a un baile vespertino de clase trabajadora con un ambiente completamente diferente. Había claramente más franqueza expresada por las mujeres que querían bailar. No interpretaron el papel de «primorosas», de fingida indiferencia y respetabilidad cuando se morían por bailar. Miraban directamente a cualquier hombre que se levantara para indicar que estaban disponibles. En general, había un ambiente más cálido e informal. Sin embargo, los hombres parecían seguir el ángulo habitual de la competición, y las mujeres se convertían en parejas de baile más deseables si habían sido elegidas por otros hombres.

Me pidió bailar un marinero finlandés, que se emocionó al enterarse de que era griega porque había visitado Grecia y le gustaba mucho. Hablaba sin cesar, queriendo saber todo sobre mí.

Mis impresiones generales fueron positivas, si no entusiastas. El placer de este tipo de baile social beneficiaría a muchas personas y aligeraría su disposición. Muchos países europeos como Alemania, los Países Bajos y los Estados Unidos serían grandes candidatos para el baile social. Ayudaría a disminuir las neurosis y las enfermedades mentales. Esta fue una recomendación que hice en 1976. Ahora todo esto está en el pasado. Incluso en Finlandia, donde la mayoría de la gente se ha vacunado, solo existen unos pocos bailes nocturnos altamente regulados. La pandemia ha asustado a la gente, y la mayoría no estaría de humor para bailar. Además, usar una máscara protectora sin duda disuadiría la espontaneidad y la diversión. Por ahora, no voy a bailar, pero hago movimientos con música para mantenerme viva.

Final.


Rothschild, ex profesora de la Universidad de California, Santa Bárbara, y consultora de la ONU y otras organizaciones internacionales. Ha escrito tres libros sobre los roles sexuales y la discriminación por razón de sexo, dos de los cuales se utilizaron como libros de texto en universidades estadounidenses y europeas y se tradujeron al sueco y al japonés. Su obra literaria está disponible en la revista 34thParalell y en la Antología de Invierno de Quillkeepers Press.


Traducido del inglés al español por Angélica Sacán