En estos días vi a un paciente en una segunda visita, regresó con los resultados de las pruebas que le había solicitado y trajo más resultados. Explicó que su prima es médica y pidió otras pruebas, además de las que yo había pedido, para tener un chequeo “más completo”.
Le pregunté si la prima había revisado las pruebas que había pedido y la paciente dijo que no, que me las había traído todas para que las viera.
Por Luiza Cadioli
Eso me llevó a reflexionar sobre la cultura del chequeo
Vivimos en una cultura que nos enseña que cuantos más controles sanitarios, mejor. La idea de un chequeo “más completo” también se basa en la idea de que es necesario ver más partes del cuerpo, hacerse una mamografía, una ecografía de mamas, medir la función hepática y las hormonas tiroideas, aunque esta mujer tenía 35 años y estaba asintomática, sin evidencia de enfermedad hepática o tiroidea.
La idea de chequeo está mal representada. No necesitamos medir todas las sustancias del cuerpo, ni tener imágenes de todos nuestros órganos. Corremos el riesgo de encontrar cambios benignos que nos hagan sentir más enfermos y nos hagan correr riesgos innecesarios, realizando procedimientos como biopsias, tomografías, cirugías, entre otros.
Además, tendemos a pensar que todo es igual, que cualquier médico u otro profesional de la salud solo mira el resultado y nos dice si todo está bien o no. Pero lo cierto es que cada prueba que solicitamos debe tener una indicación muy precisa para luego poder interpretar los resultados, aunque todos sean normales. Pero principalmente, necesitamos que los exámenes estén correctamente ordenados, para poder interpretar cuando están alterados.
Antes de ordenar un examen, calculamos la probabilidad de que esa persona esté enferma. Si tiene síntomas, la probabilidad es mayor. Si es asintomático es menor. Si la edad es avanzada o si tienes familiares con enfermedades que pueden ser hereditarias, esto también influye. Es una secuencia de pensamientos probabilísticos que tienen en cuenta el riesgo y el beneficio de realizar el examen y las consecuentes intervenciones.
Primero, ¡no hagas daño!
Uno de los principios de la medicina es que tenemos el compromiso ético de, ante todo, no dañar al paciente. Pero hemos visto cada vez más pruebas sin indicación, intervenciones arriesgadas por miedo a la enfermedad, prescripción de medicamentos sin un beneficio claro, y personas que no tienen enfermedades preocupantes que se sienten enfermas y rehenes de un sistema que las aprisiona con cada vez más pruebas, seguimientos y efectos secundarios.
¿Cómo encontrar el equilibrio de una sanidad comprometida con el cuidado y no con el lucro? Una salud comprometida con el bienestar y no con diagnósticos que no mejoran la vida de las personas, al contrario, pueden empeorar la calidad de vida. ¿Cómo favorecer la autonomía en salud y no aumentar la dependencia de las personas de la industria farmacéutica? ¿Sugerencias?