La izquierda tradicional, aglutinada en la Concertación, y con varios años de gobierno, no impulsó un proyecto propio y se consumió en el neoliberalismo. Sólo fue capaz de entregar respuestas puntuales a las grandes demandas ciudadanas. Terminó aceptando la democracia restringida; un modelo productivo rentista de explotación de recursos naturales; persistió en la política de focalización social, renunciando a la redistribución de la riqueza; y se comprometió en una apertura económica radical al mundo, sin regulaciones.
La confusión ideológica, que arrastra la izquierda chilena desde hace décadas, junto a la debilitada fuerza de los trabajadores, la comprometieron con el neoliberalismo. Ello contrasta con los años sesenta, cuando los partidos de izquierda dieron origen a la Unidad Popular y al triunfo de Salvador Allende. Se le ofreció al país un programa global de trasformaciones, respaldado por un movimiento obrero, entonces poderoso, junto a crecientes organizaciones sindicales campesinas y de capas medias. Nada de eso existe ya. Es el desafío de la realidad. Pero la izquierda no ha sabido recomponerse ideológica y políticamente para enfrentar el nuevo mundo que vivimos.
La inexistencia de una propuesta global transformadora frente al neoliberalismo no sólo es propia de nuestro país. Ha estado presente en América Latina. Tiene responsabilidad principal en el fracaso de los gobiernos autodenominados “socialismo del siglo XXI”, así como en la fragilidad de los gobiernos de centroizquierda. Casi todos estos gobiernos se acomodaron al neoliberalismo o hicieron reformas insuficientes, incapaces de responder a las necesidades económicas y a las desigualdades sociales. Más grave aún fue la alianza de gobernantes y políticos supuestamente progresistas con el mundo empresarial y la aceptación de sus prácticas corruptas.
Así las cosas, la ciudadanía en los países de la región dejó de distinguir la línea divisoria entre izquierdas y derechas. En el caso particular de Chile no sólo se vivió la apabullante derrota del candidato Guillier ante Piñera, sino que surgió la potente rebelión social del 18 de octubre del 2019. Es la sorprendente liquidez de la política, propia del mundo contemporáneo.
En torno a las protestas del 18-O emergieron con fuerza los movimientos emancipatorios identitarios, pero ellos por sí solos son insuficientes para terminar con el neoliberalismo. En efecto, para que las reivindicaciones medioambientalistas, feministas, de las disidencias sexuales, pensionados, sector informal, los sin casa, indígenas y regionalistas, puedan tener éxito en sus demandas identitarias, necesitan articularse en una estrategia global transformadora que, al mismo tiempo, coincida con las demandas de los trabajadores. Por ello era tan importante una Nueva Constitución (NC).
La NC le entregaría a la sociedad chilena nuevas reglas de convivencia, con el término del Estado subsidiario, un distinto modelo productivo, regionalización efectiva, una nueva concepción de inserción internacional, junto a nuevas relaciones entre empresarios y trabajadores, paridad feminista y valoración medioambiental. Y, en el plano social instalaba derechos universales en educación, salud y seguridad social. La NC era, en realidad, una nueva estrategia para el desarrollo de Chile.
Con esa estrategia de desarrollo, contenida en la NC, la nueva generación, que conquistó el gobierno, podría dar los primeros pasos para derrotar el neoliberalismo. El programa propuesto por Boric es un avance sustantivo respecto de los gobiernos de la Concertación y, ciertamente, difícil de implementar. Necesita sostenerse en un proyecto transformador de largo plazo. No bastaba con alcanzar el gobierno; se requería una NC, la que entregaría herramientas para modificar las reglas del juego que instaló la Constitución del 80 y que han servido para multiplicar el poder de la oligarquía económica y política. Por eso la NC dolía tanto a los grupos económicos y al Partido del Orden.
Con la derrota de la NC, se ha fortalecido la derecha y el centro político, disfrazado de amarillo. La izquierda que quiere las transformaciones se encuentra con limitada fuerza social y evidente dispersión partidaria. Y al gobierno ciertamente le resultarán más difíciles los cambios comprometidos ante la ciudadanía.
El desafío para perseverar en un nuevo proceso constituyente es más complejo. También lo es empujar el programa de transformaciones del gobierno y perseverar en la lucha contra el neoliberalismo, acorde con las demandas que dieron origen al 18-O.
Para avanzar en esas direcciones la izquierda tiene tareas ineludibles, como favorecer la articulación de los movimientos identitarios con las demandas y derechos postergadas de quienes viven de su trabajo asalariado. Esa articulación es la que puede dar fuerza al gobierno para cumplir con su programa de cambios.
Apruebo Dignidad (AD), está desafiada a potenciar sus orgánicas partidarias, y actuar con una sola voz ante el Gobierno y la sociedad. Deberá terminar con la dispersión y el fraccionalismo si quiere presentarse con fuerza frente a la derecha, ratificando su compromiso inclaudicable con las transformaciones junto a los representantes del “socialismo democrático” en el gobierno.
Un desafío mayor, con retrasos evidentes, es abordar la implacable concentración de los medios de comunicación en poder de los grandes grupos económicos. La desigualdad informativa, más que incidente en el reciente plebiscito, con la difusión habitual de mentiras, no por habitual es tolerable en una convivencia democrática. El futuro para los cambios es oscuro si no se equilibra el poder mediático de la TV, radios y medios escritos. La incidencia de las redes sociales y el mayor acceso a ellas es un factor relevante pero no permite omitir la influencia del gran poder mediático.
Finalmente, es un desafío pendiente abordar con rigor el comportamiento político de esos cuatro millones de votantes que, en su gran mayoría, optaron por el rechazo. Sin educación cívica en las escuelas y con el individualismo instalado en la sociedad, la conversación democrática crece en exigencias para demostrar a esos nuevos votantes que la sociedad chilena requiere de cambios sustantivos y que ellos están destinados a favorecer sus intereses.