“Es más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido engañados” Mark Twain
Ya no somos tan inocentes. No sé en qué momento perdimos la ingenuidad, pero lo que está claro es que nos hemos vuelto un poquito más obstinados. En ese afán de no creer, podemos llegar incluso a negar evidencias que hemos tenido frente a los ojos toda la vida y dejarnos convencer por una nueva teoría a la moda. Esto corre para todos y con absolutamente todo. Fumar era bueno para la salud, igual que la Coca Cola un elixir que sanaba todo o los rusos eran todos comunistas, menos Illya Kuriaki que trabajaba para el bien.
Leía a alguien en Twitter que decía que para saber si Putin era bueno o malo iba a ver de nuevo Rocky IV y entendía en ese sarcasmo cómo se escondía una situación muy compleja que estamos viviendo que tiene que ver con la cantidad de propaganda, operaciones y campañas de demonización en las que estamos metidos. Y esto va en todas direcciones, no es que hay más inmorales de un lado que de otro. Dicho esto, a uno le toca desmalezar, desencriptar contenidos y tratar de contar lo que buenamente va percibiendo.
A Ucrania se le viene limpiando la cara desde la perpetración del golpe de estado ocurrido contra el presidente Yanukovich, en el cual la implicación de los Estados Unidos y el resto de naciones europeas fue decisiva. La utilización de francotiradores, ultranacionalistas y nazis como fuerza de choque para aplastar la pueblada ucraniana fue camuflada en una supuesta guerra interna. La revolución naranja había sido un fracaso, pero el gobierno filoruso de Yanukovich también. Y luego fue otro fracaso rotundo el del chocolatero Poroshenko y con Zelenski no fue distinto, ya que en octubre tuvieron lugar importantes manifestaciones en contra de las políticas antisociales del gobierno.
Así que la guerra le venía bien a Zelenski, al menos la dialéctica, la escalada discursiva que generaba unidad en un pueblo altamente descontento por la pobreza, el costo de la vida y un país quebrado y megaendeudado con el FMI.
Ucrania tenía todo a favor para mostrarse como víctima por la anexión de Crimea y eso le daba a los nazis argumentos para seguir su plan de exterminio de disidentes, separatistas y antifascistas. La logística de esta gente nunca fue muy asertiva, así que se dedicaron a masacrar civiles a diestra y siniestra, sobretodo en el ahora por todos conocidos Donbass.
Resultaba tan difícil lavarles la cara a ese compendio de degenerados barrabravas nazis que lo mejor era meter a Ucrania bajo la alfombra y que el mundo mirara para otro lado. Por eso cada vez que la diplomacia rusa salía a hablar del tema era fácil señalarlos como un grupo de rencorosos que se habían quedado en el tiempo y no aceptaban que ya no eran una potencia mundial. Se les tiró con “de todo”, se los ridiculizó y les montaron un gran desmadre en Bielorrusia, que no sin esfuerzo y malas artes pudieron resolver.
Es verdad que en el 2018 Sergei Loznitsa estrenó Donbass, una película que dejaba constancia del nivel de descontrol y penurias que se vivía en ese territorio ucraniano. La descripción de la película era lo suficientemente elocuente “Cuando se llama “paz” a la guerra, cuando la propaganda es presentada como la verdad, cuando se llama “amor” al odio, es ahí dónde la misma vida comienza a parecerse a la muerte”. Pero me gustaría saber cuántos de ustedes tuvieron acceso a verla.
Serhii Filimonov se hizo famoso por su actuación en la película Rhino. Si bien no es actor, por esta primera aparición en la pantalla grande obtuvo varios reconocimientos, como el Premio a mejor actor en el festival de Estocolmo o su aparición en la Muestra de Venecia. Esto levantó controversia ya que se advierte que este tipo de retribuciones pueden estar ayudando a indultar públicamente su discurso de extrema derecha y sus actos violentos del pasado. Además de hooligan del Dinamo de Kiev, Filimonov fue combatiente durante la guerra de 2014 en Ucrania, integrando como voluntario el Batallón Azov, célebre por su ferocidad, su ideología nazi y los crímenes cometidos durante todos los años que corren de 2014 hasta la fecha.
Serhii lidera un grupo paramilitar llamada Honor y está combatiendo en estos instantes contra las fuerzas armadas rusas. Herido en 2014, este ex boxeador, interpreta en Rhino a un gánster que progresa en el hampa a base de violencia en la era postsoviética. Desde la crítica cinematográfica lamentan que este hombre obtenga premios por “hacer de sí mismo”. En las entrevistas que le han realizado asegura que su filiación a la extrema derecha y los crímenes de odio forman parte de la propaganda rusa y se autodefine como un orgulloso nacionalista dispuesto a triturar a los invasores rusos.
Una ideología que no se condice con la participación de su grupo de choque en los incidentes ocurridos en Hong Kong en 2019, donde fueron a aplicar su violencia en contra del gobierno central chino y buscando la escisión del territorio. Justamente lo mismo que combaten en su propio país. Sobre las esvásticas tatuadas y la parafernalia nazi de los integrantes de las columnas de Honor, Filimonov lo considera irrelevante y lo atribuye al pasado de la mayoría de ellos, ligado al fanatismo por el fútbol. “No tenemos ni el tiempo ni las ganas de odiar a las personas que no nos han hecho daño. Solo odiamos a los enemigos” dijo en 2019 en una entrevista con la revista Vice, dónde se indagaba la presencia de nazis ucranianos en los disturbios de Hong Kong.
Aunque Filimonov lo niegue, la policía ucraniana lo tiene sindicado por haber formado parte del grupo que acuchilló a hinchas negros del Chelsea en un partido contra el Dinamo Kiev en 2015 y también figura en los listados de militantes nazis que manejan las organizaciones israelíes, según publicara el diario Haaretz. Otra nota de la misma revista Vice denuncia la utilización de Ucrania como campo de entrenamiento de las fuerzas de choque neonazis de todo el planeta, formando parte del Batallón Azov o simplemente aprovechando la total falta de control territorial de estos grupos armados que funcionaron como gánsteres en el Donbass desde hace años.
El terreno de esta guerra comunicacional se ha venido preparando desde hace años, películas, series, literatura, canales de noticias, un trabajo de décadas que sienta las bases para que el discurso dominante impuesto desde los centros de poder anglosajones se introduzca fácilmente. Incluso son las mismas usinas las que alimentan las posturas antisistema que no afectan los verdaderos intereses de sus corporaciones.
Rusia alimenta su fama de país inconquistable y hace gala de su poderío militar a través de sus medios de difusión. La carrera espacial ha quedado en segundo plano, pero empieza a complicarse el panorama satelital europeo si pierden la colaboración rusa para tal cometido. Una de las últimas batallas informativas tuvo lugar alrededor del desarrollo de las vacunas contra la Covid-19, continuando al día de hoy la no aprobación de la vacuna Sputnik en territorio europeo, que debe seguir abasteciéndose de la tecnología estadounidense y británica. ¿Curioso, no?