Disiderio enciende una veladora en el altar que tiene en la sala de su casa en Colorado, recién ha regresado de trabajar limpiando baños públicos en parques del distrito. Es el cabo de año del fallecimiento de su madre Modesta, única sobreviviente de su familia que fue masacrada por el ejército de Guatemala en los tiempos de la dictadura militar.
Sus padres les contaban que junto a otras familias se internaron en la selva durante meses para no ser asesinados, de aquellos días de persecución, hambre, frío y angustia recordaban los entierros que se hacían al pie de los árboles, como seña por si algún día regresaban para encontrar a los difuntos y enterrarlos en el camposanto del pueblo. En ese viaje por la sobrevivencia conoció a Onésimo a quien le habían asesinado a sus padres y hermanos, se casaron muchos años después cuando residían en Colorado, Estados Unidos.
Ninguna de aquellas familias con las que recorrieron montañas retornó al país y los cerros inmensos que les relataron sus padres han sido destruidos por minerías y ganaderos oligarcas, la tierra que les robaron jamás les fue devuelta y el pueblo de sus ancestros hoy en día es una finca inmensa de palma africana. Doña Modesta les pidió ser enterrada en el país de residencia como lo hicieron con su padre Onésimo, les dijeron que para qué regresar al lugar donde les hicieron tanto daño.
Disiderio habla con sus hermanas que preparan comida y café, les dice que ahora les toca a ellos continuar el legado de memoria histórica de sus padres para que sus nietos sepan por qué son estadounidenses de bisabuelos guatemaltecos de etnia indígena.
Es más que un rezo, le anuncia a toda la familia reunida junto a la foto de doña Modesta, el cirio encendido y el incienso humando.